Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

Corinna y la Monarquía

Corinna y la Monarquía Corinna y la Monarquía

Corinna y la Monarquía

Y, si hay amores que matan y hay cariños que duelen, yo quisiera saber por qué uno los busca, los sigue y los quiere. Y, si hay amores que matan, sentimientos que hieren, me pregunto por qué no se pueden dejar. ¡Y, si te dejan, te mueres! La letra del dúo argentino Pimpinela es esa canción, que, entre la madrugada y el alba, hemos escuchado con un gin tónic, suponiendo que la ginebra sea más verdad que marca, paladeando la palabra de una mujer romántica y enamorada en aquella discoteca, que convertimos en la huella de los instantes de una noche de verano sin retorno. Pero la monarquía no puede hacer rimar esa letra con el símbolo de la institución, ni antes, ni ahora, ya que las consecuencias, como han hecho ver las cintas publicadas por el diario digital de Pedro José Ramírez, el miércoles, once de julio, pueden ser devastadoras. La voz de la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, en la conversación con el comisario Villarejo y Juan Villalonga, es una odisea, entre el suspense hickokiano, el western de Clint Eastwood y Chantaje, la película, de dos mil siete, dirigida por Mike Barker e interpretada por Claudette Mink, Pierce Brosnan y Gerard Butler. Entre dudas e interrogaciones caminan, por el desfiladero, las afirmaciones de que el rey emérito tenía cuentas en Suiza y utilizaba a la nueva Dulcinea como testaferro. El amor, cuando se escribe con la letra del enredo y la traición es una aventura, que se extravía en la sinopsis de la amenaza, puesto que se refugia en la alcoba de la intriga y la vileza, sin que tengan que acudir a la memoria nombres y apellidos concretos. La misma literatura se encarga de rellenar cualquier olvido y de explicar cualquier respuesta. Así, El chantaje de Sullivan de Lawrence Sanders y otros títulos, que doblan las campanas por la insidia y se acercan por las esquinas de la vida entre la maldad y la alevosía para apuñalar a las sombras, si falta hiciere. La monarquía, a pesar de la prudencia y de la sensatez de Felipe VI, está en peligro, entre la historia y el destino. Otra vez, vuelve, en el flashback de su verosimilitud escénica, un western inolvidable: Solo ante el peligro. Pero el rey no es Gary Cooper, ni Leticia, Grace Kelly. Lo cierto es que nadie del pueblo está dispuesto a prestar ayuda y, menos, a sacrificarse por el héroe (Will Kane, en la película). No sabríamos concretar qué papel desempeñaría en el reparto el monarca emérito. Lo que se manifiesta es que Corinna zu Sayn-Wittgenstein no se parece a Katy Jurado, la amante, que muestra su fidelidad, entre la emoción y el sentimiento, el honor y la lealtad. Las enseñanzas del admirable western se proyectan como secuencias, que no se pueden olvidar, en el diario de los días, entre la política y la democracia del siglo XXI. Una vez y otra, debiera ver tan gran película Felipe VI en los silencios, que pudieron ser y no fueron, de la Zarzuela, que entienden que la vida no es el estado zen del budismo, sino la literal frase en la intemporalidad de su sintaxis: «Hay gente que apuñala por la espalda y luego te pregunta por qué sangras». Por ello mismo, cuando renace la disyuntiva monarquía o república, es la institución la que debe medir los pasos con exactitud matemática, de modo que no quepa un solo gesto al margen de la transparencia, la honradez y la verdad.

Felipe es consciente de que tiene que llevar a sus espaldas un pasado, hecho presente, el cual no le corresponde, ya que, como sentencia Jorge Luis Borges, «en el verso penúltimo se oye el eco del tremendo nombre soy el que soy». Entre la realidad y el deseo, en la España de hoy, los refranes del Quijote, «no es todo oro lo que reluce», de La Celestina, «no ha de ser oro cuanto reluce» o de Gonzalo Correas, «en la tina, todo lo blanco no es harina», son como metáforas que huyen de su suerte sin esperar a que los segundos hagan las preguntas que no convienen. En el tablero del ajedrez, el rey existe lo mismo que la reina. El peón, la torre, el caballo, el alfil, la reina, el rey. Todas las piezas pueden ser capturadas, con la excepción del rey. Pero permanece el jaque mate. La única ocasión en la que es obligatorio hacer una captura es cuando el rey está en peligro. Gracián, con ingenio y agudeza, descifra la sabiduría. Haría bien Felipe de Borbón en leer (o, según el caso, releer) la obra del conspicuo prosista. El respeto a la ley comience por el monarca. Del rey abajo ninguno perdura en una esquina del recuerdo. Tan fugaz como las horas.

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