Al estilo de la escuela castellana

Caridad

Sobriedad, buen gusto, silencio y, sobre todo, ganas por seguir creciendo

El cortejo procesional se escuchaba a lo lejos gracias al siempre inquietante tañer de una campana.
El cortejo procesional se escuchaba a lo lejos gracias al siempre inquietante tañer de una campana.
Pablo Laynez Rodríguez

12 de abril 2009 - 01:00

El Viernes Santo es un día diferente al resto. La muerte de Jesús convierte los semblantes de todos los amantes de la Semana Santa en gestos de tristeza. Los sentimientos se transforman al ver cómo el negro se apodera del antepenúltimo día de la semana. La grandiosidad de las bandas musicales deja paso a la música de capilla. Las levantás ya no son aplaudidas. El público ha comprendido que el Señor está muerto. La Pasión toca a su fin con la expiración en la cruz de Jesucristo. El silencio se apodera de las calles de Almería.

Quizás la procesión que mejor simboliza estos valores es la Humilde Hermandad de San Francisco de Asís y la Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Caridad en su Traslado al Sepulcro, María Santísima de las Penas y Santa Marta. Su estilo es muy diferente al resto. La sobriedad es su estandarte. Es un soplo de aire distinto para una Semana Santa almeriense que gana muchísimo con esta variedad. Bien podría compararse con las majestuosas hermandades de Castilla y León. Una Semana Santa muy diferente a la del sur de España, pero que también destaca por su belleza.

La Caridad demostró en la calle que tiene ganas de seguir creciendo. En su segundo año pasando por Carrera Oficial, la Cofradía del Quemadero realizó una gran estación de penitencia, pese al intenso viento que hizo. Su paso por la Administración Vieja relució, bajo la tenue luz tanto de las farolas de esa plaza como de los cirios de los nazarenos, la belleza de un Cristo que yace muerto bajo una manta y es trasladado al sepulcro por Nicodemo, José de Arimatea y San Juan Evangelista. En su costado derecho, una profunda incisión realizada por un centurión romano, penetra entre sus costillas para desgarrar su maltrecho cuerpo, comido por las llagas.

Si ya de por sí la imagen lo dice todo, el tañido de la campana con la que se abre el desfile procesional pone los pelos de punta. Dos sonidos secos, dos golpes metálicos que profundizan en la raíz de los sentimientos de cualquier persona y la pone alerta. Justo detrás del muñidor, un penitente porta con fuerza la cruz guía, que aparece rodeada de un sudario.

Una larga hilera de nazarenos con un cirio apoyado sobre la cintura deja paso a una nubulosa de incienso. Como queriendo purificar el cuerpo de Cristo antes de su Resurrección, los monaguillos mecen con fuerza los incensarios. El humilde paso de misterio avanza con firmeza, apoyado por la música de capilla. Cerrando la procesión, un vía crucis recuerda que la Pasión termina hoy domingo.

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