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El Imperio Romano alcanzó en el siglo II su máxima fortaleza militar y administrativa, y con ello su mayor expansión territorial, llegando a abarcar desde las costas del Océano Atlántico, por Occidente, hasta las del Golfo Pérsico, por Oriente, y junto a ello, la propia dinámica de expansión llevó aparejada una larga serie de relaciones y contactos de tipo comercial.
Por todo esto, llegó un momento en que las aguas del Océano Indico y del Mar Rojo, se vieron cruzadas en todas direcciones, sobre todo una vez se aprendió la técnica de gobernar los barcos al aprovechar los vientos monzones que colmaban sus velas, ya que los barcos a remos, como las galeras, no llegaron a aparecer en aquellas aguas. Esto hizo posible que surgiesen algunas factorías comerciales en lugares tan lejanos como Bengala, y hasta en la misma China, del mismo modo que antes habían aparecido en las costas africanas orientales y atlánticas con las que comercializaron más al sur de Sierra Leona y Zanzíbar, en factorías a las que llegaban las caravanas de Malí y Sudán.
Durante el Medievo, la herencia geográfica del mundo romano, con mayores o menores variantes, se mantuvo en el mismo grado de expansión, y por tanto, desde el punto de vista de los viajes de exploración en busca de nuevas tierras, quedaron limitados a los llevados a cabo a viajes atlánticos de cabotaje por el litoral africano. En estos siglos, el Mediterráneo fue el Mar por excelencia, a través del cual se comercializó con Oriente, de donde llegaron hasta Europa productos de lujo como alfombras persas, sedas, porcelanas chinas, objetos exóticos y sobretodo especias. Los comerciantes europeos navegaron hasta el extremo oriental del Mediterráneo y allí, en puertos sirios o egipcios, compraron productos de Oriente a los comerciantes musulmanes. Los mercaderes musulmanes conseguían estos productos viajando por mar hacia la India, o por tierra por la famosa "Ruta de la Seda" que llegaba hasta China. Pero la expansión del Imperio Otomano, con la caída en su poder de Constantinopla en 1453, dejó esta ruta comercial en sus manos, con lo que el comercio de Europa con Oriente quedó bloqueado, obligando a los europeos a buscar nuevas rutas. Y en la carrera para llegar a Oriente eludiendo el control turco, estando nosotros inmersos en nuestra Reconquista, Portugal se nos adelantó siguiendo a lo largo de todo el siglo XV la ruta costera de África, llegando al extremo austral del continente para rodearlo y subir hacia el norte hasta llegar a la India. Así alcanzó aquel objetivo eludiendo el control turco y adueñándose del comercio de la seda y las especias del Oriente. En el siglo siguiente llegó a Catay y, más tarde, a Cipango y a Timor, y creó una red de alianzas y de comercio.
Concluida la Reconquista, nuestra Nación se lanzó a burlar el cerco islámico y agresivo del Imperio Otomano y sortear a los portugueses que controlaban la ruta por el Cabo de Buena Esperanza. Una opción, la más peligrosa, fue la de abrir una a través del "Mar Tenebroso", que es el nombre con el que se conocía al Océano Atlántico. Antiguamente se creía que el mundo terminaba donde se situaban las columnas de Hércules (el Estrecho de Gibraltar), y aunque más allá de esas columnas continuaba el mar, se creía que si se navegaba hacia el Oeste, en un momento determinado, ese mar, que era tan plano como la tierra, se acababa y los navegantes se precipitaban hacia un vacío que nadie sabía qué era.
Siempre hubo marinos valientes que se atrevieron a ir más allá de las columnas de Hércules para costear África. Pero fue Cristóbal Colón el primero que se atrevió a atravesar ese Mar Tenebroso, que dio paso a los descubrimientos geográficos más trascendentes de la historia y provocó cambios y transformaciones definitivos en la Humanidad. La realidad geopolítica de Europa y del Mediterráneo, sufrió un cambio incuestionable, en lo que podríamos definir como la primera globalización. Cuando Juan Rodríguez, conocido popularmente como Domingo de Triana, la madrugada del 12 de octubre de 1492 gritó "¡Tierra, tierra a la vista!", la historia de la humanidad cambió para siempre. El hispanista estadounidense Charles F. Lummis (1859-1928), en su libro "Los exploradores españoles del siglo XVI", escribió que, "a una nación le cupo en realidad la gloria de descubrir y explorar la América, de cambiar las nociones geográficas del mundo y de acaparar los conocimientos y los negocios por espacio de medio siglo… Y esa nación fue España…".
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