Para aquellos jóvenes que tengan la deferencia de leerme, no tendrá mucho sentido el título de mi artículo, no obstante, para los que lo sufrieron como el que dirige esta pluma, comprenderán el significado de tal denominación con valor casi de topónimo, fue asignado a los trenes españoles de los cincuenta e incluso sesenta – con la excepción honrosa de los Talgo – pero cuyo fundamento es necesario aclarar. Se comenzó a aplicar a los trenes denominados de “mercancías” porque eran los que transportaban carga industrial y animal; y ahí, es donde entra esta cuita ya que había vagones, casi siempre colocados al final del convoy en los que se transportaban las ovejas; y no solo para el matadero, sino para ayudar en la trashumancia que, en aquella época, aún estaba en funciones. La trashumancia se hacía a través de las cañadas reales, reliquias del Concejo de la Mesta que aún pervive, aunque solo en teoría, pero las distancias y el tráfico de las carreteras había hecho mella en los pastores que ya estaban acostumbrados – afortunadamente – a un transporte más liviano. De aquí, el ingenio español, residuo perenne de la picaresca, lo aplicó a los trenes de pasajeros que, dada la precariedad que aún teníamos en este país, no solo por la velocidad sino más bien por el confort la cosa andaba, así como así. Tuvieron que pasar más de treinta años para que, el 21 de abril de 1992 comenzara a circular el AVE entre Madrid y Sevilla y pudiéramos disfrutar del confort europeo; bien es cierto que debido a la enfermedad congénita del socialismo, que a la sazón se manifestaba en forma de “convolutos”, nos costó cara; pero bueno, al fin y al cabo, los AVE’s han seguido funcionando, con o sin “trinque” hasta la llegada del “Salvador de España” Don Pedro Sánchez, acompañado de sus mangantes de cabecera, que, de tal guisa llegó al poder Don Pedro; y él nos ha llevado a rememorar los “borregueros” de los cincuenta de la mano de sus ministros, primero uno de probada eficacia como semental (me acuerdo de cuando al acabar la mili, nos ponían en la cartilla: “Valor: Se le supone”; en este caso no es necesaria tal aclaración), pero aun siendo lamentable el periodo transitorio del primer gobierno del “Salvador” en la cuestión de los trenes, con un ministro, al parecer, algo “salido” que hasta llegó a hacer competencia desleal con los trenes, pues - presuntamente - llevaba las putas en furgonetas, (ya lo dice el refrán: En casa del herrero …) el AVE aún se defendía, cierto que se vieron obligados a quitar aquello de que si llegaba con retraso te devolvían la pasta, porque si no además de la coña marinera que se propagó por las Españas, perdían dinero. Ahora bien, cuando el AVE ha alcanzado el cenit del desastre ha sido con la llegada de un inútil – a la par que inepto - al ministerio de transportes; un incompetente preocupado más del peloteo a su “colocador” que de su dedicación a tan noble empleo cual es el de ministro; y hete aquí, que hemos vuelto al “borreguero”, si no por su eficacia – de su confort, no hablo después de estar veinticuatro horas jodido y sin aire acondicionado – si por su comodidad, frecuencia y sobre todo ¡puntualidad! Ahora, para viajar con la emoción de las diligencias del siglo XVIII, solo faltan los bandoleros, aunque ¡haberlos, haylos! solo que estos, están lejos del tren, unos en Ferraz y otros diseminados por ahí, porque llevarse la pasta con trabuco, ya está anticuado, aunque no mal visto, como se deduce de las encuestas; y recientemente, de las amnistías que se prodigan válidas y ampliables para todo, pues robar, al parecer ya no es delito, dependiendo su catalogación de quién es el robado y, sobre todo, de quién es el ladrón o el receptor del trinque. Y lo que más sorprende es que este presidente está acercándose cada vez más a la fe católica pues, según parece, es de la creencia, de que el perdón de los pecados está intrínsecamente ligado al arrepentimiento; y con pedir perdón, es suficiente para acceder al paraíso; naturalmente, si eres socialista, si no, las calderas de Pedro Botero te esperan. Que para algo vino a salvarnos; y serán golfos, pero tontos ¡quia!