Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

The Washington Post y el coronavirus

Aquellas sintagmas de Arthur Miller, «un buen periódico es una nación hablándose a sí misma», crecen en la noche para que las sombras sean memoria y no amnesia

The Washington Post y el coronavirus The Washington Post  y el coronavirus

The Washington Post y el coronavirus

En el artículo, publicado el martes pasado en este periódico, señalábamos que el diario inglés Daily Mail había revelado que Estados Unidos financió a un laboratorio de la ciudad china de Wuhan para que analizara los efectos de la COVID-19 en los murciélagos. Los quirópteros fueron capturados en una cueva de Yunnan. El contagio se podría haber producido al entrar en contacto los científicos con la sangre de estos mamíferos placentarios con alas. En esta pandemia, tal una guerra biológica, cada día surgen más dudas y aparecen incógnitas que las medias verdades de los gobiernos conviertan en rumor, el cual es el prólogo de la mentira. Ya sabemos que las fake news suplantan a la evidencia, como si esta fuera un trampantojo enredado en su propia insidia; mas el espejo en el que se refleja el engaño no se puede alterar por remoto que sea el futuro. Manifestado este hecho, hemos de afirmar que también Marca (¡sí, Marca, el libro de cabecera del señor Rajoy, el nuevo Cervantes de las letras españolas, con la sintaxis de Góngora y la métrica de Quevedo, los párrafos de Cadalso y el arte de narrar de Galdós!) y Diario 16 recogen la información de Daily Mail. Ahora es el articulista de The Washington Post, Josh Rogin, quien expone que en un laboratorio de Wuhan está el punto de partida de la propagación del coronavirus por el mundo. Fallos en el sistema de seguridad constituyen el argumento que considera como el motivo de la dispersión letal y el contagio de las personas. Dos años antes de que el mundo entero sufriera los efectos devastadores de esta enfermedad, funcionarios de la embajada de Estados Unidos advirtieron a Washington que la prrotección en el laboratorio era inadecuada. A pesar de que no hay pruebas concluyentes, la Administración americana fue informada del riesgo de una pandemia y de las carencias y parvedades que encontraron en el instituto biológico de Wuhan. Determinadas fuentes comunicaron que la investigación del coronavirus en los murciélagos era importante, pero también peligrosa y con muchos riesgos, dadas las limitaciones técnicas y humanas del centro de investigación chino. Una novela de terror, de Ramsey Campbell o Briam Lumley, Theodore Eibon Donald Klein o Mary Shelley o Edgar Allan Poe, se ha convertido en la realidad de los días de este dos mil veinte, entre el naufragio de marzo y el confinamiento de abril, tan lejos de la guerra convencional y tan cerca de la virológica. Como si la COVID-19 fuera una espía que acecha a sus víctimas, cuando se encuentran cerca del estornudo y de las gotas de saliva, que acompañan a las palabras, mientras estas son manipuladas por el siniestro virus de Wuhan, transmutado en misil de crucero Brahmos contra la Humanidad. Dada la extrema gravedad de la patología, urge saber si esta información es cierta. El elevado número de muertes (en España muy superior a la cifra oficial) y el innumerable de contagios así lo exigen. La literatura de terror esta vez no es una metáfora, ni un tráiler ficticio, sino un episodio atroz y categórico como una novela de Guy Maupassant, cuando la leemos en el subjetivo círculo de la introspección. El periodismo de Ben Bradlee puede aseverar que existe el software para no permitir que suceda la falacia. Aquellos sintagmas de Arthur Miller, «un buen periódico es una nación hablándose a sí misma», crecen en la noche para que las sombras sean memoria y no amnesia. Tardaremos en olvidar tanto sufrimiento, tanta pena y tanto desgarro, como si las madrugadas fueran la hora en punto de un sueño irracional, el cual se hace fugitivo entre el pasado y el porvenir, tal la elegía de Lorca o de Hernández: el insomnio, como un verso roto por el dolor y el llanto, como un recuerdo perdido en su rima. Wuhan y un laboratorio caligrafían la equis de incógnita, mientras el columnista de The Washington Post divulga una teoría que Donald Trump, cuando se le pregunta, calla y mira para el infinito en el cual la duda converge en sí misma. Las muertes en España y en el mundo forman una cifra terrible que nos aflige y derrumba en el reloj que marca los instantes en los que la COVID-19 es un siniestro cuchillo que corta la respiración del tiempo, tal sucediera su macabra intención en la oscuridad del chantaje. Una película extraña que asombra como un tren que descarrila, mientras caminamos en silencio, perdidos por los andenes del metro con una mascarilla, que nos ha hecho actores, que no sabemos decir dónde estamos. Quizá presos en el Orient Express, al que, desprevenidos, nos hemos subido entre París y Constantinopla.

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