La tribuna
José María Martínez de Haro
Un poco de rodilla
La tribuna
El encierro prolongado hizo posible aficionarse a los documentales, gran número de ellos sobre la Segunda Guerra Mundial, esa que terminó hace una eternidad, pero que cronológicamente parece previa a la Guerra Civil española por lo presente que ésta esta última en nuestra actualidad y lo lejana que se presenta la otra en nuestra memoria. La verdad es que dejé de ver esos exhaustivos reportajes bélicos por lo reiterativo que eran, pero sobre todo por la desazón e incredulidad que me producía ver el fanatismo instalado en la Alemania de los años treinta, preludio de Nazismo, reflejado en el rostro del dictador, la mansedumbre con la que el que pueblo judío aceptó primero la humillación y después la exterminación y la aquiescencia de los conciudadanos que consintieron tales prácticas, enajenados con lo que sucedía en la periferia de sus ciudades.
Similar incredulidad me producía observar el auge del comunismo durante la Guerra Fría en los Países cultos e intelectualmente brillantes del este de Europa, donde el pensamiento profundo de filósofos, como Emmanuel Kant, se sustituyó por una fútil cháchara de eslóganes que, además de confundir mentes, aprisionó la libertad personal de medio mundo en campos de concentración del tamaño de países enteros. E igual desasosiego me causaba la sonrisa criminal del "tío pepe" Stalin, cuya política de muerte en el Terror Rojo de los años veinte y la Gran Purga de los años treinta fueron preludio de millones de anónimos muertos producidos por sus imitadores en Asia, África y América.
Trato de escribir cada semana sin insertar una negación. Es una manera de forzar la mente a pensar en positivo. Mantendré la costumbre de hacerlo a pesar de hablar de incredulidad, pero sin ocultar mi percepción de lo que vivo. La verdad es que siento imposibilidad, mucho más que reserva, como dice la definición de incrédulo, de creerme la situación que me cuentan medios de comunicación, redes sociales, paneles luminosos y anuncios de autobús. Tengo la sensación de vivir más allá del mundo imaginario y virtual de esta era digital. Hacerlo en un universo de ficciones que, ordenadas de mayor a menor, hablan de la voluntad de engañar, falsificar la realidad y desnaturalizar lo que somos para alcanzar una nueva normalidad imaginada.
La pandemia aparece como un fenómeno paranormal donde los muertos desaparecen de las listas y de la vista. La transparencia gubernamental es un
escudo traslucido que esconde trampas administrativas. La comisión parlamentaria se torna en un ilícito tribunal popular con sentencias preescritas. Los estados de alarma se implantan para imponer ideologías. Las mesas de diálogo se forman para pagar votos. Las "fake news" se lanzan como globos sonda para descubrir hasta donde llega la ingenuidad de la gente. Los comités científicos se dotan de irreconocibles personajes. Las mascarillas se convierten en embozos para negar la sonrisa al vecino. Las ruedas de prensa dejan de rodar con libertad, frenadas por la censura previa. Y hasta el mensaje de ánimo de salir más fuertes denota nuestra ya clara debilidad. Lo malo de todo ello es que, a pesar de la incredulidad, acepto las ilógicas normas de conducta que me arruinan el hoy, como sucediera al europeo de hace un siglo. Será porque mantengo la fe en el sistema político de la Constitución española, la democracia representativa, y sobre todo en la religión que profeso, el cristianismo católico.
Busqué apoyo intelectual para superar mi incredulidad y alejarme del radicalismo ideológico que imponen a diario quienes creen que España debe dejar de serlo, desean sustituir el orden y la ley por la anarquía, y emulan el autoritarismo que se estableció en Europa hace un siglo en forma de nacional-socialismo o simplemente socialismo como se llamaba al comunismo en los Países del Este antes de caer el Muro de Berlín. Lo encontré en un documento escrito hace más de una década, donde se habla de progreso, desarrollo, fraternidad, economía, sociedad civil, derechos humanos, naturaleza, tecnología,…, fruto de una de las mentes más claras y preclaras del Siglo XX, Joseph Ratzinger, capaz de superar la barrera de la Razón con la Fe y defender que el desarrollo humano integral está ligado a la Verdad. Pero ya se sabe, la encíclica Caritas in Vertitate del Papa emérito Benedicto XVI se escribió para gente de buena voluntad.
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