Hace años que no escucho el discurso del rey. Esa noche tan especial suelo dedicar mi tiempo al Cardenal Mendoza en su mejor versión espirituosa, el Gran Reserva, primorosamente envejecido en barrica de roble.
En esa circunstancia establezco diálogos con el fallecido Cardenal y me susurra la inutilidad de perder el tiempo escuchando vacuidades hilvanadas por artistas del hilado de palabras sin otro objetivo que pretender la solemnidad de lo inútil. Retrocedo en el tiempo y me pregunto; ¿ha habido alguna utilidad de los mensajes del rey desde que comenzó este ritual de apariencias?. Retrocedo a mis archivos y resulta evidente ; ningún mensaje navideño del rey ha aportado alguna utilidad pública. Pocas tradiciones tan ritualizadas y tan previsibles como el discurso de Navidad del rey. Cada 24 de diciembre, a las nueve de la noche, millones de españoles, cada año menos, se interesan por el mensaje del jefe del Estado. Un mensaje que hoy, frente a la zozobra política, la polarización cainita y el colapso institucional, no alumbra alguna idea que fuera constitucionalmente asumible.
Leo el discurso en la prensa. Como está previsto fue un mensaje sereno, perfectamente gramatical y vaciado de sustancia; podría ser leído por un busto parlante o incluso por un óleo de la Zarzuela. El rey no gobierna, no legisla, no propone, y ni siquiera opina. Se limita a estar, a representar. Y en eso es justo reconocer que cumple con una dignidad formal . Poco más. Decía Ortega que el Estado no es una superestructura decorativa, sino “la organización técnica de la previsión”. Pero el mensaje del rey no prevé, es un sermón de buenas intenciones formuladas en gerundios anodinos: “avanzando”, “dialogando”, “construyendo”. Palabras que flotan como pompas de jabón que se pierden en el aire. En otro tiempos remotos , estos discursos pretendían ejercer un cierto magisterio moral. Hoy, apenas consiguen tapar el ruido de fondo del telediario que le precede. Pero es lícito preguntarse si tiene sentido seguir tratando al pueblo adulto como si fuera un rebaño infantilizado al que basta con ofrecerle una voz grave, un decorado solemne y una bandera al fondo. En tiempos en que se cuestionan los cimientos del Estado de Derecho, y la propia monarquía, el papel de la Corona parece más cerca del escaparatismo ceremonial que de la verdadera influencia institucional.
La utilidad del mensaje navideño del rey ha quedado reducida a su dimensión litúrgica. Es un acto de presencia. La situación política acumula tensión y cierta sensación limite y España necesita algo más, necesita voces lúcidas, comprometidas que alumbren soluciones a los problemas reales .En estos tiempos de fragmentación, impostura y mediocridad, el silencio reflexivo puede resultar más honesto que la cortesía ritual. Nada tan vacío como las buenas palabras sin consecuencias. El rey se limita a leer unos cuantos folios cuidadosamente preparados para no disgustar a nadie, difícil equilibrio. Repite meticulosamente uno a uno los problemas que embargan a la sociedad, la precariedad laboral, el reto de la vivienda, los extremismos, lospopulismos, la polarización( detesto esa palabra) sustituta de la tensión ,el desprecio, la difamación del adversario, la confrontación política, No menciona lo más sórdido; la refriegas en el gallinero del Congreso, los gestos soeces entre parlamentarios, el lenguaje insultante, las mentiras , las maniobras contra la integridad territorial, los pactos para socavar el orden constitucional, la fractura del Estado de Derecho, o la corrupción. Todo eso que empapa los noticiarios de las cadenas de televisión. No lo hace porque no puede, su única misión es actuar como un mediador con el arte de las buenas palabras condenado de antemano al fracaso. Puede que esa sea la función “moderadora” de la monarquía. Por estos motivos la noche del 24 de diciembre suelo continuar mis conversaciones entre polvorones, turrones catando villancicos mientras el rey trata de cumplir con su papel, esa noche como actor principal, después de un año de ausencias y silencios en momentos cruciales de nuestra compleja actualidad política. Las reacciones de los partidos políticos todas previsibles e inútiles; los partidos mayoritarios respaldan el mensaje en tanto que los partidos rupturistas y comunistas se muestran muy críticos; Sumar se siente decepcionado, Podemos censura la “desmemoria” del rey al no mencionar la dictadura, los partidos secesionistas le reprueban, bla, bla, bla.
Recuero mis años jóvenes cuando estudiaba en un colegio religioso, un viejo y entumecido fraile que además de sordo, siempre se sonaba la nariz, se encargaba de darnos una hora de clase, comenzaba a hablar sin perder ritmo y continuaba durante una hora hilvanando palabras para no decir absolutamente nada. Al terminar se santiguaba y nos decía, “ha terminado la clase de oratoria y retórica”. Un día un alumno avispado le dijo; perdone que le pregunte, ¿esto para que sirve?. El viejo fraile respondió”. Algún día sabréis para que sirve, o tal vez no”. Hoy me sigo preguntando el significado de aquella respuesta cuando leo el discurso del rey.