EDITORIAL
El plan médico de la Junta
Como se ha dicho alguna vez, la historia de las relaciones entre España y la América hispana está repleta de “ternuras y crueldades”. Lo mismo encontramos apasionados cantos de amor a la huella ibérica en el continente americano que las más descarnadas de las descalificaciones. Desde el mismo momento de las independencias de las repúblicas criollas en el siglo XIX, para afirmar la identidad de las repúblicas nacientes, se recurrió al rechazo de los tres siglos de pertenencia de estos territorios a la Corona española. Apoyados en la Leyenda Negra, forjada por las potencias protestantes en esa inmensa guerra cultural que fue la Reforma y la Contrarreforma, los mandatarios americanos impugnaron todo el periodo colonial. Sin embargo, también existieron momentos de gran acercamiento retórico en el que se exaltó la herencia de la “Madre Patria” para afirmar la identidad de la América hispana frente a los EEUU y sus pretensiones en el subcontinente sur. Fue el caso de los años 20 y del florecer del hispanoamericanismo, cuya cabeza más visible fue el gran poeta nicaragüense Rubén Darío. En torno al año 1992 y la conmemoración del V centenario del Descubrimiento, se llegó a una suerte de síntesis en la que las cuestiones y valoraciones históricas se dejaban en manos de los historiadores y los gobernantes de un lado y otro del Atlántico, que se dedicaban a reconocer lo evidente (que la hispanidad es una palpitante realidad) y a cooperar de manera beneficiosa para todos. Con la irrupción del chavismo y de los nuevos populismos latinoamericanos se ha vuelto a recurrir a la descalificación de España y su herencia como una manera de avivar los sentimientos nacionalistas más bajos de muchos países americanos con el fin de tapar las muchas miserias de la política actual o los evidentes errores históricos en los más de dos siglos de independencia. Lo hemos visto con presidentes como Maduro, Sheinbaum o Petro, entre otros, cuyos gruesos y demagógicos ataques hispanofóbicos se han convertido en una realidad cotidiana, que no siempre se contesta con la debida inteligencia por parte del Gobierno español.
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