Semana Santa 2022

El púlpito del Páter Góngora: El Señor de la historia

  • Esta pandemia ha sido un desafío existencial que nos ha de servir para fortalecernos desde la fe

  • La Pasión ilumina y da sentido a nuestra existencia

El páter Juan Manuel Góngora Matarín.

El páter Juan Manuel Góngora Matarín. / Diario de Almería

Cuenta una leyenda piadosa que un fraile, mientras paseaba por el denso bosque cercano a su abadía, iba reflexionando y cuestionándose cómo es el estar en presencia de Dios y si cuando él estuviese en el cielo se aburriría con el discurrir de la eternidad. En un momento de su andadura le llamó la atención el canto de un pajarillo que estaba cerca suya. El joven se quedó admirado por el gorjeo del ave y después de unos instantes amenos recreándose con el bucólico sonido, emprendió su regreso para llegar con tiempo a la oración de las Vísperas. Tras llamar al portón que encontró algo cambiado, salió a recibirle el hermano portero, el cual a pesar de identificarlo por su traje talar, no le conoció. El fraile extrañado ante aquel muchacho al que él tampoco reconocía, ni se correspondía con su hermano ostiario, le pidió que llamase al abad y así aclarar qué estaba sucediendo. El anciano abad llegó a la puerta donde estaba el fraile y al verlo, su rostro cambió súbitamente ante la inesperada sorpresa. Tenía delante de sus ojos y con el mismo aspecto juvenil, al hermano fraile que hizo los votos junto a él unos 50 años antes, que un día desapareció sin dejar rastro y jamás encontraron a pesar de los esfuerzos realizados en su búsqueda por toda la región. Ambos conversaron largamente, cayendo en la cuenta de que la experiencia vivida por el fraile, perdido y hallado, había sido un signo divino para que comprendiese que el mero hecho de contemplar una sencilla criatura y el tiempo transcurrido eran nada comparado con lo que Dios nos tiene preparado.

Han pasado dos años sin que hayamos podido vivir plenamente, entre otros acontecimientos que jalonan el calendario personal y social, la celebración de los misterios centrales de la fe cristiana: la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La pandemia del COVID-19 ha supuesto un ineludible antes y después que debemos superar. De manera similar al fraile de la leyenda, podemos tener la tentación de pensar que lo vivido ha sido un extraño paréntesis, pero lejos de ello, este tiempo ha sido un desafío existencial que nos ha de servir para fortalecernos desde la fe. Tristemente muchos de nuestros familiares y amigos ya no podrán compartir estas jornadas junto a nosotros. Sin embargo, los que continuamos en el peregrinar por este “valle de lágrimas” hacia el cielo, debemos tener clara una idea fundamental: Cristo ya ha vencido en la Cruz y no va a permitir que los llamados a unirnos a su victoria por el bautismo, padezcamos que la enfermedad y el sufrimiento tengan la última palabra.

Exposición del Santísimo en la Parroquia de San Isidro Labrador de El Ejido. Exposición del Santísimo en la Parroquia de San Isidro Labrador de El Ejido.

Exposición del Santísimo en la Parroquia de San Isidro Labrador de El Ejido. / Diario de Almería

Todo lo que sucede comenzando con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, hasta que Pedro se adentra en la cavidad del sepulcro vacío; forma parte del evento, en la plenitud de los tiempos, que ilumina y da sentido a nuestra existencia. Así lo entendió la comunidad cristiana primitiva y desde el primer momento ha sido, sigue siendo y será el hecho central a partir del cual brota la misión evangelizadora de la Iglesia, la proclamación del “kerygma”: Jesucristo es el Hijo de Dios, que hecho hombre en las entrañas purísimas de la Virgen María por acción del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien, invitando a la conversión, dando testimonio del Reino, murió en la cruz por nuestra salvación y resucitando ha roto las cadenas de la esclavitud del pecado y de la muerte. Estos días son fruto del acontecimiento histórico y concreto de una vez para siempre del cual, como memorial, la Iglesia nos llama a ser partícipes.

En la carta que el Papa Francisco redacta cada año con motivo del tiempo cuaresmal, nos ha invitado a los fieles católicos y hombres de buena voluntad a que “no nos cansemos de hacer el bien”, imitando a Jesús. En un contexto histórico como el actual, donde se nos presenta falazmente que todo es opinable, imbuidos en una frenética actualidad en la cual se promueve el olvido de que la verdad es la adecuación de la mente a la realidad... Es muy pertinente este laudable recordatorio: que el bien, reflejo del amor de Dios, ha de estar presente en nuestras palabras y obras con el objeto de vivir coherentemente como hijos suyos.

Uno de los mayores bienes recibido de aquellos que nos han precedido es la tradición viva de generación en generación. En cada lugar de Almería se vive de una forma peculiar, desde la pedanía más recóndita a los populosos barrios de la capital. Ante cierta parte de la sociedad que da la espalda a Dios mientras busca neciamente la “autorrealización” de la nada envuelta en el vacío, la Iglesia que peregrina en este rincón de España nos propone encontrarnos con Jesús en el camino del Calvario, reverdecer nuestras raíces en el seno de las parroquias y que las cofradías y hermandades proyectan catequéticamente en la calle tras una laboriosa preparación. Un tiempo de gracia en el que los bautizados de todas las edades convergemos en un mismo objetivo, dar testimonio público de la fe en Cristo: Cordero pascual, Salvador del mundo y Señor de la historia.

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