Coronavirus Almería

Ana Pérez, una centenaria vida al servicio de los demás en tiempos de pandemia

  • La gadorense ha cumplido un siglo en la residencia Ballesol ajena a la crisis sanitaria y lejos de su familia, también confinada

Ana Pérez ha cumplido un siglo de vida.

Ana Pérez ha cumplido un siglo de vida.

Ana Pérez Roca nació un 18 de abril de hace ahora justo un siglo en la pequeña y entrañable localidad de Lucainena de las Torres en el seno de una familia humilde y trabajadora. Hace unos días celebraba por sorpresa en la residencia Ballesol de la capital su cumpleaños con el personal sanitario de esta empresa geriátrica. Un gesto que consiguió arrancarle una sonrisa. Es una heroína porque cumplir cien años está al alcance de muy pocos. Sus hijos José y Ana no pudieron acompañarla físicamente pero desde la distancia le regalaron un ramo de flores y su amor infinito a través de una videollamada por Skype. Esta maldita pandemia ha dividido a familias enteras y destrozado muchas vidas. Pero la de Ana aún sigue aferrándose a la esperanza.

Le cuesta ya hablar pero “sigue siendo tan buena y cariñosa como siempre”, confiesa su hijo a Diario de Almería. “Ha sido muy triste no estar con ella para celebrar sus 100 años”, añade. Suele visitarla cada semana pero ahora no puede. También vive confinado en su casa. Con 64 años y ciertas patologías achacables a su edad, salir a la calle supone demasiado riesgo. Lo mismo que a su hermana Ana que tiene 60 y que es la que diariamente la visita y la mima ya que tiene más facilidad que José debido a sus obligaciones profesionales.

"Inicialmente mi madre estuvo ingresada en una residencia de Alhama de Almería, pero teniendo en cuenta la distancia y las dificultades de desplazamiento para ambos hijos, hicimos todas las gestiones posibles e inimaginables para trasladarla a la residencia Ballesol de Almería capital donde hasta la fecha ha recibido los mejores cuidados imaginables de un equipo humano extraordinario", explica su hija.

"Fue muy triste tener que celebrar su cumpleaños únicamente por videoconferencia pero tenemos que agradecérselo a la residencia Ballesol porque es un gesto muy bonito y que quedará gravado en mi corazón para siempre", añade Ana. 

Ana, la centenaria cumpleañera, no es consciente de la crisis sanitaria que ha paralizado el mundo. El suyo, mucho más pequeño y conformado por cuatro paredes, sigue siendo un lugar idílico y confortable en el que recibe mucho cariño a diario y donde la paz es su mejor compañera. Si la Guerra Civil y las décadas de postguerra de hambre y miseria no pudieron con ella, tampoco lo va a hacer este virus. Le faltan demasiados galones.

Su vida es un ejemplo de sacrificio, trabajo y esfuerzo. Su padre, Diego, forestal de profesión y su madre, ama de casa, se mudaron pronto a vivir a Gádor. Una localidad que se convertiría desde ese momento en su pueblo natal. Tuvo once hermanos aunque tres de ellos fallecieron a una corta edad. Desde pequeña ya tuvo que ayudar a sus padres en las tareas del hogar y también a cuidar y criar a sus hermanos. No tuvo oportunidad de pasar demasiado tiempo en la escuela “pero era una mujer muy inteligente”. Ahí forjó su carácter altruista con el que muchos vecinos de Gádor la recuerdan pese a que ya no la ven pasear por las calles de la Villa.

Allí conoció a Daniel Díaz con el que contrajo matrimonio. Era cuatro años menor que ella, una diferencia de edad a su favor que por entonces suponía ir a contracorriente de lo políticamente correcto. Pero el amor triunfó y de él vinieron a la vida José y Ana. Tocó entonces criarlos, como ya hizo con sus hermanos antes, y ser ama de casa. “Es la madre más maravillosa del mundo”, afirma su hijo. Repartía cariño y sonrisas mientras Daniel, agricultor, se afanaba en la tierra. Conseguir un sustento no era fácil. Eran otros tiempos y nadie te regalaba nada. Vivieron muchos años en un cortijo de Gádor, rodeados de frutales y después ya se mudaron al pueblo.

Ana junto a su marido Daniel hace varias décadas. Ana junto a su marido Daniel hace varias décadas.

Ana junto a su marido Daniel hace varias décadas.

También cuidó de sus padres hasta el final de sus días. Su gran corazón nunca tuvo tiempo para decir no. Para dar de lado a los que la necesitaban. Ahora sus 4 nietos y sus 7 biznietos se lo compensan con muchos besos y abrazos. Los achaques físicos le imposibilitan moverse en exceso. Ya lo hizo durante décadas cuidando a los demás, también a su marido con el que vivió sus últimos meses de vida en la residencia Ballesol. Ambos entraron juntos pero Daniel murió a los pocos meses. Vivieron hasta cumplir los 90 años en Gádor. “Eran autosuficientes, nosotros les ayudábamos pero al final tuvimos que llevarlos a la residencia para que tuvieron el mejor cuidado posible”, explica su hijo. Allí Ana enviudó pero nunca perdió la sonrisa y las ganas de vivir. Una energía que le ha permitido coquetear con la fórmula de la inmortalidad.

Las dos Anas, madre e hija, en la residencia Ballesol. Las dos Anas, madre e hija, en la residencia Ballesol.

Las dos Anas, madre e hija, en la residencia Ballesol. / (Almería)

Sus arrugadas manos y su férrea e impoluta melena blanca desvelan una intensa vida. Después de tantos años velando por los demás, Ana también merecía ser cuidada como una reina. “Aunque ya no habla, te mira y sabe quién eres y en esos ojos aún se refleja su bondad y cariño”, afirma José.

La hija de Diego el forestal, como la conocen en Gádor, hoy sigue mirando por la ventana de su habitación. Aún recuerda perfectamente el olor a azahar de ese mar de naranjos donde creció rodeada de los suyos. Los echa de menos. El coronavirus ha roto su vínculo más directo. Pero no ha quebrantado su espíritu servicial y su amor por sus hijos, sus nietos y sus biznietos. Toca bregar por el 101 en tiempos convulsos, diferentes, extraños, de encierro. Ilusión y ganas no le faltan pese a que su boca sea cada vez más parca en palabras. Feliz centenario, Ana.

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