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El pasado sábado 18 de diciembre, la Legión conmemoró en la Base “Álvarez de Sotomayor” el sexagésimo séptimo aniversario del combate de Edchera y Día del Veterano legionario. En el marco de la Guerra no declarada de Ifni-Sahara (23 oct 1957 – 30 jun 1958) con el ataque de Marruecos a nuestros territorios de Ifni y Sahara, al amanecer del 13 de enero de 1958 la XIII Bandera de La Legión, que había partido de El Aaiún en dirección a Edchera en misión de reconocimiento, en sus proximidades tomó contacto con fuerzas enemigas estableciendo combate que se prolongó durante todo el día, retirándose el enemigo al amparo de la noche y dejando sobre el terreno unos 50 cadáveres; en las filas de la Bandera, 37 muertos y 50 heridos. De los caídos, al Brigada Caballero Legionario Francisco Fadrique Castromonte, Jefe de la 3ª Sección de la 1ª Compañía, y al Caballero Legionario (CL) Juan Maderal Oleaga, proveedor de fusil ametrallador en la Sección del Brigada Fadrique, se les concedió la máxima condecoración militar en guerra, la Cruz Laureada de San Fernando, creada por Decreto de 1811 en las Cortes de Cádiz y convalidada por Real Decreto de Fernando VII en 1815, haciendo su nombre referencia al Rey Fernando III de Castilla. Al Brigada se le concedió en 1960 y al CL en 1965. El Brigada Fadrique era de Valladolid y el CL Maderal Oleaga, vizcaíno de Erandio.
Pero la historia de Juan Maderal Oleaga no terminó en Edchera. En septiembre de 1968 se inauguró una estatua en su memoria en una céntrica plaza de su ciudad natal a la que se rotuló con su nombre; fue el homenaje de su pueblo a un héroe. ETA intentó boicotear el acto haciendo circular octavillas en las que se decía que Oleaga participó en la Guerra Civil matando vascos (totalmente falso por su edad en la guerra). Una madrugada de agosto de 1980 la estatua fue arrancada de su emplazamiento y arrojada a la ría de Bilbao; no hubo testigos del hecho a pesar de que es de cuerpo entero y tamaño natural, fundida en bronce, de unos ochocientos kilos y que en las inmediaciones de la plaza se encuentraban las dependencias de la Policía Municipal de Erandio. La estatua fue rescatada de la ría años después, perdiendo un brazo en la operación; quedando depositada en el acuartelamiento del Regimiento Garellano, de guarnición en Bilbao, hasta que a la disolución del citado Regimiento fue trasladada a su actual emplazamiento en lugar destacado en la Plaza de Armas de la Base “Álvarez de Sotomayor”, sede de la Brigada de La Legión.
Unos meses antes de arrojar a la ría de Bilbao la estatua, en marzo de 1979, cuando José María Maderal Olega, hermano mayor del Laureado Juan, se dirigía andando a primera hora de la mañana desde su casa al trabajo, fue asesinado por tres “bravos gudaris” etarras, encapuchados, a traición y con el silencio cómplice de una parte de la sociedad. José María también había servido en las filas de La Legión y era el Presidente de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Vizcaya. Todavía hoy, ninguno de sus asesinos ha pagado por este crimen, ni sus cómplices blanqueados en las Instituciones han pedido perdón.
Hasta aquí las vicisitudes de dos bravos legionarios vizcaínos, los hermanos Maderal Oleaga, uno, el laureado Juan, caído en combate en Edchera, y otro, Jose María, que le había precedido en las filas de La Legión, asesinado. Los Maderal Oleaga procedían de una familia humilde, no eran personalidades públicas.
Hoy en día, mientras los bildu-etarras, con su líder Arnaldo Otegi a la cabeza, rinden homenaje público a asesinos etarras sin que ello sea motivo de condena alguna por nuestro mando político, considerándolos además “presos políticos” con total desvergüenza, familias enteras han desaparecido de la escena vasca, ya sea por la eliminación de su memoria y asesinato, como el caso de los Maderal Oleaga (Juan, su memoria y José María, asesinado), o por su destierro forzado ante las amenazas, extorsión o secuestro.
Y en tanto la memoria democrática convierte a algunos asesinos en héroes, a los que se les recuerda con placas, deja en total desamparo a cientos de asesinados por un movimiento terrorista blanqueado, que nunca ha renunciado a su objetivo de acabar con el actual estado de derecho. Es imperativo preservar la memoria de nuestros caídos en el campo de batalla de una guerra sin declarar y a los asesinados en nuestras calles por un terrorismo al que se le “descafeína” diciendo que sólo ejerció “violencia política”.
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