Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Espíritu militar

Lo que realmente sucede es que cada militar entrega parte de su libertad personal para defender, hasta con la vida, la de todos y adopta un comportamiento uniforme para asegurar el respeto a la ley

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Espíritu militar

Mientras leen estas líneas, en el Palacio de Oriente en Madrid, se celebra la Pascua Militar, instaurada tras la reconquista de Menorca en 1782 por Carlos III y fecha en que cada año S.M. el Rey felicita las Pascuas a los militares españoles, sin distinción del color del uniforme, el empleo militar que ostente, el destino que ocupe ni la situación en que se encuentre. Digo esto porque, aunque la ley excluyó a los retirados de estar sometido al Código de Justicia Militar, perdura el espíritu con el que se ejerció la profesión durante tantos años de servicio activo. Y hoy es un buen día para hablar de ello, porque nadie me impone hacerlo, ni torpes demandas me presionan, ni mucho menos, injustificados juicios de valor me condicionan.

En más de una ocasión defendí dentro y fuera, también en la palestra mediática, que la profesión militar es un equilibrio entre carrera y oficio, entre saber y saber hacer. Una carrera porque requieren conocimientos técnicos, científicos, humanísticos y sociales, elementos que se adquieren en las escuelas y academias donde se implantó hace una década la regulación general de la educación en España. Con la adopción del modelo Bolonia de enseñanza europea, las Fuerzas Armadas españolas incorporaron a sus planes de estudio en 2011 las materias necesarias para que la marinería y la tropa, ya profesionales, obtuvieran una titulación de Grado Medio en Formación Profesional, los suboficiales la de Grado Superior y los oficiales un Grado Universitario. En añadidura, superadas estas condiciones mínimas para ser profesional de la milicia, la enseñanza militar se prolonga a lo largo de los años con cursos de especialización y de orientación profesional, donde los planes de estudios se completan en su totalidad y se hace una exigente evaluación continua de sus resultados. Y, ¿qué decir de los Erasmus? Hace años que hay intercambios de alumnos con Escuelas y Academias militares extranjeras para fomentar el conocimiento universal de la profesión.

A la extensa educación académica se suma el componente oficio, la segunda parte de la ecuación con la que se forma al militar. Si se educa al soldado con el mismo método que a los restantes españoles, la pregunta es ¿qué los distingue de los demás conciudadanos? La respuesta está en la forma en que desarrolla su profesión. Hay pocas tan regladas como la militar. Leyes, Reales Decretos, Órdenes Ministeriales, Instrucciones, Códigos, Manuales, Procedimientos, Orientaciones, etc. forman una miríada de normas que señalan al militar lo que debe hacer. Sin embargo, nada de todo ello sería posible cumplir sin ese algo intangible que le dice cómo debe hacerlas: el espíritu militar; una impronta que se adquiere y se perfecciona con los años de servicio. Como señalaban las Reales Ordenanzas para la Armada, escritas por Antonio de Escaño, aprobadas por el bailo frei Cayetano Valdés y sancionadas por Carlos III, es el propio honor y espíritu el que estimula a obrar siempre bien para que el servicio que se presta sea realmente válido.

Adquirir ese hábito personal, esa forma de actuar individual, necesita tiempo para acumular experiencias propias y enseñanzas ajenas sin más juez que la propia conciencia. Es el método para nunca llegar tarde a la obligación, aunque sea de minutos; ni excusarse con males imaginarios o supuestos de las fatigas que le corresponden; ni contentarse con hacer nada más que lo preciso de su deber, sin que su propia voluntad adelante cosa alguna, ni renunciar a hablar pocas veces de la profesión militar, porque a ojos de profanos, guardar silencio de lo que uno es demuestra desidia e ineptitud para la carrera de las armas.

La milicia es tradición y actualidad en un mismo paquete. Sin embargo, parece que la desmemoria, ignorancia o prejuicios de algunos personajes, adolecidos de esa enfermedad de creerse en posesión de una más que dudosa supremacía intelectual y moral, les hace pensar que las Fuerzas Armadas imponen un comportamiento colectivo del pasado que anula la libertad individual del presente. Nada tan erróneo. Lo que realmente sucede es que cada militar entrega parte de su libertad personal para defender, hasta con la vida, la de todos y adopta un comportamiento uniforme, igual para todos, para asegurar de forma responsable y ordenada el respeto a la ley. Todo lo demás es ficción de quienes guardan intereses contrarios al mayor bien de los españoles que es España.

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