Feria de San Lucas

Triunfo de Morante en Jaén con tres orejas en el esportón

  • Morante de la Puebla corta dos orejas a un noble toro de Sancho Dávila

  • La presidencia permite, antirreglamentariamente, lidiar un toro con seis años y devolver un toro por chico

Triunfo de Morante con el cuarto bis de Sancho Dávila

Triunfo de Morante con el cuarto bis de Sancho Dávila / Tauroemoción (Jaén)

La tarde en Jaén, que rezumaba aires de cante grande, dio comienzo con la terna pisando el tercio después del paseíllo, recibiendo la cerrada ovación del respetable. Un presagio de las ganas de ver a Morante en compañía de dos primeros espadas que en esta temporada han hecho méritos suficientes como para estar acartelados el próximo año en todas las ferias.

Y con la voluntad puesta sobre la mesa, la terna se encontró con un mal encierro de Garcigrande y Domingo Hernández, manso, descastado, desrrazado y envueltos de esa melindrosa nobleza que algunos tanto gusta. Y, por eso, pasó inédito el toreo entre sus astas; cuando no dejaron claro qué corría en sus entrañas, como fue el caso del primero, que nada más sentir el hierro de la puya salió despavorido como alma que lleva el diablo. Qué suerte de no ser cárdeno; de lo contrario, a lo mejor, hubiera acabado con las viudas sobre el lomo.

Y con estas mimbres, contra todo pronóstico, Morante tiró de medicina taurómaca para recetar doblones al inicio del trasteo, y conseguir así que el toro rompiera hacia adelante; todo ello, eso sí, marca de la casa, revestido con la solemnidad de sus muñecas. Se puso derecho y poco más pudo hacer. Un marmolillo al que dispensó elegantes muletazos con la diestra y efímeras acuarelas en el remate de las primeras series. La bonancible toreabilidad, tan efímera para la retina y el paladar.

El cuarto titular devuelto sin justificación alguna, dio paso a un sobrero de Sancho Dávila premiado, también sin justificación alguna, con la vuelta al ruedo. Mientras tanto, el diestro de la Puebla se entretuvo en mantear a su oponente con el percal, quedando inédito el toreo con el capote.

Templado el toro tras los primeros tercios, el inicio de faena tomó otros aires. Se rebosó en la franela y Morante, en los primeros compases, volvió a reunir el espíritu de la parroquia a favor de obra. Al hilo del pitón, corrió la muleta con la cadencia que acostumbra. Le cogió el aire a la embestida y con la izquierda sembró el espíritu que había estado suspendido en el aire durante la tarde. Preludio para un ensayo de improvisados recursos, preñados de la mejor torería, con los que rompió el olé y el alma de la plaza. El público, extasiado tras haber visto destapar el frasco de las esencias.

Esbozó el toreo a la verónica De Justo en el primero de su lote y confirmó, una vez más, la pasta de la que está hecha. Elegancia. El toro manseó en el caballo, repuchando el castigo, y la encerrona de la varilarguero contra las tablas, sin embargo, contó con todo el favor del público que se deshizo en loores hacia algo que, por definición, va contra aquello que lo debe ser la suerte de varas. 

Con luz propia brillaron los subalternos del diestro extremeño. La cuidada brega de Morenito de Arlés, con dos capotazos largos y por abajo, muchos debieron quitarse el sombrero. Emilio de Justo, en cambio, abusó de toreo perfilero en lo que duró la vida de Gracioso. Que, dicho sea de paso, de gracia no tuvo nada. Medias y moribundas embestidas que, a fuerza de voces, hicieron arrancar la música. Nunca Agüero, con sus castañuelas, habían sonado a nana y a música de dentista. Esa melodía que acompasa el tiempo de espera antes de que se ejecute la suerte de verdad, la que consagra y te pone arriba: la estocada. En la que, De Justo, es precisamente un verdadero maestro. Pero, para colmo, recetó un bajonazo.

Con las inercias de la tarde, y tras lo de Morante, no quiso Emilio de Justo pasar in albis. Larga cambiada de rodillas, Verónicas y delantales quisieron volver a encender al público pero no rompía el toro como para eso. En la muleta cogió el ritmo del animal pero la mansedumbre del toro, buscando las tablas, no permitió mayor lucimiento. Dantesca imagen la de un toro - ¿bravo?- perfilado en la misma puerta del chiquero. Ni los desatinos con la tizona del cacereño hicieron que el público animara, dispuesto a no dejarse un solo olé o un solo aplauso en la alforja.

Y por allí anduvo, también, Juan Ortega. Sin oportunidad ni lote, ni ganas tampoco de complicarse la existencia. Fugaces destellos de un arte y un estilo intuidos pero que no florecieron por la falta de toro e ilusión. Así despachó a su primero y así llegó al que cerraba plaza, el que más cumplió en el caballo, metiendo riñones en las dos entradas. Cogió la franela y estuvo ante la cara del toro, más dejándolo pasar que queriendo meterlo de verdad en la canasta. La gente prefirió que abreviara. Con Morante ya habían amortizado la entrada.

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