50 años de monarquía
Cultura
Se cumple medio siglo desde la proclamación de don Juan Carlos como rey de España ante las Cortes franquistas
Mucho ha llovido desde entonces y mucho es también lo que el país ha ganado en derechos y libertades
En aquel ya lejano noviembre de 1975, con un monarca que heredaba todos los poderes que Franco había detentado y con un país expectante ante el futuro, uno de los más prestigiosos rotativos británicos publicó que, pese a que aún nada había cambiado, “ya todo sería diferente”. Y así fue. A partir de entonces, España emprendería un camino hacia un nuevo sistema político que culminaría en la Constitución de 1978 y en la implantación del Estado social y democrático de derecho. Algo que ya don Juan Carlos quiso dejar entrever en su discurso de proclamación al afirmar que “la institución que personifico integra a todos los españoles”, y que deseaba ser rey “de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición”. Ese mensaje integrador, orientado a superar definitivamente la fractura originada por la guerra de 1936-1939 y por la posterior dictadura, fue —según confesó el propio monarca en una entrevista emitida por Televisión Española con motivo del 25º aniversario de su reinado— la idea más importante de aquel primer discurso como rey.
Durante los primeros años del reinado, y también en los inmediatamente posteriores a la aprobación de la Carta Magna, la preocupación de don Juan Carlos por ejercer como un monarca estrictamente constitucional lo llevó a mantener una relación cercana con su prima, la reina Isabel II del Reino Unido, a quien telefoneaba con frecuencia para consultar y comentar cuestiones diversas. Así lo reconoció años después el entonces embajador británico en Madrid, Anthony Acland, al escritor Robert S. Hartman. No en vano, el duque de Edimburgo acudió a la misa de proclamación celebrada el 27 de noviembre de 1975 en Los Jerónimos, junto con representantes de las principales potencias europeas, entre ellos el presidente francés Valéry Giscard d’Estaing y el alemán Walter Scheel.
Desde entonces, y hasta la solemne apertura de la primera legislatura el 22 de julio de 1977 —las primeras Cortes plenamente democráticas, que además tendrían un carácter constituyente—, mucho se había avanzado. El nuevo rey había logrado sumar a la legitimidad jurídica heredada del franquismo la legitimidad dinástica que adquirió tras la renuncia de su padre, don Juan de Borbón, en mayo de ese mismo año. Gracias a la generosidad y altura de miras del conde de Barcelona, un año después el texto constitucional reconocería a don Juan Carlos como legítimo heredero de la dinastía histórica. Aquel 22 de julio se encontraban representadas por primera vez en el hemiciclo todas las tendencias políticas, incluidos los líderes del Partido Comunista, recientemente legalizado, en reflejo de la monarquía liberal y democrática que don Juan defendió desde el exilio durante más de treinta años y que, a la postre, le costaría el trono.
La promulgación de la Constitución —votada el 6 de diciembre de 1978 y sancionada por el rey el día 27— supuso el espaldarazo definitivo para la institución monárquica. Fue también la primera ocasión en que los condes de Barcelona pisaron las Cortes. Estuvieron presentes otros miembros de la familia real, entre ellos la infanta María Cristina, hija de Alfonso XIII, que quisieron acompañar al nuevo monarca en aquel momento histórico.
Don Juan Carlos pilotó una Transición ejemplar, estudiada en las universidades más prestigiosas del mundo y considerada modélica por la comunidad internacional. Sin embargo, en los últimos lustros, ha sido cuestionada por sectores de la extrema izquierda que han pretendido asociar el apoyo a la monarquía con posiciones exclusivamente conservadoras; una premisa alejada de la trayectoria de la institución desde 1975. Conviene recordar que dicho cuestionamiento también ha calado en la extrema derecha, que interpreta el proceso democratizador como una traición a España y a la herencia franquista.
Pese a la desafortunada trayectoria de los últimos años del reinado —con asuntos personales que erosionaron la hasta entonces sólida imagen de la Corona, unidos a escándalos financieros protagonizados por los duques de Palma y por el propio monarca— el reinado de don Juan Carlos debe enmarcarse entre los más prósperos de la historia reciente de España. Se alcanzaron niveles económicos y de libertades que tiempo atrás habrían resultado difíciles de imaginar. Fueron también años marcados por el inmenso sufrimiento provocado por el terrorismo de ETA, junto a cuyas víctimas el rey siempre quiso estar. Un fenómeno, el terrorista, del que poco saben las nuevas generaciones pese a su cercanía temporal, quizá debido a los posicionamientos y alianzas de los últimos gobiernos socialistas.
Esa herencia, de enorme calado democrático, pero ya resentida fue la que recibió Felipe VI en junio de 2014, con la aceptación de la monarquía en mínimos históricos. Consciente de la situación, el nuevo rey quiso dejar claro en su discurso de proclamación que la suya sería “una Monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Transcurrida ya más de una década, puede afirmarse que aquella declaración no fue un simple ejercicio retórico. Desde entonces, la transparencia, el rigor en las cuentas de la Casa Real, la austeridad y las mejoras en comunicación —entre ellas la creación de una cuenta oficial en Instagram— han contribuido a que la Corona vuelva a ser una institución respetada y valorada positivamente, pese a una última década particularmente convulsa.
El embate del separatismo catalán, cuyo punto álgido fue el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017, y el discurso televisado de don Felipe dos días más tarde reafirmando la fortaleza del Estado de derecho frente al intento de subvertir los principios democráticos, se sumaron a una prolongada inestabilidad política en los gobiernos centrales, incapaces de alcanzar mayorías suficientes, lo que ha convertido la ausencia de presupuestos en algo habitual y la normalidad institucional, en un bien escaso.
El reinado de Felipe VI, que se preveía apacible tras las bases establecidas por su predecesor, está resultando, sin embargo, extraordinariamente agitado. A todo lo anterior deben añadirse las devastadoras consecuencias, en todos los ámbitos, provocadas por la pandemia de la COVID-19. No obstante, han sido precisamente esos momentos de dificultad los que han revelado la serenidad y fortaleza del monarca, visibles muy recientemente en Valencia con ocasión de la DANA que arrasó decenas de poblaciones.
Fue en Paiporta donde la figura del rey se agigantó al hacer frente, casi en solitario, a la violenta y comprensible reacción de ciudadanos que se sentían abandonados por las autoridades competentes. Las imágenes de don Felipe, con el rostro manchado de barro, dialogando y abrazando a quienes se le acercaban, mostraron al mundo una Corona que acompaña, comprende y alienta a los ciudadanos a los que sirve.
En la vida de cada democracia hay momentos decisivos que destacan por encima de todos los demás: Mandela prestando juramento como presidente, los estudiantes golpeando con martillos el Muro de Berlín o Abraham Lincoln en Gettysburg. Sean cuales sean los acontecimientos venideros, los hechos ocurridos en Valencia durante las riadas de 2024 quedarán para siempre asociados al reinado de Felipe VI.
También te puede interesar
CONTENIDO OFRECIDO POR DIPUTACIÓN DE ALMERÍA