Almería

El drama duplicado de los exiliados del cemento

  • Una treintena de operarios de Gádor ya sufrieron años atrás el cierre de sus fábricas en Yeles, Torredonjimeno y Lorca

  • Tuvieron que hacer las maletas para conservar el empleo y ahora vuelven a revivir esa cruel incertidumbre

Vidas truncadas que enderezaron el rumbo, las de una treintena de trabajadores de la cementera de Gádor que en su día consiguieron salvar su empleo tras el cierre de fábricas en las que desempeñaban su oficio, se vuelven a enfrentar hoy a la terrible incertidumbre de un despido. Estos días reviven los fantasmas del pasado, recuerdos de lo difícil que resultó dejar atrás su anterior puesto de trabajo y a sus familias y amistades, hacer las maletas y cambiar el colegio de los niños. Una etapa que creían haber superado al formar parte de una cementera de enorme potencial que viene cumpliendo objetivos a pesar de producir sólo un tercio del millón de toneladas que podría sacar al mercado. "Era apetecible, un destino con futuro, un centro en el que jubilarnos", aseguran los operarios que se enfrentan hoy al segundo expediente de regulación de empleo (ERE) por los vaivenes de un sector inestable que parecía haber superado las consecuencias de la crisis económica. De ahí lo inesperado. Nadie en Gádor sabía de los planes de Cemex para echar el cierre en una planta rentable. Es la principal diferencia con otros episodios previos que condenaron al exilio a ingenieros, delineantes, analistas de laboratorio, operarios de horno y oficiales mecánicos de las fábricas de Torredonjimeno en Jaén, Yeles en Toledo y Lorca de Murcia.

Pero en otros puntos de la geografía española era previsible y apenas se percibió movilización sindical. Una resignación que dio paso a prejubilaciones, despidos con indemnización -de hasta 52 días por año trabajado antes de la reforma laboral- y recolocaciones en otros centros. De la fábrica de Jaén llegaron a la provincia una docena de empleados siendo aún propiedad de Holcim. Bajó el telón a finales de 2008, a los dos meses de la quiebra de Lehman Brothers y en marzo del siguiente ejercicio ya estaban ejerciendo sus nuevas funciones en Carboneras y Gádor. Cuatro años más tarde se clausuró la planta de Lorca, a menos de 150 kilómetros, y se reasignaron otra docena en Almería. Para algunos no era rentable mudarse con las familias y comparten vivienda con los compañeros de trabajo. Un par de veces por semana se desplazan a casa aprovechando los turnos de descanso. Ese mismo año se inició el desmantelamiento en Yeles que quedó como molienda y vinieron a Gádor otros seis. Pero en 2015 se cerró definitivamente nada más ser adquirida por la multinacional Cemex en el mismo lote que la del pueblo del Bajo Andarax y otros cinco trabajadores se sumaron a la lista de foráneos, si bien todos se han sentido como almerienses en estos años y su integración con los compañeros ha sido ejemplar. Hoy ponen en valor esa acogida de la plantilla y la unidad de un grupo de cien empleados que ha sabido implicar a la sociedad almeriense en su defensa. Han suspendido el ERE hasta enero y confían en otra salida laboral porque la empresa tiene claro que no mantendrá esa actividad. Es el drama duplicado de los exiliados del cemento.

Severino Gómez llegó a Gádor en 2012 junto a otros compañeros a los que recolocaron tras el cierre de la planta de Lorca. "Es difícil, pero tuve la suerte de que mis hijos eran pequeños y se enteraron menos y sobre todo de venirme a Almería. Ya nos hemos hecho de aquí, aquí está nuestra vida y no queremos irnos", argumenta. Este analista de laboratorio de 49 años pide a la empresa que analice bien las posibilidades de la planta y se estudien las alternativas al cierre. "Sería una ruina para nosotros que nos vamos al paro, pero también para la comarca. Venimos de una ciudad en la que cerró la fábrica y el impacto ha sido muy fuerte", añade. En este sentido, pone en valor el compañerismo de toda la plantilla. "Hemos encontrado lo que no vimos en la otra planta, mucha unión de todos, no sé lo que pasará al final pero llevo una sensación muy bonita de no estar nunca solo. Esperamos poder seguir trabajando aquí un tiempo".

Uno de los oficiales mecánicos de la planta, Antonio Cianca Calle, de 49 años, pide a la multinacional que tenga en cuenta los esfuerzos que viene realizando la plantilla. "Nos han rebajado el sueldo y te desplazas de tu tierra porque ya cerraron otras fábricas y toman una decisión egoísta sabiendo que la instalación es viable". Formaba parte en 2012 del Comité de Empresa de la de Yeles (Toledo) y le convocaron a Madrid para comunicarle que se quedaba como molienda. "A partir de ahí empezaron los cambios de cromos con la competencia y como regalo de reyes nos encontramos la reforma laboral". Fueron más de 60 afectados, despedidos y recolocados antes de que Cemex la comprara, al igual que la de Gádor, y optara por su cierre en 2015. "Hay que abandonar la familia, buscarse vivienda y tener casa en los dos sitios porque viendo como está el sector en cualquier momento te puedes encontrar en esta misma tesitura y así ha sido", añade. "Si te dan opción de irte a otra fábrica lo haces, pero con la incertidumbre de si va a ser para dos años, uno o medio".

Francisco Delgado, analista de laboratorio de 50 años, entró en la fábrica de Torredonjimeno en 1987. Dos meses después de la quiebra de Lehman Brothers en 2008 les anunciaron el cierre con tres cajones: prejubilaciones, indemnizados y desplazados. En marzo de 2009 se incorporó a la planta de Gádor y en verano se instaló el resto de la familia. "Es un paso difícil, pero encuentras buena gente y en Almería la plantilla nos acogió muy bien", asegura. Es más duro cuando tienes hijos y en su caso eran un par, de dos y siete años. "El primer día que dejé al mayor en la fila del colegio sólo sin conocer a nadie me caían lágrimas como puños, me acordé mucho tiempo de los suizos", confiesa. Es un enamorado de Almería y dice que se vive de escándalo. "Hemos comprado vivienda casi todos los que vinimos y creía que me iba a jubilar aquí, porque esta fábrica puede producir hasta un millón de toneladas de cemento y este año no vamos a sacar ni un tercio de su capacidad. Es rentable, ¡claro que es rentable!". A la empresa pide que analicen bien los costes para ver alternativas que puedan evitar los despidos de los trabajadores.

A pesar de su corta edad, 33 años, el delineante administrativo de la planta, Pablo Zamora, ya sabe lo que es hacer las maletas cuando tu centro de trabajo echa el cierre. Le ocurrió en Lorca nada más volver de su viaje de novios. "Con mi casa recién montada la tuve que alquilar y buscarme una aquí porque no se pueden mantener los dos. Lo pase mal y mi mujer también porque dejas a tu familia y amigos, rompes con fu vida, a pesar de la cercanía, consigues hacerte una vida nueva y ahora te encuentras este mazazo otra vez", asegura sin esconder su resignación. Después de seis años en Gádor ha logrado integrarse plenamente porque, según reitera, "la gente de Almería es muy abierta y acogedora". De hecho, tiene amigos, incluso a un ahijado, y se siente uno más. "Hemos conseguido parar esto, pero la incertidumbre te duele. Es volver a recordar muchas cosas, volver a pasar por lo mismo", añade. A los directivos de Cemex les pide que miren el capital humano, no sólo los beneficios como único criterio. Recuerda que este año ya habían conseguido objetivos. "Aquí tienen más de cien personas unidas, dispuestos a dar lo mejor. He visto una unión que no tuvimos en Lorca, esta capacidad de movilización demuestra que somos un equipo que rema unido", concluye.

El responsable de almacén, Benito Miñarro, de 34 años, está esperando un hijo y han sido tres meses, los del embarazo, con sensaciones agridulces por la situación laboral. También fue reasignado tras la clausura de la planta lorquina y vive separado de su mujer. "El traslado te cambia la vida, pero al final te adaptas porque te encuentras grandes compañeros y la integración es fácil. Aquí estamos muy a gusto, vamos un par de veces por semana a casa y sales adelante", añade. Comparte una vivienda con varios de los trabajadores que llegaron de la provincia vecina. "Hay una gran unión que ha permitido llegar muy lejos en poco tiempo, estamos luchando para parar el cierre y que la empresa valore el gran capital humano que tiene aquí, es difícil encontrar un equipo así porque hemos respondido siempre que lo han pedido".

Juan Guillén, de 48 años, es otro de los trabajadores que cambiaron la planta de Lorca por la de Gádor en 2012. "Nos dieron una ayuda por el traslado y decidimos venir aquí porque era una fábrica con futuro, tenía grandes esperanzas de poder jubilarme aquí, pero se nos ha venido todo abajo", asegura el supervisor eléctrico. "Es muy duro tener que dejar tu casa, sobre todo cuando te dejas tu familia en Lorca porque hicimos números y no era rentable venirnos todos, he tardado casi dos años en acostumbrarme a vivir aquí". Se desplaza a la ciudad murciana para estar con los suyos un par de veces cada semana, pero siempre expuesto a las horas de carretera para mantener su empleo. Y ahora se enfrenta de nuevo a un cierre, pero esta vez inesperado. "Nadie se lo explica el palo. Hemos pasado la etapa más dura y empezaba a remontar".

El jefe de línea de hornos, Jesús Sanfulgencio, de 45 años, optó por la cementera de Gádor cuando se produjo el cierre de la de Lorca. La opción más cercana, pero también la eligió porque "era una fábrica con futuro, apetecible". Años más tarde no se arrepiente de aquella decisión, a pesar de la situación en la que se encuentra junto a cien compañeros, y señala que "mucho menos ahora porque la unión que he visto en esta planta y ciudad es increíble". Casado y con dos hijos, recuerda que cambiar de lugar de trabajo te afecta económicamente porque implica traslados y nueva vivienda y es un esfuerzo que la empresa no tiene en cuenta. "La fábrica tiene bastante potencial, no sólamente por el personal, sino por las características del diseño y las alternativas que ofrece para que se bajen costes y sea rentable", asegura. En este sentido, pide a la empresa que estudie proyectos interesantes que se pueden aplicar en Gádor porque "hay soluciones". No esperaba, confiesa, este ERE que han parado provisionalmente porque el mercado está creciendo.

Después de más de treinta años en el sector, Paco Mellinas afrontó el traslado a Gádor con cierta ilusión porque le permitiría conservar el empleo que daba por perdido, una cuestión compleja a cierta edad, y ahora se encuentra con la misma situación con la diferencia de que el ERE aplazado hasta enero "nos ha pillado descolados a todos, de imprevisto". Vive con compañeros de alquiler y viaja con frecuencia a casa y argumenta que el cierre hoy sería un "palo más gordo del que yo sufrí" porque las alternativas de la empresa pasarían por Zaragoza, Madrid y Tarragona. "Esperamos que se pueda solucionar porque la planta es rentable y si tienen que cerrarla que nos ayuden a buscar centros de trabajo por la zona, hay mucha gente joven que no merece esta incertidumbre". Destaca la movilización "ejemplar" de todos y confía en una solución favorable.

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