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La Rambla Obispo Orberá en la actualidad es una de las calles más populares de Almería. El Teatro Apolo, el Colegio de la Compañía María, el Mercado de Abastos, la Escuela de Música, junto con algunas cafeterías y bares, entre los que destaca la Bodega Aranda por su antigüedad y últimamente su gigantesco aparcamiento subterráneo, han contribuido a la popularidad mencionada. Pero ¿quién es el personaje que da nombre a la calle y qué hizo por Almería?. Pues bien José María Orberá y Carrión nació en Valencia en 1817 en el seno de una familia humilde; su padre era zapatero y él también aprendió el oficio e incluso trabajó durante algún tiempo como zapatero en el taller de su padre. De vocación tardía, ingresó en el seminario, y fue ordenado sacerdote el 1 de diciembre de 1850.
En 1862 se trasladó a Santiago de Cuba como provisor (proveedor o abastecedor) del arzobispo de aquella ciudad Calvo y Lope. Tras el fallecimiento de su arzobispo, el recién proclamado rey de España Amadeo de Saboya nombró como nuevo arzobispo de Santiago de Cuba a Pedro Llorente, sin contar para nada con la Santa Sede. Orberá, como era su deber, se negó rotundamente a darle posesión y como consecuencia de ello fue a la cárcel. En realidad estuvo condenado 3 veces: la primera estuvo recluido en el seminario, la segunda en una cárcel y la tercera en un castillo. El Papa Pío IX lo llamó Mártir de Cuba. Quiero resaltar que en Cuba el magistrado de la audiencia Tomás Rodríguez Sopena (padre de la almeriense beata Dolores Rodríguez Sopena) estuvo siempre a favor de Orberá.
El 6 de abril de 1876 don José María Orberá se presentó en Almería como nuevo Obispo de la diócesis. En 1879 con motivo de las terribles inundaciones que asolaron las comarcas de los Vélez, Huércal-Overa y Cuevas de Almanzora se movió de forma extraordinaria por Valencia y Cuba principalmente, recaudando limosnas en dinero y víveres y repartiéndolos entre los damnificados. Su gran esfuerzo dio su fruto y consiguió un total de 150.000 pesetas, que en aquellos años era una auténtica fortuna. El siglo XIX empezó en nuestra provincia con el gran terremoto de 1804 y a lo largo del mismo se sucedieron grandes periodos de sequía, terribles riadas y epidemias de todo tipo, que ocasionaron grandes pérdidas humanas y económicas. Durante el cólera que azotó nuestra ciudad en el verano de 1885 el Obispo Orberá montó dos cocinas, una en el Barrio de Belén y la otra en el de San Juan, en las que repartían alrededor de mil comidas diarias. Él personalmente se movía por todos los barrios para ver las necesidades, comprándoles camas y ropa a los necesitados y visitando a los enfermos en hospitales y en sus domicilios. Su preocupación más importante fue siempre la de atender a los necesitados, es decir practicar la caridad.
Entre las obras materiales que levantó, cito el Seminario Conciliar de San Indalecio y el Seminario de San Juan para seminaristas sin recursos económicos. Otra de sus obsesiones fue la lucha contra el analfabetismo y la incultura y para ello fundó el Colegio de San Blas de las Siervas de María. También reorganizó los conventos de las Puras y de las Claras, que desde la desamortización (1836) se encontraban en un lamentable estado y apenas sin monjas. Seguramente que su obra más conocida es el Colegio de la Compañía de María, el colegio de mis nietos, concebido para educar a ricos y pobres. Antes de escribir este artículo, he querido ver la losa, situada en el altar mayor de su iglesia, bajo la cual reposan sus restos y mi corazón se ha impregnado de su espíritu. Pero no fue solamente la capital almeriense la que se vio favorecida por sus obras. Trajo un grupo de religiosas al antiguo convento de franciscanos de Vélez Rubio, para que se dedicaran a la enseñanza. A su celo se debe la construcción en unos casos y arreglo en otros de los templos de Cantoria, Arboleas, Lubrín, Garrucha y Turre y de la iglesia de los Remedios en Serón y la de San Miguel en la Loma de Serón. Tras su muerte repentina, estando en Madrid, ocurrida el 23 de noviembre de 1886 el Ayuntamiento de Almería le dedicó una calle, que perdura, y acordó erigirle un monumento en la Plaza de la Catedral frente al Palacio Episcopal. De esta segunda parte nunca más se supo y reivindicar ahora su construcción casi siglo y medio después, sería ridículo y extemporáneo.
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