Hay películas que comienzan con la llegada de un marino a tierras adentro. "Las aventuras de Jeremiah Johnson" y "Horizontes de grandeza" son dos de ellas. Retratan al personaje singular que, sin miedo a lo desconocido, es capaz de adaptarse al medio. Me quedo esta vez con la de William Wyler porque además habla de la grandeza de una tierra (el título en inglés es "The Big Country") donde Gregory Peck navega a caballo, brújula en mano, como haría con una aguja magnética por la mar, con la meta puesta en la cabaña de la dulce Jean Simmons, como puerto de arribada. También porque denuncia la sinrazón de quienes perpetúan enfrentamientos entre vecinos: los Terill y los Hannassey; hasta la mutua destrucción asegurada, como diría un estratega moderno.
Hace pocas fechas, Henry Kissinger, antiguo Secretario de Estado de los Estados Unidos, publicó en "El Economist" un análisis sobre la retirada estadounidense de Afganistán. Señala el impacto negativo sobre el prestigio internacional y la credibilidad estadounidense frente a los aliados y expresa, con sus dotes diplomáticas, lo que se dejó de hacer: tener una estrategia clara de por qué se combatía además de una política nítida hacia los aliados y el propio Afganistán. Achaca el resultado a la permanente controversia interna de hacer y deshacer de la política estadounidense. Esa donde cada partido desmonta alternativamente las decisiones del oponente y que descabalga a la política exterior como asunto de Estado. Pone de ejemplo el anuncio casi simultáneo de la retirada militar en dieciocho meses con la autorización de un aumento de las tropas destacadas. Una controversia aumentada por la situación sobre el terreno: eficacia de las operaciones militares pero escaso rédito político.
Por dispares que parezcan los relatos, por el lugar y el momento, la ficción de uno y realidad del otro, ambos guardan paralelismos: desorientación y enfrentamiento. La primera generada por la falta de visión estratégica. Mientras en la ficción uno la supera al ponerse una meta y revestirse de una fe ciega en lo que hace, brújula en mano, en la retirada afgana, el Presidente de los Estados dio vueltas alrededor de mantras publicitarios, utópicos, y teorías excéntricas, que le alejaron del corazón de la realidad hasta caer derrotado. Y el desvarío que provoca la desorientación estratégica induce a adoptar la política, fácil por inmediata e inconsistente por irracional, de enfrentamientos internos para llenar tanto vacío sobre lo que hay que hacer de puertas hacia fuera.
Nada es de extrañar que, por esto de la globalización, el fenómeno del que habla el estadista estadounidense: desorientación y afán por el enfrentamiento; se den también en nuestra patria, sobre todo cuando aumentan las soflamas de generadores de imagen, hoy les llaman "influencer´s", simples "voceros" de ideas ajenas, al tiempo que decae la confianza que se otorga a analistas nacionales que alertan de las malas consecuencias de tanta imagen, tan poco contenido, tanto desencuentro institucional y tanto enfrentamiento político.
Desde hace unos pocos años se vende en el mercado mediático nacional un futuro maravilloso: todo derechos, nada de responsabilidades, dinero a gogó; que tiene poco que ver con la situación real. Un contexto donde las ideologías, llevadas a sectarias leyes, cuartan libertades individuales e invaden la vida personal, despilfarran bienes públicos y atacan la propiedad privada, o degradan el sistema educativo público al despreciar la excelencia en el docente y el esfuerzo en el alumno. Si se suman políticas de enfrentamiento, trasnochadas e ineficaces para superar crisis como la economía planificada, el desdén hacia avances tecnológicos que permiten superar vetos, como el impuesto a la energía nuclear, y de lucha de clases enmascarada en eso que llaman justicia social, la evolución hacia una vida mejor y una sociedad avanzada se queden en agua de borrajas.
Superar los enfrentamientos hace grande a las sociedades y prevalecer tras las crisis refuerza a las naciones. En la historia de España hay donde elegir. Quinientos años dan para mucho. Me quedo con los horizontes de grandeza que, al superar posiciones contrarias, nos dieron los castellanos y aragoneses en el siglo XV con los Reyes Católicos o los españoles supervivientes de una guerra civil en el siglo XX durante la Transición que propició S.M. el Rey Juan Carlos.
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