Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Confinamiento moral

La infausta emergencia sanitaria, convertida en crisis económica, y camino de ser conflicto social, se emplea para justificar todo levantamiento contra el sistema

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Confinamiento moral

Con la misma docilidad que se aceptó el confinamiento físico temporal, parece que se admite el moral y de forma permanente. Las propuestas gubernamentales que llegan al Congreso sobre igualdad, educación, memoria, y demás, lo ponen de manifiesto. El mantra de la nueva normalidad sirve para discriminar por lo que se piensa, se cree, se dice o se apoya políticamente. La libertad personal se recluye en el campo de concentración de una ideología colectivizada, se busca en el pasado a quién cargar las culpas de nuestro presente y todo sin saber muy bien para qué.

Mientras eso sucede, se negocian presupuestos con opacidad para dar compensaciones políticas y se ocultan en una retórica vacía para fijar la vista de la gente en el infinito, en el vacío. Un mirar sin ver nada. Ideólogos con ensoñaciones del pasado mercadean, a puerta cerrada y con minorías dictatoriales, a costa de la soberanía nacional. El resultado probable, un futuro imperfecto para la mayoría. Nada responde a nada, sólo asoma el ansia de poder. Actuar así, a oscuras, recuerda el recelo a la verdad y la transparencia de la nomenclatura rusa hacia la "glasnost" y la "perestroika" de Gorbachov en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Esas que desvelaron la brutalidad que se ejercía sobre la población y la ineficacia económica del comunismo, al que llamaban socialismo, a modo de marca blanca (bueno, roja), en los países donde imponía su tesis.

La situación española se define con dificultad. Hay que presumir, considerarla a partir de indicios. La información fiable escasea y, a mayores, las redes sociales desorientan y aturden con noticias sin contrastar. Las propuestas legislativas de estos últimos meses van de un lado a otro, más producto de inestables prejuicios ideológicos y conveniencias coyunturales que resultado de sólidas iniciativas de expertos. Por paradójico que parezca, la inseguridad de la situación se usa como punto de apoyo fijo, a decir de Arquímedes, para hacer palanca y atacar al propio sistema desde dentro, sin replica constructiva.

El zigzag gubernamental reduce la velocidad de avance y oculta el objetivo a alcanzar. Sin embargo hay indicios que permiten conocer el rumbo de su proyecto político. Es contra-natura que un gobierno sea abiertamente desleal con la Constitución que le da vida, pero a diario, a tenor de lo que se dicen sus miembros, socava los cimientos que la edificaron y emponzoñar la honorabilidad de quienes la hicieron posible. Un indicio es la propuesta de

investigar el periodo preconstitucional, ese que forma parte del espíritu del legislador, como parte del franquismo. Una forma taimada y torticera de restar validez a la Constitución, el resultado de una evolución ejemplar. Otro, el intento de desacreditar, por persona interpuesta: una jueza argentina; al ministro Martín Villa, un español noble. Un acto de cobardía. Se ve que los inductores gustan más de revolución popular y lucha de clases que de evolución social y concordia nacional. ¡Ah! La nobleza, como la mezquindad, se reconoce sin necesidad de papeles.

El silencio propicia la duda y pone "cabeza abajo" o, si lo prefieren "patas p´arriba", lo que somos desde hace cuarenta años: un Estado social y democrático de Derecho, que propugna la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. La infausta emergencia sanitaria, convertida en crisis económica, y camino de ser conflicto social, se emplea para justificar todo levantamiento contra el sistema. La "callada social por respuesta" zumba como un peligro. El mutismo acepta mentiras por verdades, mediocridad y nepotismo por mérito y capacidad, aborto y eutanasia como justificantes del asesinato, adoctrinamiento como fórmula educativa, comisiones parlamentarias como tribunales populares, sindicatos como aparatos de coacción laboral, militancia política para usurpar la función pública, y asociacionismo como disolvente del individuo en la masa.

Los proyectos de ley de la "nueva normalidad" discriminan a míos de suyos, a ellos y ellas, a agnósticos y creyentes, liquidan libertades individuales con constitucionalmente irreconocibles derechos colectivos y retrotraen el tiempo para "avanzar hacia el pasado", cuando lo deseable desearía "regresar al futuro" que la generosa sociedad que aprobó la Constitución de 1978 proveyó a los españoles de hoy.

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