Clases de español (y de vida) para migrantes en Roquetas: "Es lo mejor que me ha pasado nunca"
Poniente
Mercedes Aloza imparte cursos de lengua y cultura que son un aprendizaje bidireccional y un acicate contra los prejuicios. "No tiene precio saber que has formado parte de estas personas", afirma
Apenas el 20% de los habitantes de Roquetas de Mar viven allí desde que nacieron
Existe un lugar en Roquetas de Mar que se ha erigido en una suerte de santuario en favor de la inclusión, la cultura, el aprendizaje y en contra de los prejuicios. La Oficina de Inmigración, uno de los departamentos del área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de la ciudad, lleva a cabo desde hace más de 30 años clases de lengua y cultura española para facilitar la integración en el país de personas migrantes. Y es que la realidad del municipio roquetero ha ido cambiando en las últimas décadas al compás del crecimiento que ha experimentado, habida cuenta de que en él conviven una amplia gama de nacionalidades. No en vano, apenas el 21% de la población es roquetera de cuna; casi el mismo porcentaje (20,4%) de ciudadanos que son de procedencia extranjera, según datos del INE.
Con esta 'foto', los esfuerzos por favorecer la inclusión e integración social de todo aquel llegado desde fuera han sido estoicos por parte de los distintos estratos sociales, adaptándose a una realidad que no es hoy la misma que hace tres décadas.
Bien lo sabe Mercedes Aloza Fernández, una de las tres profesoras que en la actualidad se encarga de impartir estos cursos que no solo se limitan a dar a conocer el idioma al alumno, sino a dotarle de herramientas para desenvolverse en su rutina diaria. Se les enseñan las cuestiones más elementales como leer o escribir, pero también el funcionamiento del sistema sanitario y administrativo español, de la Seguridad Social, o cómo ir a la compra o elaborar un curriculum vitae.
Mercedes es licenciada en Filología Hispánica. Apenas había acabado sus estudios cuando dos compañeras trabajadoras sociales le presentaron la existencia de esta iniciativa que estaba entonces en ciernes. Desde un principio lo tuvo claro; se preparó las oposiciones y finalmente aprobó y logró esa plaza. Desde entonces por sus manos han pasado realidades de todo tipo: desde alumnos completamente analfabetos, hasta quienes no saben siquiera agarrar un lápiz, llegando a otros que vienen con una carrera bajo el brazo de su país de origen. A todos les une un denominador común: su predisposición por aprender y encontrar un futuro mejor que el presente que dejan atrás.
Comienzos difíciles
El Edificio Polivalente del Puerto, el centro de Servicios Sociales y los Cortijos de Marín son los tres espacios del municipio donde se desarrollan estos cursos, impartidos en la actualidad por tres profesoras en módulos de cuatro meses y retomados en marzo de 2024 tras el parón obligado por el covid que cesó casi 30 años de actividad ininterrumpida.
No ha sido, pues, una trayectoria fácil; ningún comienzo lo es. Los primeros cursos eran impartidos por dos profesores a en su mayoría hombres que trabajaban en el campo, pero pronto fueron creciendo en número y variando en cuanto al abanico de nacionalidades. "A principios de los años 2000 había mucha población de Europa del este y Marruecos", cuenta Mercedes. Posteriormente se creraron grupos específicos para mujeres y se ampliaron los horarios formativos, pasando a celebrarse en sesiones matinales y vespertinas.
"He tenido alumnos analfabetos que no sabían ni coger un lápiz y en unos meses ya estaban manejando el móvil y entendiéndolo todo"
El proceso que sigue cada alumno es, por tanto, distinto. Se dice que cada persona es un mundo y en este caso tiene más sentido si cabe. Aquí entran en juego realidades y contextos muy diversos. "Hay alumnos que desde un principio los ves y piensas: "Este en un curso despega", luego hay otros que sabes que van a necesitar más tiempo, pero en general en dos o tres cursos ya vas viendo que tienen autonomía", explica la docente. "He tenido alumnos analfabetos que no sabían ni coger un lápiz y en unos meses ya estaban enviando mensajes con el móvil y muy felices", abunda.
Hay casos de migrantes que abandonan la formación, sobre todo porque encuentran un trabajo o regresan a sus países de origen. Pero la tónica general refleja que la mayoría completan los cursos. Es por ello que la satisfacción de sus docentes cuando un alumno progresa alcanza cotas que son difíciles de explicar con palabras. "Lo mejor que me ha podido pasar en la vida es trabajar con este alumnado", explica entusiasta Mercedes, que no entiende la corriente de prejuicios y discursos racistas que se ha asentado en los últimos tiempos en parte de la sociedad española. "No conocen a la población inmigrante", lamenta. "Son muy agradecidos y tienen mucho para ofrecer y compartir si estás dispuesto a recibir", incide Aloza, que no esconde que hay una parte, como en todos los lugares, "que no son buenas personas".
"La población migrante que hay en Roquetas y acude a nuestras clases son gente estupenda, dispuesta a trabajar y a integrarse. Les gusta Roquetas, aman Roquetas y están contentos en Roquetas", argumenta, al tiempo que añade que es ella quien está aprendiendo de sus alumnos. "Tienen una cultura tanto o más rica que la nuestra y no estoy para nada de acuerdo con todo lo que está pasando. Yo siempre he pensado que cuanto más integrados estén ellos y más luchemos por esa integración, más fácil va a ser el futuro de las generaciones que vienen. Y con ello pienso en nuestros hijos. Y desde luego, esa ha sido mi idea desde que llegué aquí", apostilla la docente.
"Una alegría inmensa"
Mercedes guarda en su memoria el nombre y el camino de cada alumno que ha recibido sus enseñanzas. Ser testigo de su progreso, de ver que ya 'vuelan solos' es algo "que no tiene nombre". Recuerda el caso de un joven oriundo de Guinea-Bissau que llegó a las clases sin saber leer ni escribir. Tres años después obtuvo el carné de conducir. "Fue una medalla en mi corazón increíble", rememora. En idéntica situación estaba un joven que hoy trabaja en el aeropuerto de Barajas u otro que hace lo propio en la cocina de un hotel de Palma de Mallorca. También han recorrido caminos de éxito las mujeres. Recupera Mercedes el caso de una familia llegada desde Bulgaria. No tenían casa y dormían en la cocina del bar en el que trabajaban. Ahora viven muy cerca de la que fue su "maestra", como algunos la llaman. "Son casi vecinos, su hija está estudiando, ellos tienen un trabajo y están completamente integrados", cuenta.
"No tiene precio saber que tú has formado parte de esas personas"
Para Mercedes es una "alegría inmensa" saberse parte del crecimiento personal de sus alumnos. "Yo les digo que no me llamen 'maestra'; somos amigos y vecinos", expresa. "No tiene precio saber que tú has formado parte de esas personas que llegaron aquí con unas necesidades y ahora tienen su vida, su familia, su trabajo. Son parte de ti", apostilla.
Y es que esta filóloga con vocación de docente no solo transmite enseñanza, sino también confianza, empatía y comunidad. Su historia es la prueba de que educar va más allá de impartir clases: es sembrar vínculos, transformar vidas y dejar huellas imborrables en el corazón de quienes alguna vez buscaron un nuevo comienzo.
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