Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

La lealtad del enemigo y el enemigo de la lealtad

Reclamar lealtad es síntoma de necesidad porque aquella es un don que se concede voluntariamente y no una obligación impuesta

La lealtad del enemigo y el enemigo de la lealtad La lealtad del enemigo y el enemigo de la lealtad

La lealtad del enemigo y el enemigo de la lealtad

Los Hablar de lo mismo continuamente, además de llevar al hartazgo, denota el vacío que se vive en este tiempo, aunque por el contrario exista silencio en algunos e incontinencia verbal en muchas. La sensación es que procrastinar las decisiones hasta hacerlas innecesarias o cazcalear por el territorio patrio parecen actividades mas lucrativas que la búsqueda del bien común. A todo lo más que se alcanza es a reclamar permanentemente lealtad y patriotismo a los demás, sobre todo, cuando los intereses de uno se atascan en el mismo lodazal en el que cayeron otros.

Reclamar lealtad es síntoma de necesidad porque aquella es un don que se concede voluntariamente y no una obligación impuesta. Esa entrega de la voluntad personal que supone ser leal, se hace cuando existe una causa digna a la que servir, como es el bienestar general, que supere un interés individual, como es alcanzar el poder sin más. En ese reclamo persiste la tendencia a anular al individuo y suplantarlo por agrupaciones sociales y organizaciones no-gubernamentales, que llevan a la persona al anonimato en una asamblea.

Lo sucedido en tiempos pasados recuerda que la lealtad de un grupo forma parte de la utopía. El colectivo desleal acostumbra a ser un cabeza de turco al que se endosan las faltas propias que termina por ser el irresponsable legal al que nunca poder sentar en el banquillo. La lealtad está en la voluntad de la persona y, por paradójico que se piense, cuanto más se demanda menor es la respuesta que se obtiene, porque un don es un regalo gratuito, nunca la retribución por un servicio. El pago de una lealtad es la deuda de una deslealtad.

Aún en la guerra se reconoce la lealtad del enemigo. Esto sucede cuando el adversario guarda idénticos principios a los nuestros en su comportamiento, aunque las elevadas causas que cada uno persigue sean distintas. Tener los mismos valores y principios, el patriotismo entre ellos, propicia la reconciliación tras una guerra. La historia del siglo XX da muchos ejemplos, aunque me quedo con el de Japón y Estados Unidos de América tras la Segunda Guerra Mundial, donde la victoria estadounidense se cimentó a largo plazo sobre el reconocimiento de la lealtad japonesa tras la derrota. Las guerras se adormecen cuando nadie reconoce ni al vencedor ni al vencido y se enquistan cuando desaparece la magnanimidad del vencedor y persiste el odio del vencido.

En la actualidad se llevan a la ficción episodios épicos donde virtudes como la lealtad son protagonistas. Recientemente se calificaron las series mas destacadas del año, entre ellas la inglesa "Downton Abbey ", la crónica de una saga familiar que ensalza el triunfo de la lealtad en las relaciones humanas envueltas como parte de las costumbres domésticas de las familias británicas. Sucedió algo parecido años atrás con "Forest Gump" donde la virtud de ser simple del protagonista vence a las adversidades con bondad en el comportamiento y sentido común en el pensamiento. Me da que ambos casos cumplieron el principio de formar además de entretener.

Contrasta todo ello con el entorno de lo español. En la realidad, se arman entrevistas para crear falsarios estados de opinión, se montan tertulias para dar apariencia de contraste de pareceres con monólogos, o se alardea de profundos razonamientos con declaraciones donde la incontinencia verbal del orador tan sólo hace exclamar ¡qué bien habla!, porque es imposible entender ni una idea, ni una sola palabra, de lo que dice. La ficción mediática nacional, como consecuencia o tal vez como fundamento, se apoya en series construidas sobre ardides tramposos que muestran pseudo-realidades como parte de la vida corriente, o se cargan de aparentemente sesudos programas de divulgación donde brillan superficiales prejuicios sectarios. Me da también que es así porque, sin causa elevada, es difícil formar y entretener a una sociedad en lealtad.

Si en la realidad política y en la ficción mediática españolas todo se da con contrapartida, es fácil encontrar al enemigo de la lealtad en nuestras filas. Presumo que está presente desde los años en que se mercadeó con tres donaciones que los españoles recibimos gratis: una tierra común donde vivir, un idioma universal con el que hablar y una historia grandiosa con la que ser reconocidos en el mundo. Tres elevadas causas que merecen ser leales con España.

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