Crónicas desde la Ciudad

Almería doliente (II). Cólera morbo (1885)

  • Inhumaciones. Por miles se cuentan las víctimas en la provincia. Solo en el distrito de Almería (y seis pueblos) se contabilizaron 4150 invadidos y 928 muertos. Fueron enterrados en fosas comunes

Hospital Provincial de Almería

Hospital Provincial de Almería / D.A. (Almería)

Como si de recurrentes maldiciones bíblicas se tratasen, referido a terremotos, inundaciones y plagas de langostas son señas identitarias de la sureña al-Mariyya; donde clima y geolocalización son factores nada desdeñables a la hora de evaluarlos. En cuanto a zoonosis, la peste bubónica, el cólera morbo y la gripe amarilla enarbolan la execrable palma infecto/contagiosa. Más del 70% de la patología humana procede de animales: ratas, pulgas, murciélagos, zampolines u especies exóticas como las que desde años atrás se comercializan en mercados públicos de Wuhan (China).

Durante el cólera en 1885 gran parte de la burguesía local y del clero sin responsabilidad de “curas de almas” (altas dignidades singularmente) huyeron al campo. Y en una de las sucesivas réplicas del terremoto que en 1804 estragó la ciudad, el obispo Mier y Campillo, inquisidor general del Santo Oficio dijo a los almerienses: “Ahí os quedáis”. Un ejemplo modélico de pastor responsable de cuidar el rebaño encomendado, con la excusa de la preceptiva visita pastoral a comarcas alejadas. No es demagogia, solo que el miedo guarda antes la viña propia que la ajena. Tampoco sirvieron de mucho las rogativas con vírgenes y santos en procesión. En cambio, escandalizó la profilaxis de blanquear con cal viva las paredes interiores de la catedral y templos.

En 1885 Litrán salvó a cientos de contagiados coléricos. Los enfermos se cuentan por miles

TRAS EL VIBRIÓN COLÉRICO

Cuando llegué a Diario de Almería, no fue casualidad que en octubre de 2009 mis primeras colaboraciones versaran sobre el Dr. José Litrán y la demoledora epidemia de cólera sufrida en 1885. Rastrear la existencia del primero fue harto dificultoso. No en vano Almería es especialista en ignorar a sus más brillantes hijos de la memoria colectiva. Hasta el nombre sustituto de plaza de San Indalecio borraron del callejero. No me cansaré de repetir que se trató de un encontronazo más entre la Iglesia y la Ciencia o el Arte en beneficio de la clerecía. De la enfermedad contagiosa sí disponemos de copiosa información a través de los canales habituales (hemerotecas y archivos institucionales, aunque sorprendentemente no de ámbito familiar). Ni una fotografía. La ausencia de descendencia quizás lo justifique.

Tumba profanada en el Cementerio Británico Tumba profanada en el Cementerio Británico

Tumba profanada en el Cementerio Británico / Antonio Cuenca (Gran Bretaña)

Como factor agravante, por aquellas calendas Almería disponía de 10 hospitales repartidos en la provincia. Aunque resulta demasiado hiriente calificar de “hospital” a aquellos barracones o casonas húmedas y malolientes como algo semejante a un centro sanitario al uso: dos o tres camastrones infectos; sin material quirúrgico ni medicinas, ropa limpia y desinfectada o alimentos; falta de personal cualificado, a excepción de algunas monjas tan valerosas como abnegadas… Salvo el de Santa Mª Magdalena (en la capital, de fundación regia), en el que a pesar de los “adelantos” la gente moría a raudales antes de que los más graves (y pudientes) fuesen evacuados a Granada. Su manutención correspondía a la Beneficencia Provincial (Diputación), órdenes religiosas o a donaciones particulares.

JOSÉ LITRÁN LÓPEZ

Digna hasta su muerte, la suya fue una manera noble de ser y de vivir. En un cielo laico estaría a la derecha de D. Nicolás Salmerón. Correligionario del insigne repúblico, José Litrán perteneció en calidad de “Venerable Honorario” a la logia alhameña que llevó su nombre. Nacido en Almería en 1845, estudió bachillerato en el Instituto de 2ª Enseñanza y con 22 años se licenció en Medicina y Cirugía por la Universidad de Granada. Níjar resultó su primer destino, en el que comenzó a fraguarse una merecida reputación de entrega hacia los más desfavorecidos. Al alejarse un tanto de la política activa, tras la restauración monárquica, los periódicos ponderan sus conocimientos en el arte de curar y añaden que ahora “se dedicará casi exclusivamente al ejercicio de su humanitaria profesión, donde siempre le hallaron dispuesto a cooperar a los fines benéficos de todas las sociedades de este orden que existían en Almería”.

Casado con Dolores Capella Meca, lo trasladaron a la capital al ser nombrado director de Sanidad del Puerto. Desde entonces alternó la consulta (pública y privada) con el ejercicio de la política, encuadrado en las filas republicanas y fiel su condición progresista. Excelente orador y brillante articulista, su altruismo le llevó a agilizar la apertura de la Tienda-Asilo y de La Bienhechora, popular sociedad obrera de socorros mutuos que lo nombró presidente honorario y le encargó la entrega en Granada de los fondos recaudados con destino a los damnificados del terremoto que asoló a la vecina ciudad en la Navidad de 1884. Probidad intachable que le hizo ser designado asimismo responsable de la comisión desplazada a Francia con cierta suma de dinero que paliase las estrecheces económicas que Salmerón padecía en el exilio. Impulsor fundacional del Colegio de Médicos de la Provincia que no llegó a ver constituido (…), subdirector del Centro Mercantil y presidente de la sección de Ciencias del Ateneo, dando fe de su inquietud intelectual y científica. Con el nombre simbólico de “Danton” y encuadrado en la logia almeriense “Amor y Ciencia”, en 1887 alcanzó el grado 30º, con la categoría de Venerable. Ahí coincidió con el arquitecto Trinidad Cuartara y respetados profesionales de las Ciencias, Letras y Derecho.

Santos Zárate Martínez, obispo. Óleo Díaz Molina Santos Zárate Martínez, obispo. Óleo Díaz Molina

Santos Zárate Martínez, obispo. Óleo Díaz Molina / D.A. (Almería)

Pero sería durante la devastadora epidemia de cólera morbo declarada en agosto de 1885 donde José Litrán diera muestras de su heroísmo y abnegación para con los contagiados más humildes y necesitados de ropas, alimentos y medicinas. Siendo subdelegado local de Medicina, asumió la responsabilidad del Hospital de Infecciosos del Barrio Alto, habilitado en el convento de las Hermanitas de los Pobres: “Sin descanso alguno se multiplicaba en todas partes, de día y de noche; a la menor indicación volaba al lado de los enfermos, logrando de este modo arrancar a la muerte millares de víctimas (…) Hubo días de visitar sin descanso hasta veinte horas seguidas”. Litrán también sufrió contagio, pero aunque logró sobrevivir al patógeno, un incurable cáncer le produjo la muerte el 24-II-1889 en su domicilio de la hoy plaza Manuel Pérez García; sumándose al cortejo miles de almerienses de toda clase y condición social.

La llegada del féretro al cementerio provocó una censurable situación: el obispado de Santos Zárate le negó la sepultura en San José alegando que el recinto era católico y Litrán López un reconocido masón. De nada valieron los buenos oficios de amigos y autoridades ante la cúpula episcopal. Para sonrojo de una parte de aquella sociedad hipócrita e intransigente: “El clero nególe la sepultura en el único cementerio que entonces había en Almería, y para no enterrar el cadáver en un campo abierto, expuesto a la voracidad de los animales, la colonia inglesa protestante no tuvo inconveniente ninguno en enterrarle en su cementerio, dando así una lección de hospitalidad u caridad cristiana al clero y a los fanáticos de Almería”. En la posguerra, su mausoleo en el Cementerio Inglés fue profanado, en una prueba más de sectarismo hacia la figura filantrópica de José Litrán López.

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