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Minucioso trabajo en el panel y dulce miel

El apicultor Juan Alférez junto a parte de sus colmenas

El apicultor Juan Alférez junto a parte de sus colmenas / Javier Alonso (Almería)

El papel de las abejas en el ecosistema es fundamental, sin ellas no habría polinización y con esto la reproducción de plantas y alimentos dejaría de producirse, creando un desequilibrio total. Pero además de ello, gracias a este insecto, la población puede consumir el dulce más natural, la miel. Juan Alférez es un apicultor almeriense que cuida con mimo a estos animales; apasionado de la apicultura luchó contra viento y marea para poder llevar a cabo el trabajo en sus propias colmenas, el cual compagina con otras actividades agrícolas, pues tuvo que vacunarse durante 15 años debido a la alergia. Disfruta con esta actividad, sólo hace falta escucharle un rato para descubrir que esto más que un negocio es una afición.

La apicultura encaminada a la producción de miel ecológica, certificada por la CAAE, que practica Alférez es trashumante, cambiando de ubicación en función de la floración en el entorno. Para comenzar la temporada, este apicultor almeriense introduce unos ocho paneles en la colmena, de los cuales tres o cuatro son los que asientan el enjambre y los que tirarán de los demás, pues ellos son los que llevan crías y miel, asimismo, los otros ya llevan unas láminas de cera natural propia que Juan les ha hecho para que sobre ella trabajen y pongan sus crías. El resto queda a manos de la naturaleza. En torno a los 16 días, la colmena ya cuenta con una reina, que a diferencia del resto, que sólo come jalea real en los primeros tres días, ella tiene ésta como su consumo habitual.

Juan Alférez produce miel ecológica con 204 colmenas, que pueden albergar hasta 80.000 abejas por unidad

La producción de miel depende de la floración y el clima, en este sentido, Alférez detalla que no porque hay mucha floración tiene porqué haber más miel, puesto que si llueve mucho el agua acaba lavando el néctar de las flores que las abejas necesitan. Y es que el proceso arranca ahí, cuando las abejas absorben el néctar de las flores que visitan y lo guardan en su buche hasta llevarlo a la colmena, donde se lo llevan a las abejas obreras jóvenes, ya que ellas mismas están clasificadas cumpliendo cada una su función, así la reina, las obreras o los zánganos, que su cometido principal es fecundar a la reina. Mientras el polen lo destinan a las crías, ya que lo necesitan para, junto a la miel, alimentarse a partir del tercer día, el néctar es depositado en las celdas de los panales, donde continúa perdiendo humedad hasta llegar a su estado idóneo. Trabajan de día para pernoctar durante la nocturnidad. Una vez la miel está lista las abejas sellan las celdas con una película de cera. Pero como describe Juan Alférez: “Las abejas son un animal muy inteligente”, tal es así que la miel no sólo irá para consumo humano, les sirve como alimento propio además de para dar temperatura a la colmena, de hecho como buenas obreras, las abejas piensan en su futuro, fabricar la miel para la temporada de invierno. Por otro lado, cuando el apicultor detecta que el trabajo de los insectos ha menguado capta el mensaje de las abejas: en la zona no hay suficiente polen para continuar.

Para la extracción del producto final, el apicultor procede a castrar la miel, proceso que se suele hacer un par de veces al año. Para ello, lo primero que hace es coger el panel, lo sacude para liberarse de las abejas y en colmenas más pequeñas se lleva los cuadros; en su caso, él opta por no llevarse los paneles con crías para dejar seguir el ciclo. El que va a proceder a cargar antes de transportar lo lava y cepilla.

Abrir cada colmena precisa de todo un ritual, que se inicia con la vestimenta para evitar o minimizar al máximo las picaduras de este insecto, las cuales propician, sobre todo, al sentirse amenazadas. Por ello, antes de abrirlas, Alférez usa una fuente de humo, quemando esparto en un recipiente de acero, que dispensa ligeramente y con delicadeza para que no piquen o piquen menos. “Ellas piensan que hay fuego, así que lo primero que hacen es alimentarse con la intención de huir. Al llevar la barriga llena no pueden doblarse que es el gesto que hacen para picar”.

La apicultura corre por las venas de Juan desde bien pequeño. Todo comenzó cuando uno de sus tíos le regaló su primera colmena cuando el tenía unos nueve años. Ésta no tenía nada que ver con las de ahora que son de chapa. Como cuenta era de carrizo, fabricada como con una especie de caña fina. “Es algo que me gusta mucho, hasta el punto de que yo era alérgico a la picadura de abejas y me traté”. Estuvo más de una década vacunándose en Córdoba, lo que le ha valido para seguir con esta actividad, que sin duda le satisface y le sirve de distracción frente a los ajetreos diarios de los invernaderos, y para contar a día de hoy con unas 204 colmenas, las cuales pueden llegar a albergar hasta 80.000 abejas por unidad.

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