Arboleas y Turre: ¿dónde está la pobreza?

Economía

Son los dos municipios con menor renta per cápita según el Atlas de distribución de la renta en los hogares del INE

Sus alcaldes creen que la estadística no es realista

Vista de Turre desde la ermita de San Francisco. / Javier Alonso

Los municipios de Arboleas y Turre están distanciados 27 kilómetros en línea recta (unos 45 km por carretera que se recorren en 35 minutos de coche). Uno, en la comarca de Almanzora; el otro, en el Levante Almeriense. Cada uno de ellos cuenta con sus propias peculiaridades pero ahora están unidos por una fatídica estadística publicada por el Instituto Nacional de Estadística: son los pueblos más pobres de la provincia de Almería. Pero, ¿dónde está la pobreza?

Atendiendo solo a los datos fríos, los que proporciona el Atlas de distribución de renta de los hogares del INE, cada habitante de Arboleas sobrevive con apenas 7.429 euros anuales. Y en Turre la renta media per cápita es solo 10 euros superior, es decir, de 7.439 euros al año. Una miseria, sobre todo si se compara con la cifra del municipio más rico de España, Pozuelo de Alarcón, donde cada vecino ganó una media de 26.009 euros anuales. Todo ello son cifras del 2020, el año más marcado por el confinamiento, los ERTE y la destrucción de empleos.

Una mañana cualquiera, las calles de Turre y Arboleas están llenas de vida: unos las barren, otros van de la carnicería a la pescadería, con bolsas blancas y verdes a cuestas; los jubilados charlan al sol en un banco de una plaza o sentados alrededor de la mesa de la terraza de cualquier bar. Siguen su vida ajenos a la noticia del INE. “¿Que somos los más pobres? ¡Venga ya!”, dice uno de ellos cuando le preguntamos su opinión. No se sienten menos ricos que los de pueblos vecinos, y seguramente es que realmente no lo sean.

Una calle de Arboleas, con una de las casas más modernas del pueblo. / Javier Alonso

“El problema de las estadísticas es que dos y dos no siempre son cuatro”, dice Cristóbal García, el alcalde de Arboleas. Cree que los datos del INE “son totalmente falsos; con números equivocados”, pues no han tenido en cuenta las circunstancias particulares de su municipio. Y es que de los casi 4.700 habitantes censados, “3.000 son pensionistas; 2.500 de ellos extranjeros”, explica. Cree que el estudio deja fuera del cálculo los ingresos de esos jubilados, en su mayoría británicos, que viven en los 20 núcleos de Arboleas. “Si se divide la riqueza fiscalmente controlada por la población de derecho da como resultado una cifra irreal”, lamenta García. Da por hecho, pues, que muchos de los ingresos de sus vecinos no se han contabilizado.

Al igual que Arboleas, Turre también es uno de los municipios almerienses con una mayor colonia británica: “alrededor de un 30% de los censados”, según la alcaldesa, María Isabel López. De hecho, esa es una característica que se repite en otros de los municipios más pobres según el INE: Partaloa y La Mojonera. Para Cristóbal García “es una barbaridad pensar que municipios tan prósperos como Turre, Níjar, La Mojonera o Arboleas sean pobres”.

Extranjeros en bares de Arboleas. / Javier Alonso

La palabra pobreza se asocia, de inmediato, a imágenes de zonas chabolistas, parques llenos de indigentes o, al menos, casas humildes. Pero basta un breve paseo por Arboleas para comprobar que la realidad es muy distinta. “Solo hay que ver los coches que tiene la gente: un Lexus, un Porsche, un Audi”, dice Ángel López, propietario del restaurante Azabache. Después de casi tres décadas tras la barra del bar conoce muy bien los entresijos del pueblo y sus vecinos: “casi todos los que tienen casa aquí, en el pueblo, tienen también otra en la playa”, asegura. De hecho, como apunta el alcalde, “Arboleas es uno de los municipios de Almería con las viviendas más caras”. A vista de pájaro (o de dron) destacan las manchas azules de las 1.533 piscinas que hay censadas por el Ministerio de Hacienda. Es la tercera localidad de Almería en este aspecto, solo por detrás de Roquetas de Mar (2.029) y de la capital (1.836).

Es miércoles a mediodía y en la terraza del Azabache, en pleno centro de Arboleas, comen decenas de extranjeros. “Podría decirte a qué se dedica cada uno y dónde viven y te aseguro que ninguno es pobre”, dice Ángel López. Pero quizás sean una minoría. ¿Qué pasa con otros segmentos de la población como, por ejemplo, los jóvenes? “Los que han estudiado grandes carreras se han ido a diferentes ciudades de España, pero luego hay otros que son muy emprendedores y montan su empresa y se quedan en el pueblo; en el polígono industrial tenemos más de 60 pequeñas empresas”, explica el alcalde.

Ángel López y su familia regentan el Restaurante Azabache, un termómetro de la vida arboleana. / Javier Alonso

Así, lejos de perder población, como sucede en otros municipios del interior, Arboleas sigue creciendo: las oportunidades laborales asociadas a la construcción, fontanería, jardinería y agricultura, entre otros sectores, sumado a la llegada de extranjeros que buscan un sitio donde vivir tranquilos su jubilación, lo convierten en un municipio en auge (actualmente tiene casi el triple de población que hace 20 años). “El problema de la despoblación lo pasamos en los años 80”, cuenta el alcalde. Asegura que lo fundamental para fijar la población (y aumentarla, en su caso) es que todos los vecinos tengan los servicios necesarios, independientemente de donde vivan: “si alguien necesita internet de alta velocidad en lo alto de un cerro, tenemos que hacer lo posible para que lo tenga”, dice Cristóbal García.

La realidad vs la estadística

Regresemos a Turre. En la Plaza de la Constitución, apoyados en un muro que queda a la sombra, conversan tres jubilados. Uno de ellos es Sebastián Gómez. “Aquí no hay pobreza, pero sí que es cierto que hay mucha economía en negro”, asegura. Ese dinero quedaría fuera del control fiscal y, por lo tanto, de la estadística del INE. Por otro lado, está “la gente que vive de ayudas” y que según Sebastián son muchos en el pueblo.

Sebastián Gómez, jubilado, frente a la Plaza de la Constitución. / Javier Alonso

A pocos metros, Francisco vende lotería en el quiosco de la ONCE. En apenas cinco minutos pasan por allí hasta cuatro personas para comprar el décimo del día. Él lleva pocos meses trabajando allí (antes estaba en Vera), pero nota que se vende más que en otros pueblos. ¿Son pobres persiguiendo el sueño de ser ricos? ¿O cuando uno es pobre no gasta su dinero en lotería, pues hay otras necesidades más urgentes? Quién sabe.

Francisco vende los cupones en el quiosco de la ONCE que hay en la plaza. / Javier Alonso

Junto a la plaza está el Covirán de Anabel. Es uno de los cuatro supermercados que hay en el pueblo. “Llevo diez años teniendo el súper y yo no he notado que la gente compre menos o haya más pobreza”, asegura. En cambio, Juan Moreno, que tiene una pescadería en el Paseo de la Rambla, sí que percibe un bajón en las ventas. “Se vende menos que antes, a pesar de que el pescado es uno de los productos que menos ha subido de precio”, dice desde detrás del mostrador.

Juan Moreno ha notado una bajada de las ventas de pescado. / Javier Alonso

Cerca de la pescadería está el ayuntamiento, que en estos momentos dirige María Isabel López. Ella, como muchos otros, se sorprendió al ver el Atlas de distribución de renta de los hogares. “Si tú vienes al municipio, lo que ves no concuerda con lo que dice esa estadística”, afirma. De hecho, cree que tiene unos buenos servicios públicos para ser un municipio de apenas 3.900 habitantes. “No somos Huércal-Overa, pero tenemos Servicios Sociales, escuela de adultos, una guardería, instalaciones deportivas nuevas, un colegio estupendo e, incluso, el parque de Bomberos del Levante que da servicio a la comarca”, dice la regidora.

Todo ello, junto a una buena comunicación con la Autovía del Mediterráneo y con los municipios costeros como Mojácar, convierten a Turre en un municipio atractivo para vivir, en opinión de la alcaldesa. “Son muchos los jóvenes de la zona que eligen Turre para comprar su primera vivienda o alquilar, porque los precios son más bajos”.

Rubén Piñero es uno de los peluqueros de Turre. / Javier Alonso

La mayoría de los jóvenes turreros no abandonan el pueblo. Muchos trabajan en empresas de la zona y otros montan sus propio negocios. Abundan los bares, las peluquerías (incluso una canina) y diferentes servicios relacionados con la construcción. Una de esas barberías la regenta Rubén Piñero, de 29 años. “El negocio va bien, no somos ricos pero tampoco vivimos mal”, dice el peluquero.

Roy Sampson es un británico que lleva cuatro años viviendo en Turre. / Javier Alonso

La comunidad británica —esa que quizás pase desapercibida para las estadísticas del INE— también aporta su parte a la economía local. “Tienen sus propios negocios, como bares y tiendas”, dice la alcaldesa. Roy Sampson es uno de ellos. Aunque su aspecto es juvenil, ya está jubilado. Llegó a Turre desde Londres hace cuatro años. Baja de su coche (un buen todoterreno) y llena una garrafa de agua en la fuente que hay junto al ayuntamiento. “Yo no veo pobreza”, dice en inglés, sorprendido al conocer la estadística. Muchos de sus compatriotas viven en lujosas casas con piscina en la sierra. ¿Dónde está la miseria?

Viviendas cercanas a la ermita de San Francisco, en Turre. / Javier Alonso

Paseando por la calle Sorroche se accede a El Barrio, donde habitualmente viven personas de etnia gitana. Aquí contrasta el aspecto de algunas casas (de las más bonitas del pueblo, seguramente) con otras más humildes, sobre todo las que se amontonan a los pies de la ermita de San Francisco. Allí sí hay imágenes que uno podría asociar con la pobreza: en una de las casas, un enorme cartel publicitario hace de techo donde alguna vez hubo uralita. Algo más abajo, en una esquina de la calle Nava, Juan José Fernández descansa en una silla. “Hay gente más pobre y más rica, como en todos sitios”, dice, y asegura que en el barrio mucha gente tiene trabajos temporales, por ejemplo “las mujeres en los hoteles de la playa”. También incide en un problema ya mencionado por varios vecinos antes: “mucha gente vive de ayudas”.

Melchor Navarro y sus amigos, todos jubilados, durante la tertulia matutina. / Javier Alonso

La mañana avanza y no para de circular gente por la plaza. Unos repartiendo en furgonetas, otros van a la tienda, al quiosco o a sacar dinero al cajero. Desde una mesa, un grupo de jubilados observa el tiempo pasar, con un cafelillo o una copa de coñac. Melchor Navarro, quien fuera concejal hace más de una década, es uno de los que forma parte de la tertulia matutina. “Hemos venido a ver cómo vivís en el pueblo”, le decimos. Él, lo tiene claro: “aquí se vive de puta madre”, con perdón.

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