Avisos

Avisos

Avisos reiterados y crecientes. Así es como la Junta Electoral Central viene protestando frente a las repetidas irregularidades cometidas desde ámbitos institucionales concretos: y en este caso, censurando nada menos que a la propia ministra portavoz del Gobierno.

Y cuando el órgano de control reitera los avisos, el sentido del problema parece muy claro: no se está respetando la neutralidad debida de las instituciones ante la próxima convocatoria electoral, o sea, se está haciendo juego sucio.

Sí, ya sabemos que la contienda electoral viene a ser una especie de meleé descontrolada, donde abundan las irregularidades y donde es inevitable que los jugadores se peguen disimuladamente patadas en las espinillas; un batiburrillo de picarescas y engaños para tratar de ganar votos en la confusión y el lío. Y en esa creciente confusión, parece inevitable que se acaben aprovechando determinadas oportunidades para hacer juego sucio.

Pero cuando el órgano encargado de arbitrar el partido, la Junta Electoral, formula avisos de forma reiterada, si finalmente estos no se atienden se estará poniendo en juego no ya la calidad de nuestra democracia (bastante degradada ya con anterioridad) sino la propia legitimidad de los resultados finales. ¿Alguien se imagina el panorama? Porque, si se pone en cuestión la legitimidad de los resultados, nos estaremos situando en un escenario similar al que promueven Donald Trump en Norteamérica, o Bolsonaro en Brasil.

Demasiado habituados estamos ya a hacer oídos sordos ante los avisos que nos dan los órganos de control: desde los tribunales de cuentas o defensores del pueblo hasta los propios órganos consultivos (como el Consejo de Estado). Demasiado silencio cómplice, que viene degradando nuestro nivel de calidad democrática. Pero cuando los avisos se producen en un momento álgido, el momento de la carrera electoral, lo que está en juego es algo más grave, porque puede afectar a la aceptación colectiva de quienes vayan a ser los encargados de gobernar; en este caso en Comunidades Autónomas y ayuntamientos.

Resulta sorprendente que, cuando alcanzamos ya casi medio siglo de democracia en España, nuestra cultura política se sitúe todavía en unas coordenadas tan primitivas, donde no sabemos distinguir entre el ámbito neutral de la esfera institucional frente al ámbito partidista y competitivo de la política. Porque considerar a las instituciones como esferas instrumentales al servicio de las facciones políticas enfrentadas, supone situarnos en un escenario en cierta manera predemocrático. Supone aceptar que las instituciones públicas se nos estén convirtiendo en el púlpito cotidiano donde se practica la descalificación y el insulto, situándonos a los ciudadanos ante un reiterado bochorno cotidiano que seguramente no nos merecemos.

Pero este parece ser el auténtico estilo de la política española, el desplante y la jactancia, el meter el dedo en el ojo del contrincante practicando una estrategia de descalificaciones que huye de todo argumento racional o congruente. Y lo preocupante es que tal estilo degradado no sólo funcione en el día a día, en la política cotidiana, sino que esté presente también en el momento más decisivo y solemne de toda democracia, el de la llamada de los ciudadanos a las urnas. Porque esta es la característica esencial del momento preelectoral; es el periodo en el cual los ciudadanos dejamos de ser espectadores pasivos para agarrar con nuestras manos el timón de la política en forma de papeleta de voto. Y en nuestra condición de electores, dejamos la pasividad contemplativa a la que estamos normalmente condenados para introducir en las pautas de formación de nuestra propia voluntad toda una serie de criterios argumentativos que nos llevan a adoptar la decisión final: elegir a quien nos debe gobernar.

Por eso los momentos de campaña o de precampaña no pueden considerarse como períodos ordinarios de la vida política; y por eso hay órganos de control que vigilan el proceso y aperciben con especial atención.

Pero como hemos convertido a la política democrática en un escenario cotidiano de descalificación y de enfrentamientos, como hemos aceptado que el electoralismo esté presente en todos y cada uno de los momentos de la legislatura, ahora ya no sabemos distinguir ni entre esferas partidistas e instancias institucionales, ni entre momentos cotidianos y momentos extraordinarios de la vida democrática.

Tan engolfados en el fango de la crispación, la descalificación y el enfrentamiento, ya no sabemos distinguir ni lo más elemental y aplaudimos como bárbaros enfebrecidos los desplantes agresivos, las posturas chulescas y los aspavientos inútiles. Y mientras tanto, los avisos y apercibimientos nos entran por un oído y nos salen por el otro: avisos de la Junta Electoral Central, avisos de la Comisión Europea, avisos, avisos...

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