Nadie de nada
ALEMANIA, 2009, Ciencia-ficción. 138 min. Dirección y guión: Jaco Van Dormael. Intérpretes: Jared Leto, Sarah Polley, Linh Dan Pham, Diane Kruger, Rhys Ifans. Música: Pierre Van Dormael. Fotografía: Christophe Beaucarne.
Para una generación de espectadores hoy en la treintena, Totó el héroe (1991) fue una de esas películas-faro para definir una cierta mirada poética al despertar de la infancia, un posmoderno y aparentemente delicado filme de culto al que el tiempo le ha pasado por encima con tan poca clemencia como poder desmitificador. Ahí descubrimos al cineasta belga Jaco van Dormael, cuyas aspiraciones líricas se prolongaron en la remilgada y ya sí del todo excesiva El octavo día (1996), crónica on the road de la relación entre un ejecutivo en busca de redención y un joven con síndrome de Down.
Van Dormael ha tardado 14 años en cocinar su siguiente filme. Tanto tiempo de parón se explica al ver las ambiciones megalómanas de su nueva película, una coproducción europeo-canadiense de alto presupuesto rodada en inglés y con reparto internacional que se adentra en la ciencia-ficción con pretensiones visionario-románticas.
A partir de un (enrevesado) guión original, Las vidas posibles de Mr. Nobody propone un viaje a través del tiempo (¿quién dijo Kubrick o Spielberg?) que tira del arsenal de las nuevas teorías de la física cuántica, el efecto mariposa y un romanticismo bastante infantiloide para dar cuenta de las varias vidas posibles de Nemo Nobody (Jared Leto le presta su carita angelical y su perfil blandito), un niño-joven-adulto-anciano al que iremos conociendo, historias cruzadas mediante, a lo largo de sus diferentes existencias vitales a uno y otro lado del Atlántico e incluso en un futuro espacial imaginario.
Van Dormael crea varios mundos paralelos en tonos saturados y escenografías vintage, confunde astutamente -o porque no sabe hacerlo de otra manera- al espectador para desubicarlo convenientemente dentro de su narración múltiple, filma con eso que algunos llaman "potencia visual", pone músicas empáticas acá y allá y, llegado el momento, intenta resolver el desbarajuste con las explicaciones facilonas de turno.
El problema es que todo en su pretenciosa película respira un aroma de ingenuidad y candidez que se nos antoja muy poca cosa para tanta pirotecnia, tanto énfasis y tanto laberinto, una concepción del amor sin fronteras que en ocasiones se parece demasiado a la del Medem de Los amantes del Círculo Polar (con copia de escenas incluida), una idea de la trascendencia y la metafísica que, si bien es cierto que puede satisfacer a los amantes de la ciencia-ficción o la serie B, da un poco de risa si se mira con un mínimo de distancia, envuelta en un papel tan caro y tan lujoso.
No hay comentarios