Semblanza televisiva

Antonio Sempere , 25 años como crítico: Mar Flores, Colombo y una baja por ansiedad

Antonio Sempere en los estudios de la Cadena SER en Villena

Antonio Sempere en los estudios de la Cadena SER en Villena

Andalucía es la comunidad con más opositores de toda España. La Valenciana, la segunda. ¿Dónde queda la vocación? Sobre todas estas cuestiones me preguntaba hace treinta años cuando di un volantazo a mi vida, y decidí cambiarla para siempre. Haciendo lo que me gusta. Perdiendo dinero. Pero consciente de que sólo se vive una vez. Sobre la historia de un crítico de televisión, que contra viento y marea siempre quiso serlo, van estas líneas. Hay destinos que están escritos de antemano, como el de quien suscribe o el de mi compañero de sección, Francisco Andrés Gallardo. Qué hubiese sido de nosotros sin la televisión, y sin un periódico donde volcar nuestras impresiones sobre ella.

Mientras estudiaba Magisterio ejercía de corresponsal de mi pueblo en el diario Información de Alicante. Pero no era más que una excusa para colarme en la redacción, sentarme junto a quienes se ocupaban de las páginas de Televisión, y escribir mis primeras críticas. Hablamos de los primeros ochenta y el periódico todavía pertenecía a los medios de comunicación del Estado. Aun así, notaba que no me tomaban muy en serio, y lo que es peor, que por aquello de cobrar las piezas (que a mí nunca me pagaron, todo un presagio) algún mal compañero intentó ladearme. Ya se sabe: nadie es profeta en su tierra. Y es mentira lo de Kapuscinski: todos los periodistas no son buenas personas.

A todo esto, sin ser David Leo, desde el mismo 1984 inicié una carrera de concursante en TVE, únicamente en programas culturales, intuyendo que del periodismo televisivo iba a ser muy difícil sobrevivir. Aprovechaba aquellas estancias en Prado del Rey y Torrespaña para tirar la caña en los medios. Pero siendo hijo de humildísimos trabajadores de la España de provincias era muy complicado meter un pie en alguna parte.

Pero el que la sigue la consigue. Por medio de las agencias de prensa especializadas, y más concretamente de Manu Leguineche y Pilar Cernuda, conseguí una colaboración diaria en Fax Press, de manera que mi columna, dictada tantas veces por teléfono a cobro revertido, llegaba a una veintena de diarios. Fue así como, a partir de un buen día, el Grupo Joly las incorporó y pasé a formar parte de esta familia. De ustedesPero rebobinemos en el tiempo.

Volvamos al año 1991. Había ganado mi coche en Locos por la tele, seguía ahorrando en mis concursos, pero a punto de cumplir los 30 años necesitaba un techo. Entonces, de un día para otro, me llegó la carta para incorporarme a la rueda de sustituciones de los profesores interinos. Llegaba a los centros el último, a rellenar huecos, y me podía ver impartiendo clases tanto a los más pequeños como a los de 2º de la ESO. Pedí un préstamo a esa Caja de Ahorros que después fue comprada por el Banco de Sabadell por un euro, compré un piso a estrenar por 7 millones de pesetas en el centro de mi ciudad, y respiré hondo.

Al segundo de haber tomado la decisión ya estaba arrepentido. No tenía paciencia para soportar las impertinencias que había que aguantar. Con total impunidad, los alumnos se dirigían a las compañeras mayores como ‘papiros’. Cualquier intento de impartir clase en un centro de la periferia era infructuoso. Muchas de las acciones cotidianas traspasaban todas las líneas que ahora ha impuesto el mundo ‘woke’: en esas aulas se practicaba el acoso, la ley del más fuerte, el machismo, la homofobia y todas las barbaridades que a un alma sensible como la mía pudiesen escandalizar.

El bono mensual del comedor escolar me costaba unas 5.000 pesetas. El resto de la nómina, hasta las 170.000 que cobraba, viviendo con austeridad espartana, lo ahorraba casi íntegro, por lo que pude salvar la hipoteca en cinco cursos, a pesar de no cobrar los veranos. Pero todavía continué uno más porque necesitaba un colchón por lo que pudiese venir. Siempre practiqué la enseñanza de ‘La cigarra y la hormiga’. Fui buena hormiguita.

A esas alturas estaba descompuesto. Mi médico de cabecera, que me conocía como si me hubiese parido, mirándome a los ojos y casi sin mediar palabra, me prescribió una baja por ansiedad.

Fue en este contexto cuando aparecí, tal vez muy inoportunamente, en La música es la pista, un concurso diario de sobremesa de Canal 9 presentado por Mar Flores. Recuerdo que en las pausas ella rogaba a los concursantes la ayudásemos si algo salía mal. La pareja ganadora continuaba grabando programas. Cuando comenzaron a emitirlos supe que me había metido en un charco. Y efectivamente, recibí la citación del inspector médico de Educación. ¿Quién se chivó? No le imagino sintonizando un programa tan malo e inocuo. No hacía falta tener las dotes deductivas de Colombo para imaginar el motivo de la convocatoria. La visita se resolvió en un par de frases. Debía regresar a mi puesto de trabajo en el plazo de 24 horas. Sin alterarme lo más mínimo, me dirigí al mostrador del registro, rellené un impreso renunciando a mi plaza, y regresé a casa con la sensación de que se me había quitado el mayor peso que cargaba encima. Esa noche dormí a pierna suelta. Cuando comuniqué a mis padres mi decisión, lloraron amargamente. Viniendo de los tiempos del pluriempleo y de una centralita en todo el pueblo para realizar las llamadas telefónicas, el paso que acababa de dar, a cambio de nada, era duro. Pero era mi vida.

En cierto modo nací aquella semana. Por lo que ahora celebro mis primeros 25 años de vida plena en libertad. A los que se suman los 30 ininterrumpidos ejerciendo de crítico televisivo en prensa. Lamento que nuestro sector haya encadenado una crisis tras otra. Pero desde estas humildes líneas recomiendo a cualquier joven que no malgaste su única vida en hacer lo que no le gusta. Merece la pena volcarse en lo que nos apasiona. Y al dinero que le zurzan. Tiene un valor muy relativo: lo que ayer valía 3, hoy vale 30. Comprendo a los que opositan y quieren seguridad, ¿cómo no les voy a comprender? Pero la vida, para algunos supervivientes, también es vocación, pasión, pura supervivencia, carpe diem. Tanto ahora que tenemos 60 como cuando teníamos 30. Creo que mi compañero de sección y de afición Francisco Andrés Gallardo me comprende muy bien.

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