175 años del primer sello español: símbolo de modernización y confianza
Filatelia
El hecho marcó el inicio de la globalización de las comunicaciones y la filatenia española
Correos celebra la efeméride con un sello conmemorativo primer sello del mundo, el Penny Black, de la reina Victoria
Día Internacional de la Filatelia
Este año se cumplen ciento setenta y cinco años desde la emisión del primer sello de correos español, aquel pequeño trocito de papel engomado, de apenas unos centímetros, que marcó el inicio de la globalización de las comunicaciones y de la filatelia española. Correos celebra estas efemérides con un sello conmemorativo, como ya hiciera en los aniversarios del centenario, del ciento veinticinco y del ciento cincuenta.
Casi nadie lo recuerda como un gran invento, pero no solo fue una innovación técnica o fiscal, sino un verdadero catalizador de cambios sociales. Permitió democratizar la correspondencia y la información. Hasta entonces, escribir una carta era un acto oneroso; el coste lo pagaba el destinatario, y las tarifas variaban según la distancia y el número de pliegos. Con el franqueo previo, el remitente podía pagar de antemano y asegurarse de que su carta llegaría a destino sin inconvenientes. Esto simplificó el sistema, redujo fraudes y, sobre todo, multiplicó el número de personas que comenzaron a escribir.
Impulsó la prensa y la cultura, dinamizó el comercio y facilitó el intercambio de ideas científicas. Su pequeño tamaño y su discreta naturaleza de papel quizás expliquen por qué ha pasado desapercibido entre los grandes hitos de la historia. Los cambios que generó son comparables a los provocados por el desarrollo de Internet y de las redes sociales, que han conectado a personas, comercio e información más allá de las fronteras, creando una verdadera red global de interacción y oportunidades. Hoy, nadie duda de que Internet es uno de los grandes inventos de nuestra historia.
La invención del sello postal fue un factor decisivo para la posterior creación de la Unión Postal Universal en 1874, que agrupó a países de todo el mundo bajo normas comunes para la circulación de correspondencia. Antes del sello, el correo internacional era complejo, caro y fragmentado, con tarifas distintas y sistemas incompatibles entre naciones. Gracias al franqueo previo y a la estandarización que los sellos permitieron, fue posible coordinar tarifas, regular tiempos de entrega y garantizar la seguridad de las cartas más allá de las fronteras. El sello, así, dejó de ser solo un instrumento nacional y se convirtió en símbolo de cooperación internacional, facilitando la circulación de información, la expansión del comercio y la difusión cultural en un mundo cada vez más conectado. Esta proyección internacional refleja cómo un pequeño rectángulo de papel puede transformar sociedades, conectar provincias como Almería con el resto del mundo y abrir nuevas oportunidades comerciales y culturales.
España fue el décimo país en adoptar este novedoso sistema. En pleno siglo XIX, atravesaba reformas postales y administrativas destinadas a modernizar el país. El 1 de enero de 1850 comenzó a circular la primera emisión del sello, impresa en la Fábrica Nacional del Sello. En él se mostraba la efigie de Isabel II, diseñada y grabada por Bartolomé Coromina, entonces director de la Fábrica. Tenía un valor facial de seis cuartos, suficiente para franquear una carta simple en la Península. Con esta emisión se iniciaba el sistema de franqueo previo, un cambio que transformaría la manera de comunicarse en España.
Era un sello en negro sobre fondo blanco, sobrio y elegante, impreso en planchas de 240 ejemplares. Su diseño se inspiró en el modelo británico de 1840, al adoptar el retrato de la soberana enmarcado en un diseño ornamental, aunque en nuestro caso quiso dotarlo de una identidad propia; más decorativo, con un marco elaborado y tipografía refinada, acorde con el gusto nacional y la estética oficial de la época. Estos carecían de dentado y se separaban con tijeras, dejando una fina franja de papel entre ejemplares, característica común en las primeras emisiones europeas.
El sistema de impresión escogido fue la litografía, debido a la urgencia con la que se tuvo que actuar; sin embargo, la más adecuada, por su seguridad y durabilidad, habría sido la tipografía, sistema que se adoptaría ya en la emisión de 1851. La litografía resultaba un procedimiento demasiado accesible; quizá por esta razón se detectó ya en abril de 1850 la primera falsificación. Estas se convirtieron en un problema persistente, y la principal estrategia para combatirlas fue renovar anualmente las emisiones. Así, el sello dejó de tener validez el 31 de diciembre de 1850.
También dio origen a un fenómeno cultural inesperado, la filatelia. Surgida apenas dos décadas después de los primeros sellos, dejó de ser un mero coleccionismo para convertirse en un auténtico testigo del tiempo. Los sellos dejaron de ser meros instrumentos postales y comenzaron a transmitir mensajes políticos, avances técnicos y expresiones artísticas, ofreciendo una ventana única a la historia y la identidad de cada país.
Con el paso de los años, esta afición se transformó en una forma accesible y universal de conocimiento histórico. Generaciones de coleccionistas aprendieron a leer a través de los sellos la evolución de sus pueblos, sus símbolos y los cambios sociales y políticos que los marcaron. Gracias a las academias de historia postal, que custodian archivos y correspondencia, ese patrimonio se preserva y se estudia, convirtiendo la filatelia en un puente imprescindible entre memoria, cultura y conocimiento.
En sus orígenes, la filatelia en España tuvo un recorrido distinto al de otros países europeos. La afición a “recoger” sellos usados, hacia 1861 y 1862, nació envuelta en rumores más que en auténtico afán coleccionista. Según el Dr. Thebussem, uno de nuestros primeros historiadores postales, se difundieron bulos, ¡qué novedad!, que aseguraban que aquellos timbres servían para causas benéficas, por ejemplo, para ayudar con fines curativos. Sin embargo, el Gobierno español lo interpretó como una posible forma de engaño, de fraude, y dictó una orden en mayo de 1862 que prohibía la circulación de pliegos o paquetes que contuvieran sellos usados, ante el temor de que pudieran “lavarse” para ser reutilizados.
Mientras en Inglaterra, Francia o Alemania las Sociedades Filatélicas celebraban reuniones y publicaban catálogos eruditos, en España la práctica se veía con escepticismo o desdén. El propio Thebussem señala que solo cuando algunos comenzaron a escuchar que aquellos “timbrillos”, nuevos o usados, se cotizaban como si fueran “valores de bancos o de bolsas”, empezaron a convencerse —“casi”—, escribe con ironía— de que aquella extravagancia extranjera podía tener algún sentido. Así, entre el recelo oficial y la incredulidad popular, fue abriéndose paso en España la pasión que él denominó “timbramanía”, preludio de la moderna filatelia.
En abril de 1932 se emitió el primer sello dedicado a un personaje almeriense: Nicolás Salmerón, natural de Alhama de Almería, símbolo de los valores republicanos y de la libertad de conciencia. Con esta emisión comenzó la representación de Almería en la filatelia española, que se extiende hasta la actualidad, con la reciente emisión del sello dedicado a Carmen de Burgos.
En Almería, la Asociación Filatélica de Almería se constituyó con fecha de 12 de enero de 1932. Con posterioridad, pasó a denominarse Grupo Filatélico de Educación y Descanso, hasta que el 3 de septiembre de 1985 se cambió el nombre por el de Grupo Filatélico y Numismático Almeriense. Pertenece a la Federación Española de Sociedades Filatélicas (FESOFI) desde 1963.
Ciento setenta y cinco años después, el sello postal conserva su poder simbólico: pequeño en tamaño, inmenso en significado. Nació como una herramienta administrativa, se transformó en vehículo de cultura y acabó convirtiéndose en objeto de estudio, arte y memoria. Hoy, en una era dominada por los móviles y la comunicación instantánea, el sello nos recuerda que hubo un tiempo en que escribir era esperar, y esperar era confiar. Que comunicar no siempre fue inmediato. La filatelia —lejos de ser una nostalgia— sigue siendo una forma de mirar el pasado con ojos de futuro.
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