Hace unos días leía un artículo de Thomas Friedman sobre el, desde su punto de vista, irremediable acercamiento entre Estados Unidos y China que la inteligencia artificial (IA) va a propiciar. Su tesis es que, dado que la IA va a terminar formando parte de una cantidad abrumadora de bienes y servicios, a las dos superpotencias que comandan esta revolución no les va a quedar más remedio que ponerse de acuerdo en unas reglas de funcionamiento comunes para que continúe el comercio de bienes entre los dos países. Prevé una especie de «coopetencia».
La IA es gaseosa. La IA está convirtiendo a la información en ubicua. Literalmente, va a estar en cualquier parte: en el reloj inteligente, en una prótesis de cadera, en los centros de formación, en cualquier empresa y en casi cualquier bien y servicio con el que operemos. Esta naturaleza ubicua es la que terminará por obligar a los dos gigantes a acordar unos mínimos técnicos y, más urgente, éticos y morales que les permita a ellos y a todos los demás usar una IA confiable y segura. En el artículo incluso bosqueja un sistema de supervisión internacional. Me encantaría que tuviera razón, pero me temo que actualmente hay más motivos para que ocurra justo lo contrario: una división profunda entre dos o más bloques en los que los países se alinearán en función de sus intereses y necesidades. Me explico.
Un sector estratégico. Pocos aspectos de nuestra vida van a quedar exentos de una ración directa o indirecta de inteligencia artificial. De ahí que tanto Estados Unidos como China consideren a esta incipiente industria como estratégica para su futuro. Y lo es hasta el punto de que uno y otro está haciendo lo posible para ralentizar el avance del contrario. EEUU limitando el acceso de las empresas chinas a semiconductores de alto rendimiento y China dificultando el acceso de las empresas extranjeras a recursos escasos pero necesarios para el desarrollo de esta industria (basada en procesadores), como son las tierras raras. Y esto es algo que no solo ha sucedido bajo las administraciones de Trump, sino que también pasó durante el mandato de Biden.
Neomercantilismo. Trump en Estados Unidos y muchas fuerzas políticas por todo Occidente están haciendo resurgir un nacionalismo económico parecido al de los siglos XVIII y XIX. La riqueza se ha dejado de ver como una tarta que puede crecer gracias al comercio y vuelve a ser monolítica. Hemos vuelto a un mundo en el que el poderoso ejerce y «abusa» de su poder para extraer el máximo beneficio a costa de los demás. Las relaciones internacionales se han dejado de ver como un espacio en el que construir consensos –aunque solo fuera para salvar la cara de cara a la galería y a la historia–, para convertirse en un tablero de Risk. Si no existe la idea de beneficio mutuo a través del comercio, difícilmente se podrán labrar acuerdos en torno a la IA.
No se percibe riesgo de apocalipsis. Durante la Guerra Fría la URSS y los Estados Unidos fueron conscientes de que la carrera armamentística llevaba a la destrucción mutua, pero no existe esa percepción –al menos, no todavía– en torno a la IA. Los dos grandes contendientes piensan que tienen bazas suficientes como para triunfar. En el lado americano, la victoria es visualizada como la materialización de su anhelo de recuperar la grandeza perdida (con traducción en términos de empleo y riqueza). Y en el lado asiático es la manera de mantener la ventaja comercial para seguir exportando, ya que el mercado interior no parece capaz de generar la tracción necesaria para mantener los ritmos de crecimiento a los que aspira el país.
Desconfianza. Una de las aplicaciones más inmediatas de la IA generativa es la desinformación. Y esa es una baza que todos los países están usando y, dentro de las propias democracias liberales, están sirviendo para polarizar la opinión pública y sembrar la desconfianza. Hoy, en Estados Unidos existe un clima de polarización extrema que anula la confianza. Por último, es perfectamente posible –tanto técnica, como económicamente– un futuro en el que convivan diversos ecosistemas de IA incompatibles entre sí, con las consecuencias de compartimentación comercial y social que ello conlleva. Aunque, en un futuro en el que dejemos en manos de la IA (recordemos que ya hay modelos autoprogramables) cada vez más espacios de decisión humana, bien podría ocurrir que la del bloque chino se pusiera de acuerdo con la del bloque americano para volverse compatibles y disfrutar del poder conjunto que genera la cooperación…