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Uno de los rincones con encanto más emblemáticos de Almería, al menos para mi, es la Plaza de Careaga y las calles de su entorno inmediato. Nuestro historiador local Tapia Garrido, que pasó muchas tardes de su niñez jugando en esta plaza, pues nació en el número 7 de la Calle Lope de Vega, que está a su espalda, la describía “como un patio interior, en el que aún se remansa el sosiego”, y así es, a pesar de los bloques de pisos que en su día levantaron. Esta plaza sigue siendo un remanso de paz, que disfruta del sosiego de los monasterios, exenta de ruidos, que invita al paseante a sentarse en uno de sus bancos a descansar y dejarse impregnar por el recuerdo de lo que Almería fue en tiempos pasados y sobre todo en el siglo XIX. Pero hay una hora mágica para esta experiencia que es al atardecer, cuando la oscuridad de la noche le empieza a ganar la partida a la luz solar y poco a poco, adquiere protagonismo la moderna esfera, que como un símbolo universal empieza a emitir destellos luminosos que transforman el suelo en una calida alfombra multicolor que homenajea a la luz, soleil, lumiere...La mejor época del año es precisamente ahora, en primavera.
Como no podía ser de otra forma, esta plaza también tiene su leyenda, en la que se cuenta que en tiempos pasados, cuando aún existía la Inquisición, había en esta plaza un palacio propiedad de un noble, al que la Inquisición lo juzgó, alegando que utilizaba prácticas de brujería, lo cual en aquellos tiempos de antaño era considerado una herejía. Fue sentenciado a morir quemado en la hoguera y el noble antes de morir maldijo la plaza y juró vengarse de todos los que lo habían condenado. Vayan tranquilos, ha pasado mucho tiempo y esta maldición seguro que ha prescrito.
Hace algunos días cuando invité a mi amigo Pedro a visitar la plaza, que le encantó, lo primero que me dijo fue: pero ese apellido de Careaga no es de aquí, me suena a vasco. Efectivamente el apellido procede de Arrigorriaga, desde donde vino con 4 navíos de guerra Juan Ochoa Ortiz de Careaga, para ayudar al Rey Fernando a la conquista de Granada. Durante las campañas de 1488 y 1489 Juan Ochoa transportó con sus barcos víveres para abastecer al ejército cristiano desde Sevilla hasta la playa de Garrucha (Almería) año en que El Zagal entregó Almería. Una vez conquistada Granada se quedó en nuestra ciudad como poblador, como hicieron otros muchos nobles. En el siglo XVII Ortiz de Careaga emparentó con los poderosos Avís Venegas descendientes de Yahya el Nayar (El Infante de Almería) descendiente a su vez de los reyes de Granada. En 1806 el Rey Carlos IV concedió el título de Marqués de Torre Alta en favor de José Avis Venegas de Careaga. Frente a mi está la mansión de los Marqueses de Torre Alta, construida a mediados del S. XIX. Pero la casa solariega de los Careaga estuvo en el lado norte de la plaza, donde estaba la fachada principal, pero dando también a las calles de Emilio Ferrera y a la Calle del Arco. El arco se construyó para unir el palacete con un granero que tenían al otro lado de la calle.
Sentado en mi banco, recreo mi memoria recordando el mosaico que había en la Calle del Arco, al salir de la plaza, en un recodo a la derecha con la efigie de la Sma. Virgen del Mar. A ambos lados del mosaico había sendos farolillos con luz tenue que daban a aquel rincón un toque de paz y misterio que nos invitaba a los niños, imitando a los mayores, a persignarnos cuando pasábamos por delante del mosaico. Este mosaico fue colocado al terminar la Guerra Civil, en recuerdo del oratorio que hubo en su día, en este lugar que fue propiedad de los Marqueses de Torre Alta.
No es solo la plaza, sino todas las calles que confluyen en ella, las que rezuman historia, escrita en sus fachadas, balcones y en las cornisas de piedra tallada de sus casas señoriales, las que nos recuerdan el esplendor de la Almería del siglo XIX que a pesar de los franceses, y de las convulsiones políticas, gracias a la minería, el esparto y la uva de barco, Almería floreció. Abandoné mi retiro temporal bajando por la calle Campomanes y siempre me detuve unos instantes en la recoleta placita de Julio Alfredo Egea, para dirigir una última mirada a la impresionante fachada barroca de la que fue mansión de los vizcondes del Castillo de Almansa; hoy es sede del Archivo Histórico Provincial de Almería.
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