OBITUARIO

Don Juan de Haro, maestro ejemplar

  • Vera llora el fallecimiento de uno de sus vecinos más queridos

Juan de Haro en un acto celebrado hace unos meses en el colegio Reyes Católicos.

Juan de Haro en un acto celebrado hace unos meses en el colegio Reyes Católicos. / V. Visiedo P.

Vera está de luto por el reciente fallecimiento de un maestro ejemplar, don Juan de Haro Ramírez, modelo de ternura y sensibilidad, de talento y sabiduría, entre otras elogiosas virtudes innatas en él. Porque fue don Juan maestro, hay que matizar pronto, en la más amplia y hermosa acepción de la palabra. Maestro que enseñaba igual en las aulas que en la vida. Por su conducta y ejemplo en la calle, más allá de su importante magisterio desde la tarima, fue don Juan notable guía de muchas generaciones que lloramos ahora su adiós.

Persona sin artificio, excelente y genuino representante de la naturalidad y la sencillez, desplegó una gran capacidad en todos los órdenes, como la honestidad, el temple y la seriedad de sus enseñanzas, virtudes al fin que le hicieron aún más grande en la consideración que nos deja su figura. 

Juan de Haro Ramírez. Juan de Haro Ramírez.

Juan de Haro Ramírez. / Diario de Almería

Don Juan de Haro, a quien conocí siendo yo muy niño, cuando él era alumno -alumno aventajado, habría que advertir- de mi querido padre. Y aquí de aquel tiempo necesariamente tengo que juntar los recuerdos de los dos. Memoria de unos sentimientos que fueron doctrina de buena conducta y estilo de vida en perfecta simbiosis de apoyo, entendimiento y respeto mutuos. La confianza entre ellos era total, admirable hasta el punto de convertirse en garantía de absoluta tranquilidad cuando en ocasiones el maestro llegó a delegar en el alumno la responsabilidad de labores docentes en ausencias puntuales. 

Don Juan hizo la misma carrera, de Maestro Nacional, guiado en la conducta y el estudio por don Juan Miguel. Y para quienes puedan interpretar estas líneas como un rancio y exagerado halago, he de advertir que el "don" al maestro, en estos tiempos en desuso salvo muy honrosas excepciones, era en ambos más que un tratamiento protocolario que proyectaba principalmente el significado de grandeza humana.

Así llegaron a ser compañeros compartiendo aulas y tareas. Se fue don Juan Miguel y quedó don Juan para que todo siguiera igual. Mismo cariño y bondad, misma ciencia y erudición, el mejor estilo para enseñar. 

Y pido perdón a la familia por haber filtrado la figura de mi padre cuando este espacio debía ser exclusivo para alabar al maestro don Juan de Haro que nos acaba de dejar.

A la esposa, doña Paquita, con su nombre tal cual se la conoce, en un diminutivo que agranda el carácter angelical de su estilo, gracias por tanto cariño a su lado. Ha sido asimismo primero alumna y posteriormente también compañera de mis padres -ha de contar además doña Carmela en estos recuerdos-, abundando así en los vínculos profundos entre las dos familias. Qué maestros aquellos, sería un sacrilegio reprimir el elogio. Y sin perder el hilo, a los hijos y nietos que conforman la amorosa prole de la que don Juan ha disfrutado tanto inculcándoles la lógica como principal razón en la vida. 

En su día a día personal tuvo y desarrolló un amor y vocación especial para gozar de la naturaleza, el mar y el campo; como fue notable su ilustrada vocación por la música, la literatura, la pintura y el toreo, alimentos espirituales de esa ingenua convicción que define y delata a los grandes.

Su triunfo fue la candidez de la mano de la ilustración. Su arma infalible el respeto y la discreción, la prudencia y, por encima de todo, la religión y la fe. Que fue don Juan, como buen maestro, un hombre que al principio y al final de sus reflexiones tuvo siempre a Dios. Ese es su principal legado y el compromiso que nos deja para seguir su ejemplo.

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