La noche del 19 de noviembre de 1975, quien escribe esta crónica estaba a primera hora en la Plaza de la Basílica nº 19 de Madrid. Era la oficina política de Adolfo Suárez y otros nombres de la política, la empresa, la universidad y profesiones liberales que conformaban el núcleo de una incipiente Asociación política que tras meses de preparación y espera se pudo inscribir como Unión del Pueblo Español (UDPE). En la primera convocatoria de la Junta se votó una Directiva que designó como presidente a Adolfo Suárez. Allí se reunían casi a diario para preparar y redactar un proyecto que abriera España a vías de participación política con el objetivo común de incorporarse al concierto de países europeos ya recuperados de la devastación de la II guerra mundial. Se perfilaba el post franquismo una vez hubiera fallecido Francisco Franco.
El Director del diario Pueblo, Emilio Romero, tuvo una reunión con su paisano Adolfo Suárez y le hizo un comentario sobre un joven almeriense que había terminado los estudios de Periodismo con una tesina en la que oralmente expuso una visión de futuro de España orientada a la integración en las naciones democráticas a las que nos unían lazos de proximidad, cultura y tradiciones. Aquello pareció interesarle a Adolfo Suárez. Recibí un sobre con un tarjetón dentro, se me invitaba a una reunión en la Plaza de la Basilica, nº 19. Acudí a la hora indicada y aquella entrevista cambió mi vida para siempre. Tras una larga conversación, me pidieron que esbozara parte de aquel trabajo Fin de Carrera. Franco aún vivía y los servicios de inteligencia tenían fama de eficaces. Adolfo intuyó mi asombro y sonrió; puede usted hablar con franqueza, hemos leído una copia de su trabajo, no ha de sospechar algún problema, y a continuación me fue nombrando a quienes estaban en aquella sala de reuniones, notarios, abogados, empresarios, alcaldes, procuradores, registradores de la propiedad, magistrados, catedráticos, abogados del Estado, etc. Me tranquilicé y tras una media hora concluyó mi exposición.
Adolfo Suárez y Fernando Abril me hicieron pasar al despacho y me propusieron un trabajo como director de comunicación. Tras una pausa para llamar a mi mujer, acepté. Me incorporé al día siguiente y poco a poco fui comprendiendo y tomando notas de aquel proyecto. Me pidieron que asistiera a algunas reuniones y al finalizar redactara un resumen a modo de acta para archivar, según los temas tratados preparaba una nota de prensa o un comunicado que enviaba a los medios de información de la época. En aquella oficina trabajábamos cinco personas, Suárez me llamaba con frecuencia a su despacho para comentar los periódicos y las noticias de radio y televisión. Observé un trato amable y de vez en cuando compartía alguna confidencia sobre la situación y el futuro posible. La cuestión candente aquellos meses era el deterioro de la salud de Franco. Había superado una tromboflebitis y se reincorporó a la Jefatura del Estado pero su estado mostraba un deterioro creciente. Hasta que enfermó gravemente y fue trasladado al Hospital de la Paz.
Suárez y la Junta Directiva seguían a diario la evolución del enfermo. A mediados de noviembre llegó la noticia de Radio España Independiente informando del fallecimiento de Franco. Pronto fue oficialmente desmentida . Suarez tenía algunos contactos con el equipo médico que atendía a Franco, aunque el no comentaba con nadie recibía llamadas que supuestamente le informaban de la realidad sobre la situación del enfermo. Convocó a algunos directivos y les dijo que habría que estar muy atentos día y noche. Me pidió que me quedara por la noche y que preparara un comunicado para los medios informativos, redacté tres distintos con diferentes supuestos. Le llevé los tres textos, escogió uno de ellos y añadió una frase muy acertada. Algunas tardes llegaba su esposa Amparo y mi esposa Olga embarazada de mi primer hijo para acompañarnos. Y así pasaban las horas con enorme atención a la radio y al teléfono en el despacho de Adolfo.
La noche del 19 de noviembre sonó el teléfono y salimos fuera del despacho, serian las 23 h y había rumores que llegaban de la Paz. Tras unos minutos salió Adolfo y nos dijo a su cuñado Aurelio y a mí que fuéramos a tomar algo. El no quiso bajar y tampoco pidió nada. Cuando subimos a la oficina estaba reunido con Fernando Abril y otros directivos, observé las miradas serias y el silencio expectante atentos al teléfono. Volvió a sonar y algunos salimos del despacho, pero pudimos oír las exclamaciones de Adolfo. Franco había fallecido aquella noche, la noticia se dio la mañana siguiente, 20 de noviembre de 1.975. Tras comentar el suceso y sus inmediatas consecuencias protocolarias nos dijo que podíamos irnos a casa y que estuviéramos en la oficina a las 8 de la mañana.
Mi mujer me preparó un traje oscuro y así fue como asistí al sepelio de Francisco Franco en la Plaza de Oriente el 20 de noviembre de 1.975 acompañando a la Junta Directiva de UDPE. Estaba viviendo un momento de la historia reciente de España sin percatarme plenamente de lo que aquello significaba.