Ángel López Moya

La década de los 40

La tribuna

La década de los 40
La década de los 40

18 de junio 2025 - 03:08

El accitano Pedro Antonio de Alarcón delimitó, en su célebre libro publicado en 1874 “La Alpujarra, sesenta leguas a caballo precedidas de seis en diligencia”, los límites de esta comarca y quedó claro que eran las tierras comprendidas entre las sierras de Gádor, Nevada y la Contraviiesa. Adra es el puerto de La Alpujarra, pero no forma parte de ella, como en su día Santander fue el puerto de Castilla, pero sin dejar de ser una ciudad cántabra. Santander nunca fue una ciudad de la meseta castellana. Los que nacimos en La Alpujarra no diferenciamos la parte que pertenece a Granada o Almería, separadas por una línea caprichosa que en 1833 se le ocurrió trazar a Francisco Javier de Burgos; todos nos consideramos alpujarreños simplemente.

La semana pasada nos hemos reunido en el Cortijo de “Las Estrellas” 12 amigos alcoleanos con el denominador común de haber nacido todos en la década de los 40; lo llevamos haciendo muchos años. El cortijo se ubica en el cruce de las carreteras de Berja-Laujar y Alcolea-Ugíjar. Situado a unos 900 m. de altitud, es posiblemente el mejor balcón de La Alpujarra. Desde la terraza del cortijo se ven todos los pueblos que aparecen colgados de Sierra Nevada en su cara sur, que van desde algunas casas de Paterna hasta Murtas en la Contraviesa al amparo de su famoso Cerrajón. El principal nexo que nos une a este grupo, indudablemente es la cuna, pero tambén el haber practicado los mismos juegos en nuestra lejana niñez, el haber corrido por aquellos cerros intentando atrapar una totovía y el haber pasado muchas horas en las alamedas del río en los cálidos días de verano, comiendo moras de sus abundantes zarzas. Estas pequeñas cosas vividas hace más de 60 años impregnan nuestra mente y nuestros sentidos y entre todos conseguimos que afloren recuerdos olvidados; nos reconfortan y hace que nos sintamos unos privilegiados recordando aquellos años inmensamente felices, que sabemos que ya no volverán. Y pienso ¡que fácil resulta ser feliz! Somos los humanos los que complicamos las cosas, los que creamos la envidia, el rencor y el odio.

Nos juntamos personas de distintas profesiones, eso sí, todos jubilados, con distintas inclinaciones políticas, residentes en Almería, Granada, Málaga y Murcia. La única condición que ponemos es la prohibición de hablar de política durante el encuentro, a pesar de estar viviendo durante los últimos días un sunami, cuyas consecuencias aún no conocemos; pero funcionó perfectamente. La entrañable amistad que nos une, junto a los recuerdos de una época dorada, nos hace rejuvenecer y disfrutar de una amistad que está por encima de cualquier otra circunstancia. Nuestro amigo Juan, emprendedor y trabajador infatigable, creó una gran empresa en el sector panadero y apareció con un gran pan artesano, de algo más de 5 libras, impresionante y delicioso que nada tiene que ver con esa cosa que normalmente comemos a diario aunque le llamemos pan. Sobre su crujiente corteza figuraba escuetamente a relieve “ALCOLEANOS 40”. Algunos de los asistentes empezábamos a tener algunos problemas con el oído y con la vista, por eso uno de los temas de conversación fueron los médicos y los fármacos y comparábamos la medicina de los 40 prodigiosos con la actual. Con la comida bebimos vino de la tierra y su sabor se potenció en nuestras bocas y en nuestros corazones hasta extremos insospechados. El Cortijo de las Estrellas no es un nombre caprichoso, que le ha dado su dueño, aunque tampoco le irían mal El sosiego, El Remanso de Paz o simplemente El Mirador. No se trata de ninguna mansión de las muchas que levantaron los indianos al volver ricos de América. Es simplemente un cortijo sencillo, construido en pendiente en la Sierra de Gádor frente al Mulhacen y La Alcazaba; se encuentra aislado de cualquier núcleo urbano, semi escondido entre grandes árboles del cielo, madroños y olivos y rodeado de un frondoso monte bajo que estos días muestran sus mejores colores y un profundo aroma que lo inunda todo mezcla de ahulagas, cantuesos y tomillos. Por las noches un manto azul colgado de un cielo diáfano y transparente nos permite la contemplación de millones de estrellas que son testigos mudos de nuestras vidas en este entorno silencioso, misterioso y plácido roto a veces por el canto lejano de un búho, que nos invita a la esperanza y a la vida.

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