Los frailes de Santo Domingo
Con frecuencia oigo referirse a monjes y frailes, así como a monasterios y conventos, como si se tratase de una misma cosa. No es que sea una barbaridad, porque cosas comunes ambos tienen, pero conviene precisar las diferencias para no incurrir en error. Los monasterios y sus monjes viven alejados de las poblaciones, aunque algunos con el paso de los años y de los siglos hayan dado lugar al nacimiento de una población en torno al mismo; se dedican en general a la oración, la contemplación y el estudio de la Biblia; trabajan la tierra de su huerta y se auto abastecen de los alimentos necesarios para la subsistencia. Un convento por el contrario se ubica dentro de una población y en él viven frailes con un ministerio activo de ayuda a la comunidad de su entorno. Pues bien, hoy vamos a hablar de los frailes del convento de Santo Domingo, los dominicos, de Almería. Se trata de una orden mendicante y OP (Orden de Predicadores) Esta orden fue fundada por Santo Domingo de Guzmán en 1216.
La obsesión de la reina Isabel la Católica siempre fue la evangelización y expansión del cristianismo y por eso en 1492, apenas incorporada Almería a la España cristiana, los Reyes Católicos fundaron el Real Convento de Santo Domingo en nuestra ciudad. Para que construyeran el templo y el convento los RR.CC. les donaron a los frailes una antigua mezquita, ya convertida en iglesia, donde se veneraba a la Virgen del Rosario y unas casas viejas, casi derruidas, que en su día fueron propiedad de un rico moro. Para que tuviesen su propia huerta le dieron también el terreno comprendido entre la Calle Real y la actual Calle de Martínez Campos aproximadamente y desde las casas hasta el mar. La tierra estaba plantada de palmeras y tenía una gran noria, que la abastecía de abundante agua.
Según Orbaneja el terremoto de 1522 destruyó por completo el templo y el actual se levantó entre 1525 y 1550, donde aún aparecen elementos góticos mezclados con otros renacentistas. Los frailes dieron prioridad al templo y el convento no lo terminaron hasta 1728. En 1936 los pacíficos republicanos intentaron quemar el templo rociando las puertas con gasolina sin que lo consiguieran; pero en un segundo intento tuvieron éxito y amontonando los bancos de la iglesia, hicieron una gran pira que acabó derrumbando la techumbre y calcinando parte de la piedra. Esta hazaña no la busquen Vds. en la “memoria histórica” porque no figura en ella. El prior del convento de imborrable recuerdo, el Padre Ballarín, al frente de un grupo de buenos católicos, voluntarios y altruistas y predicando siempre con el ejemplo, se pusieron a desescombrar hasta dejar el templo preparado para su reconstrucción. Fue Jesús de Perceval el elegido para la reconstrucción del mismo, siendo el resultado espectacular, donde la ornamentación de la capilla mayor, el camarín de la Virgen y el púlpito son espléndidos. Perceval utilizó como adorno de las columnas que enmarcan la capilla mayor: conchas, anclas y veleros por si había alguna duda de la vocación marinera de la Virgen y de Almería. Los racimos de uvas con sus dorados frutos representan el empuje de la nueva Almería emergente.
En 1674 los frailes empezaron a construir una nueva sacristía. A principio del siglo XVIII, aprovechando que era obispo el dominico fray Manuel de Santo Tomás y Mendoza empezaron las obras para levantar el nuevo convento, que fue inaugurado en 1728; en 1887 se creó en el convento la Escuela de Artes y Oficios, que compartió instalaciones durante un tiempo con el Instituto Provincial. Este edificio no es otro que el que ocupa actualmente la Escuela de Artes y Oficios, cuyo nombre exacto ha tenido algunas variaciones a lo largo de los años. Cuenta Orbaneja que recién terminado el convento, los frailes crearon en él una escuela de árabe y hebreo para adoctrinar a mudéjares y judíos. Por fin en 1951 el Instituto, mi Instituto, se trasladó definitivamente a su actual ubicación en la Calle Javier Sanz.
La plaza donde se encuentra el Santuario de la Virgen del Mar, ha recibido alternativamente durante años los nombres de Plaza de Santo Domingo y Plaza de la Virgen del Mar. Bajo la sombra de los ficus de la plaza un busto de Ballarín permanece en silencio como testigo excepcional y guardián del Santuario de Nuestra Señora de la Mar.
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