La tribuna

Cosmética bajo la lupa química

Cosmética bajo la lupa química
Ignacio Rodríguez García
- Catedrático De Química Orgánica De La Ual

Cada mañana millones de personas usamos jabones, cremas hidratantes, protectores solares o maquillajes. Estos productos, que parecen inofensivos y forman parte rutinaria de la vida diaria, esconden detrás una formulación compleja que cada vez despierta más preguntas: ¿qué contienen exactamente y qué riesgos pueden tener para la salud? No es un asunto menor: se estima que, a lo largo de un solo día, el contacto de nuestra piel con cosméticos puede implicar la exposición a decenas de compuestos distintos. En los últimos años, palabras como “parabenos”, “ftalatos” o “PFAS” han pasado de los laboratorios de química a las conversaciones en redes sociales. La inquietud no surge de la nada. Diversos estudios han detectado restos de estas sustancias en sangre, orina, cabello e incluso en la leche materna. Se ha sugerido que hay relación entre la exposición a estos compuestos y efectos como hipertensión durante el embarazo o alteraciones hormonales. Pero aún no se puede afirmar una relación de causa-efecto clara. El gran reto para la ciencia es separar las sospechas de las certezas.

Los parabenos, por ejemplo, son eficaces conservantes que evitan la proliferación de bacterias y hongos en cremas y lociones. Sin ellos, la vida útil de muchos cosméticos se reduciría drásticamente. Pero últimamente se sospecha que podrían tener actividad estrogénica, es decir, comportarse en el organismo como hormonas femeninas. Eso ha llevado a limitar su uso, aunque no a prohibirlos del todo. Algo parecido ocurre con los PFAS, los llamados “químicos eternos” por su persistencia en el medio ambiente y en el cuerpo humano. Se usan, por ejemplo, para dar resistencia al agua a productos como las máscaras de pestañas, pero cada vez más países los restringen. Aquí resulta clave el papel de la regulación. La Unión Europea suele aplicar un principio de precaución más estricto que otras regiones, lo que explica que ingredientes todavía permitidos en Estados Unidos ya estén prohibidos en el mercado europeo. Además, la presión de los consumidores empuja a muchas marcas a adelantarse y retirar sustancias polémicas, aunque la ciencia aún no haya dictado un veredicto definitivo. A ello se suma la moda de la clean beauty, la “cosmética limpia”, que promete productos sin parabenos, sin siliconas, sin “químicos” sospechosos. Grandes superficies han creado estantes específicos con etiquetas “bio”, “eco” o “natural”. Pero estos términos no están regulados y, en ocasiones, inducen a error: hay estudios que han encontrado parabenos en cremas vendidas como “verdes” o “naturales”. Ocurre también que algunas sustituciones apresuradas han resultado peores: al eliminar parabenos, ciertos cosméticos se estropearon al poco tiempo por hongos o bacterias. Es lo que se conoce como “sustituciones lamentables”.

Desde el punto de vista científico, la idea fundamental es que el riesgo no depende solo de la peligrosidad de una sustancia, sino también de la dosis y de la exposición real. El agua, por ejemplo, es esencial para la vida, pero beber cantidades extremas puede ser mortal. Lo mismo ocurre con muchos compuestos químicos: el simple hecho de detectarlos en el cuerpo no significa necesariamente que sean dañinos en las concentraciones habituales. Entonces, ¿qué puede hacer el consumidor? La primera recomendación es no caer en el alarmismo, pero sí estar informado. Optar por productos con etiquetas claras y fiables (por ejemplo, “sin parabenos” en lugar de vagos “naturales”) puede ser una buena estrategia. También se aconseja moderar el número de cosméticos que usamos al día: en Estados Unidos, la media ya alcanza los doce, frente a los nueve de hace dos décadas. Y, en caso de duda, preferir formulaciones sencillas y sin fragancias añadidas, ya que son una fuente frecuente de sensibilizaciones.

La cosmética moderna es fruto de la química, y gracias a ella disfrutamos de champús que no se estropean, protectores solares que previenen cánceres de piel y maquillajes duraderos. El debate abierto no debería hacernos renunciar a estos avances, sino impulsar una industria más transparente, con evaluaciones rigurosas, datos compartidos y sustituciones seguras. A medio plazo, el reto será combinar innovación y seguridad en un sector que mueve miles de millones de euros al año y que forma parte de nuestra vida cotidiana. En definitiva, una belleza que combine eficacia, seguridad y confianza.

También te puede interesar

Lo último

stats