La tribuna

Clase media: crónica de destrucción programada

Clase media: crónica de destrucción programada

Doctor En Derecho Y Periodista

Por razones de edad conocí un tiempo no tan lejano, cuando por primera vez en su historia, en España emergió una clase media laboriosa y tenaz. Una clase surgida al inicio por la estabilidad económica del régimen anterior, consolidada durante los años de la Transición y finalmente el milagro democrático que la sucedió. Esa clase media con su trabajo y perseverancia fue durante décadas el motor silencioso de la cohesión nacional. Aquella España de propietarios (si, orgullosamente propietarios) y también de segundas viviendas , vehículos utilitarios, de vacaciones con nevera y tortilla de patatas. Una España donde prosperó la dignidad del esfuerzo y la recompensa del mérito.

Esa clase media hoy va camino de la extinción. Las cifras hablan con crudeza: el 12,5% de los españoles está en riesgo de pobreza, y más de 4,2 millones ya se encuentran sumidos en la pobreza extrema. El acceso a una vivienda es un sueño líquido para la juventud; inalcanzable o prohibitivo. La tasa de esfuerzo para alquilar o comprar ha sobrepasado todos los límites de racionalidad económica. Y sin embargo, el discurso gubernamental gira en torno a los subsidios, la renta mínima, el “derecho a la ocupación”, las “ayudicas”. El nuevo paradigma de progreso consiste en expropiar el pasado y condenar el porvenir. No es una deriva casual, es una estrategia.

La izquierda populista que sustenta al Gobierno ha emprendido una meticulosa demolición de la clase media. Lo hace con herramientas de ingeniería social disfrazadas de justicia redistributiva que recuerdan más a los experimentos fracasados del siglo XX que a las democracias liberales del XXI. La propiedad privada, piedra angular del contrato social moderno, ha sido convertida en pecado capital. Tener una vivienda ganada con sudor, pagada durante décadas y mantenida con esfuerzo es hoy una temeridad jurídica y un escarnio social. El propietario ya no es un ciudadano, sino un sospechoso. La ley protege al ocupante, al moroso, al delincuente sistémico; y abandona al contribuyente, al ahorrador, al prudente.

Lo más grave es que esta destrucción no es el resultado de una crisis macroeconómica, sino la consecuencia de unas políticas alimentadas de rencor social, desde Rodriguez Zapatero hasta estas fechas estamos en el modelo del clientelismo político a cualquier precio, se trata de alcanzar el poder y dinamitar la alternancia política que sostiene cualquier democracia. Decía Tocqueville que “la democracia se destruye a sí misma si el poder de redistribuir se convierte en el de confiscar”. En España, esa línea ha sido cruzada. Se confisca con impuestos desorbitados, inseguridad jurídica, legislaciones a la medida del programa destructivo. Y mientras tanto, los políticos que diseñan esta maniobra ideológica proclaman con altavoces su devoción por los humildes mientras participan en este escenario de corrupción sin pestañear. Políticos de la misma cuerda ideológica adquieren mansiones suntuosas y acumulan patrimonios inmensos en tanto otros aún en activo se comportan como banda criminal organizada con el objetivo de saquear el erario público, hasta ahora con probado éxito. De no ser por la eficacia de las investigaciones periodísticas y de la guardia civil (UCO), las denuncias y delaciones sobre las actividades de esta banda, aún seguirían saqueando desde los despachos ministeriales. Sospechosamente algunos miembros ya identificados hacen cola a la puerta de los juzgados o imputados por graves delitos contra la hacienda pública, uno en la cárcel y algunos más a la espera del turno para recibir la imputación. Al parecer, en esto consistía el programa de la izquierda española en el siglo XXI; pagar la cuota de un partido, adquirir un carnet y seguir la senda de la sumisión con la cabeza gacha y la mano larga hasta llegar al poder y esconder bosas repletas y fajos de billetes en los armarios de sus despachos

Pero el drama va más allá del bolsillo. Se está laminando el espíritu de una clase social que sostuvo este país incluso en sus peores momentos. Una clase que jamás necesitó pancartas, ni presencia televisiva, que no ocupó calles, ni destrozó comercios, ni usó la violencia contra las fuerzas policiales .Se aferró a la dignidad del trabajo honrado, pagando sus impuestos y esforzándose en silencio. Esa clase media, vertebradora de la paz social y garante del progreso, es hoy caricaturizada, despreciada y perseguida por una izquierda que necesita que haya muchos pobres para justificar su existencia. Está probado en toda Europa, sin clase media no hay democracia sólida, ni mercado funcional, ni nación estable. Sólo queda el caos, la polarización y el enfrentamiento. La España de hoy es una nación fragmentada, infantilizada, con la libertad hipotecada a cambio de un catálogo inmenso de subvenciones, el precio del voto que arruina la nación.

Aún quedan testigos de aquella España esperanzada que crecía al abrigo de una Constitución democrática, que ganaba respeto internacional, que creía en sí misma. Resulta difícil resignarse a contemplar pasivamente cómo se descompone entre la apatía y la manipulación.

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