Actores secundarios en el drama de la Pasión

Semana Santa

La iconografía los ha retratado con la mayor fidelidad posible sirviéndose de datos históricos y recogiendo elementos servidos por las leyendas

Las portadoras de la Verónica la lleva a su encuentro en la Plaza Circular.
Las portadoras de la Verónica la lleva a su encuentro en la Plaza Circular. / Javier Alonso
Julio Gonzálvez

01 de abril 2023 - 06:00

Entramos en la Semana Santa. Las celebraciones de estos próximos días y los signos que empleamos nos colocan entre el “recuerdo” y la “vivencia”. La Semana Santa en la calle es una representación, un teatro sin texto verbal pero con un lenguaje emotivo, un lenguaje hecho de músicas, de incienso, de saetas, de murmullos, silencios a los Cristos, de piropos a los pasos de palio y también algunos sollozos.

Las mismas procesiones de las Hermandades y Cofradías de nuestra Almería son recuerdo cálido y emocionado de los “pasos” que recorre Jesús.

Son muchos los personajes que comparecen en las diversas escenas que componen el drama de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. A lo largo del tiempo y de las más diferentes maneras, la iconografía los ha retratado con la mayor fidelidad posible sirviéndose de datos históricos y recogiendo elementos servidos por las leyendas. Pilatos, Anás, Caifás, Herodes, Barrabás y, por supuesto, los apóstoles son nombres asociados al desarrollo de las últimas horas de la vida de Jesús. A ellos habría que añadir grupos innominados como el populacho que pide a gritos su condenación o Comcel cuerpo de guardia que se pasó la noche burlándose de él y llamándole loco. Curiosas e interesantes, pero menos determinantes en la historia de la redención son las figuras de la muchacha que señala a Pedro como discípulo de Jesús antes de que cante el gallo, y la mujer de Pilatos que le aconseja que no se meta en líos que pueden traerle problemas. Las notas que siguen se refieren a personas muy concretas: aquellas cuya presencia se advierte en el camino del Calvario, en la Crucifixión, y en la sepultura del Señor. Son el Cirineo, la Verónica, Dimas y Gestas, Longinos, José de Arimatea y Nicodemo, personas individuales que tuvieron contacto con Jesús en las horas supremas de su pasión y su muerte. A ellas habría que añadir el grupo de piadosas mujeres que lloraban el verle tan destrozado con la cruz a cuestas y el grupo en el que estaba su Madre, que con el apóstol y evangelista San Juan, permanecieron al pie del madero hasta el último suspiro. Todos, salvo el ladrón, ayudaron a hacer más soportables los dolores de Cristo y le confortaron con su presencia y su amor en las horas amargas de suplicio, de la agonía, y de la muerte. Fueron testigos del sacrificio del Hijo de Dios, que murió por la salvación del género humano y, quizás sin saberlo, pusieron una nota de ternura y compasión en nombre de la humanidad redimida.

Muchos de los personajes no principales de la Semana de Pasión aparecen en los evangelios apócrifos y no solo referidos, sino con información que nos aproxima a ellos. Además, se citan algunas narraciones que complementan a los evangelios canónicos.

El cirineo

El que ayudó a Jesús a llevar la cruz

Es un personaje histórico, citado por el evangelio. Agricultor y padre de dos hijos, Alejandro y Rufo. Éste último debe ser el mismo que cita San Pedro en su carta a los romanos.

Simón, venía de las faenas del campo, se encontró con el espantoso espectáculo y con imposición autoritaria le requirieron para que ayudara a ese reo a llevar la cruz. Por su gesto, su nombre ha pasado a significar en el lenguaje común la actitud de una persona que ayuda a otra, preferentemente en una situación de dificultad.

Curiosamente, a pesar de que su colaboración fue tan eficaz como la de la Verónica, Simón de Cirene no ha pasado al martirologio, lo que parece indicar que su ayuda no fue prestada voluntariamente, sino a la fuerza.

La Verónica

Un paño con la cara grabada de Cristo

Según la leyenda, una piadosa matrona romana se abrió paso entre la multitud que presenciaba la subida de Jesús cargando con la cruz, dirección al Calvario. Se acercó a él y con un velo blanco enjugó el rostro del condenado a muerte. En premio a su piadoso gesto, el rostro del Señor quedó grabado en el paño.

La tradición ha reservado un puesto de honor a esta mujer. La sexta estación del vía crucis está reservada a esta escena cargada de ternura y amor. Apunta la leyenda que la Verónica entregó la tela con el rostro de Jesús al papa Clemente, en el año 88 y que éste la envió a una iglesia.

La onomástica de esta conmovedora y santa mujer está inscrito en el martirologio de la iglesia el 4 de febrero. La tauromaquia tomó de ella y de la acción el nombre de uno de los lances del toreo de capote.

Dimas y Gestas

Dos ladrones testigos del Calvario

En esta cima del monte Calvario tuvo lugar un diálogo estremecedor entre los tres ajusticiados que se debatían en una agonía feroz. Porque, como es sabido, Jesús fue crucificado en medio de dos malhechores. Uno de ellos, Gestas, le insultaba y le pedía que, puesto que se había proclamado Mesías, liberase del suplicio a los tres.

Su compañero de andanzas, Dimas, le recriminó su actitud, y con su confesión de la inocencia de Cristo mereció una de las palabras más consoladoras salidas de los labios de Jesús en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Dimas pasó al martirologio de la iglesia católica y celebra su onomástica el 25 de marzo. No así, lógicamente, el de Gestas.

Longinos

El soldado de la lanza

Murió Jesús. Pero había que certificar fehacientemente su muerte. Y para ello nada mejor que romperle las piernas. Eso hicieron con los ladrones, puesto que aún estaban vivos. El ver que Jesús estaba muerto, un soldado con una lanza le atravesó el costado, del que salió sangre y agua. En este costado abierto de Jesús la teología católica ha visto una preciosa simbología referida a la Iglesia.

La tradición ha identificado a este soldado con el centurión que, por encargo de Pilatos, vigilaba todo cuanto acontecía en el Calvario. Fue justamente este centurión quien al oír la última palabra de Jesús en la cruz no pudo reprimir su sentimiento y exclamó: “Verdaderamente, este hombre era justo”. Esa misma tradición le puso nombre: Longinos.

Este soldado, “se arrepintió, se convirtió, se hizo instruir por los apóstoles, vivió como monje 28 años en Cesarea, convirtió a muchos y murió mártir”.

José de Arimatea y Nicodemo

Los dos santos que enterraron a Jesús y velaron su cuerpo

Los evangelistas pintan al de Arimatea como israelita virtuoso y rico, pero cauto y prudente para seguir a Jesús. Una vez muerto, cumplió con señorío y piedad con la obra de misericordia de enterrar a Jesús como si hubiera recobrado de golpe la audacia que siempre le faltó. Lo bajó de la cruz, lo embalsamó con mirra y aloe, lo envolvió en un sudario blanco y lo enterró en su propio sepulcro, una tumba nueva que había excavado en la roca. Por precaución hizo rodar una losa para cubrir la sepultura, selló el sepulcro y quedó bajo la custodia de los soldados.

Por su parte, Nicodemo fue otro personaje dominado por el miedo, aunque se atrevió a oponerse al arresto de Jesús, sin convencer a sus colegas del Sanhedrín. Era una buena persona. Un hombre honrado. Llevó los óleos para ungir a Jesús y ayudó a José de Arimatea a desclavarle de la cruz y enterrarlo.

Su nombre también entró en el martirologio romano que coloca su fiesta de onomástica el día 3 de agosto.

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