Crónicas desde la Ciudad

Almería doliente (y III). Gripe asiática (1.918-19)

  • Terrible. En solo unos meses (1918-1919) la provincia asumió –de norte a sur- la escalofriante cifra de 6.000 víctimas como consecuencia de una epidemia viral para la que no existían antídotos

Dr. Rafael Aráez Pacheco

Dr. Rafael Aráez Pacheco / D.A. (Almería)

A la gripe de 1918 le atribuyeron más apellidos que al propio Paseo almeriense en su rotulación: asiática, española, francesa, italiana… Y al igual que en anteriores desastres, el número de héroes anónimos resultó indescifrable, quedando sin el merecido homenaje. Solo nombres aislados pasaron a los anales provinciales como paradigma de arrojo y altruismo. En esta ocasión traemos con admiración y respeto al practicante (ATS), Santiago Vergara Cañadas (1863-1926), fallecido por contagio de tifus exantemático mientras fumigaba con legiadora en Adra. Llegó enfermo y falleció en su domicilio capitalino.

DR. ARÁEZ PACHECO

A su persona debemos sumar otros sanitarios igualmente entregados a tan noble causa, tal y como ocurrió con el cacereño asentado en la ciudad, Dr. Rafael Aráez Pacheco (1882-1975). Solo contaba con sus conocimientos profesionales (especialista en Oftalmología), amor al prójimo y el escaso material quirúrgico disponible en su propia consulta. En pueblos como Sorbas se mantiene vagamente memoria, no obstante, su biznieto e historiador, Alfonso Viciana, bien podría darnos cuenta exhaustiva. Obtuvo la medalla al Mérito del Trabajo, de Cruz Roja y la de Beneficencia de 1ª clase; le nombraron Hijo adoptivo de Almería (1974) y dedicaron una calle, entre otros reconocimientos. Fue, además, secretario del Colegio de Médicos entre 1919 y 1921.

Aunque España se mantuvo neutral, la 1ª Guerra Mundial diezmó el censo y la economía

Su actividad viene jalonada por la participación en situaciones sanitarias críticas: repatriados de la guerra en Melilla de 1921 (Hospital de Sangre, en rambla de Maromeros), epidemia variólica o la citada de gripe, en la capital y comisionado a Sorbas. En condiciones asistenciales caóticas y carentes de medios: medicamentos básicos, desinfectantes (yodo, alcohol) y un mortero de mármol donde elaborar fórmulas magistrales. De regreso, se encargó de La Obrera, modesta casa de socorro en plaza Pavía (Distrito 3º). Su abnegado trabajo aquí y el posterior con los enfermos del conflicto del Rif lo hicieron acreedor a la citada Cruz de Beneficencia de 1ª clase; sufragada por el Ayuntamiento tras aprobarse en pleno. Aquellos recursos precarios se repitieron en los centros antitracomatosos que abrió (gratuitos) en populosos barrios; pioneros en España y de los que se hizo eco la OMS.

LA GRIPE NO DIO TREGUA

Tal y como sucediera con la pandemia de cólera (1885), las ciencias estadísticas aún no pudieron establecer cifras exactas de contagiados y fallecidos, pero ya iban afinando los porcentajes. Basten retener las siguientes cifras, en tres oleadas:

Veinte millones de damnificados (bajas) en el mundo, 250 mil en España, 28 mil en Andalucía y seis mil en nuestra provincia.

Y un detalle común a tener en cuenta, repitiendo costumbres anteriores: un farolillo rojo sobre el dintel del domicilio indicaba que un doliente se mantenía entre altas fiebres, síntomas neumológicos y el desconsuelo de una muerte inminente. Paralelamente, los coches fúnebres culminaban su trágica ruta desde la casa mortuoria al cementerio de la Rambla de Amatisteros, donde los sepultureros (pese a los turnos doblados) no daban abasto abriendo zanjas de sol a sol, a pico y pala.

Esparteras como salida laboral Esparteras como salida laboral

Esparteras como salida laboral / Carmen de Burgos (Almería)

Las migraciones europeas obligadas, combatientes en frentes ajenos regresados y el mar del progreso se trocaron en desesperanza para unas pobres gentes que salían de Poncio para entrar en Pilatos. Y no en la suntuosas villas que describíamos al referirnos a la Peste y al libro de relatos El Decamerón (editado en lengua vernácula florentina en 1348), en el que hacinamiento, insalubridad y malnutrición eran denominador común, caldo de cultivo propicio para el maligno patógeno. Lo de barrio marginal es algo bien diferente a barrio marginado. Ejemplos claros fueron (y lo siguen siendo hoy, en distinta escala): Pescadería/La Chanca, Barrio Alto/Quemadero o Las Perchas/San Cristóbal. Vean al respecto una fotografía de Carmen de Burgos “Colombine” ilustrativa de un artículo sobre la abandonada Almería.

TEXTOS SOBRE UN CUIDADOR

La resumida biografía auspiciada por el Colegio de Enfermería –inspirada por el también ATS, Alejandro Buendía- le rinde homenaje a un olvidado servidor de la Sanidad pública.

Santiago Vergara Cañadas nació el 5 de julio de 1863. Una placa-conmemorativa lo recuerda en el barrio de San Sebastián. Hijo de jornalero, su madre, Lorenza Burgos, lo trajo al mundo en el patio La Calabaza, en el paraje de San Cristóbal. Su dura infancia transcurrió en el Hospicio, donde ingresó al quedar huérfano. Ya adulto se empleó de “albañil, herrero y zapatero; que compaginó con sus primeras labores como voluntario de Cruz Roja”. Casado en dos ocasiones, tuvo tres hijos, dos de ellos igualmente enfermeros titulados. Con la institución benemérita colaboró en decenas de tareas: conserje del consultorio quirúrgico de la calle Murcia; en el Hospital de Sangre (en el Parque), atendiendo a repatriados de Cuba, o en campañas de desinfección como camillero y sargento de la ambulancia sanitaria. En mérito a “los trabajos realizados en los barrios variolosos de Almería”, la Asamblea de Cruz Roja le distinguió (1901) con su Medalla de Oro.

En cualquiera de los casos estudiados, pobreza y marginalidad fueron su denominador común

Cumplidos los 43 años, Santiago Vergara obtuvo el título de Practicante por la Facultad de Medicina de Granada, tras realizar dos cursos de prácticas en el Hospital Provincial de Almería, ya que su deficitaria economía no le permitía residir en aquella ciudad. En 1907 lo admitieron en la Beneficencia Municipal y desde entonces su hoja de servicios resultó impecable, distinguiéndose en campañas organizadas por la Brigada de Desinfección (llegó a ser su jefe) durante las epidemias de tifus y viruela en barrios deprimidos (…). Y en especial la gripal. Drama agravado por las miserables condiciones de vida de gran parte de la población y la nula infraestructura higiénico-sanitaria:

Santiago Vergara (Revista del Colegio de Practicantes) Santiago Vergara (Revista del  Colegio de Practicantes)

Santiago Vergara (Revista del Colegio de Practicantes) / D.A. (Almería)

Donde mayor miseria, más gente muere; donde más pobreza existe, más casos de gripe se presentan. Claro que el microbio de la gripe está en el jamón y en la carne, pero más está en las sardinas averiadas, en los desperdicios de las cocinas de los barcos de que se alimentan muchos pobres; en el ayuno total, cruel, horrible a que se ven condenados muchos niños raquíticos… Denunciaba la prensa en editoriales desgarradores que poco a poco calaron en el común ciudadano.

No fue menos dura la gacetilla inserta en el diario LCM por el Dr. Gómez Casas, médico y director de la cárcel de Partido en calle Real. A quien en “mérito” a la descripción veraz sobre las carencias del centro –en junio de 1918- ¡sancionaron en 100 pesetas!

La altruista entrega de Santiago Vergara Cañadas obtuvo pleno reconocimiento institucional cuando el Ayuntamiento le impuso (julio de 1920) la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia. Tras numerosos asaltos librados contra virulentas epidemias, perdió el último y definitivo combate frente al tifus exantemático. En comisión de servicio marchó a Adra en marzo de 1926, regresando ya mortalmente infectado a la capital, donde expiró el 9 de abril de ese mismo año.

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