Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Ana Blanco estaba allí

Doña Ana, con su facción de anuncio de Profidén, sigue caminando por las cinco esquinas del universo. El Telediario es suyo. Con permiso de Espinete y don Pimpón. De Mortadelo y de Filemón. De Rinconete y Cortadillo. De Roberto Alcázar y Pedrín De Maritornes y Dulcinea del Toboso

Ana Blanco estaba allí Ana Blanco estaba allí

Ana Blanco estaba allí

Cuando Sí; estaba allí, como moderadora de un debate que fue una representación sin llegar a ser drama, ni teatro del absurdo. Más bien, un paso de Lope de Rueda, un entremés cervantino o un sainete de Arniches, en los que los cinco magníficos parecían jugar al pimpón, en lugar de al ajedrez; a la petanca, en lugar de al dominó; al parchís, en lugar de al póquer. De esta manera, se asemejaban a caricaturas y sombras que se proyectan en un espejo olvidado en La cantante calva de Ionesco. Era como jugar a mantener la portería a cero, antes que avanzar en campo contrario para marcar un gol al equipo rival. Y todo ello, ante la mirada de Ana Blanco, con su carita de Blanca Nieves, de Caperucita Roja, de Melibea y de Julieta. O de una presentadora que nunca se creyó que pudiera ser Sharon Stone, en lugar de Heidi. Con su apariencia de niña ingenua, que no ha roto un plato en su vida; con su semblante de Nancy, para no molestar ni a la derecha, ni a la izquierda, y seguir siendo la chica del telediario otros veinticinco años. Hasta superar En busca del tiempo perdido, sin envejecer; como un manuscrito que se guarda en el arca de Noé, para que las canas de Vicente Vallés no sean el diluvio. que arrastre la cámara y doña Ana pierda el elixir de su eterna juventud. Allí estaba, ya lo creo, con su rostro de telediario de las tres, con su sonrisa de muñeca de Reyes, con su figura de actriz de doblaje, que se conforma con parecer antes que con ser; con callar antes que con hablar; con ser la imagen de la uno con el PSOE y con el PP; con el rajoyismo y con el sanchismo. Allí estaba observando losas y corbatas, trajes y chaquetas, miradas y silencios y escuchando discursos y oposiciones fonológicas, onomatopeyas y sílabas trabadas; entonaciones y dislexias. Allí estaba, sin decirle ni mu a Abascal, como si fuera testigo de una película de cine mudo. Sí; allí, para ser la modelo de la caja tonta por los siglos de los siglos. Sin saber a dónde dirigir la risita para que el poder no se enoje y no la pongan a leer los boletines de radio Macuto en la plaza del pueblo, a las doce del mediodía.

Ana Blanco es la frustración de quien quiso volar muy alto y se posó, como una golondrina, en la rama de un telediario, que ya no es el viejo periodismo, ni el nuevo. Porque ha quedado para dictar las noticias que tecleen la Zarzuela y la Moncloa y cortar y pegar los mensajes y los caracteres que vayan entrando en WhatsApp y en Facebook; en Twitter y en Instagran. A la señorita de Trevélez le faltó comentar que Iglesias y Rivera nunca gobernarán. Y, si lo hacen, será con las sobras del banquete de los tres emperadores en el café Anglais. Como si fueran pedigüeños de una película, que no sabemos si la protagonizan José Luis López Vázquez o Paco Martínez Soria. Allí estaba Anita, con su visaje de Pepita Jiménez o de Juanita la Larga; de la Regenta o de doña Inés; de Gracita Morales o de Pitita Ridruejo. Siempre, a las tres, en un poema milenial.

Cuando el moderador o la moderadora no son críticos y contestatarios, sino figurines del escaparate que han construido los asesores, con sus sueldos de cuenta corriente y chalé, reservados y restaurantes de barra libre, algo se muere en el alma o en el corazón del ciudadano; pendiente de si sube el ierrepeefe, ya que, entonces, el frío llega a sus huesos como el hielo siberiano al meteorólogo. Ana Blanco, con su perfil ficticio y ensayado, de escena de Summers, no quiere perder el puesto que tiene y, por ello mismo, aprendió a nadar y a guardar la ropa y a mirar el horizonte igual que la cámara. Uno, dos; y la uno, otra vez. No vaya a ser que la sintaxis y la semántica la traicionen y, donde quiso decir Pedro, diga Pablo, y, donde quiso decir Rivera, diga Abascal. Doña Ana, con su facción de anuncio de Profidén, sigue caminando por las cinco esquinas del universo político. El telediario es suyo. Con permiso de Espinete y don Pimpón. De Mortadelo y de Filemón. De Rinconete y Cortadillo. De Roberto Alcázar y Pedrín. De Maritornes y Dulcinea del Toboso.

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