Casa Puga, siglo y medio (I)
Crónicas desde la Ciudad
Acto fallido. Los aciagos días que el mundo sufre debido a la letal pandemia vírica, impidió el martes la presentación del libro “150 años de Casa Puga en Almería”. Queda pospuesta sine die
Las invitaciones estaban cursadas para la presentación el martes, en el patio de luces de Diputación Provincial, de “150 años de Casa Puga en Almería”. No se llevó a efecto, naturalmente, quedando demorada sine die. En un escenario inédito de temor y zozobra provocado por el dañino virus Covid-19, cada uno se las ingenia como puede para mantener la serenidad y el necesario equilibrio psíquico. En mi caso, como tantos otros, la lectura y el ir perfilando una triada de proyectos de investigación me están “salvando los muebles”. Y perdonen el soliloquio fruto del confinamiento ciudadano en solitario.
Ante la terrible pandemia (envío el artículo el miércoles) y la espera de su disponibilidad ante los lectores, valgan estas “crónicas” en Diario de Almería como vehículo de mi “A modo de prólogo introductorio”, encargado por Servicios Hoteleros La Catedral S.L. y el autor del mismo, Pablo Amate. En ese introito de 15 páginas regreso a buena parte de la historia del carismático establecimiento. No obstante, el cuidado formato con profusión de imágenes pueden adquirirlo en la propia Casa Puga (servicio de catering), Hotel Catedral, Asociación contra el Cáncer (calle Gerona) y clínica oncológica García Bienzobas (c/. San Lorenzo 17); al módico precio de 19 euros, cantidad íntegra a beneficio de la AECC.
Tal que así luce en su fachada del tramo alto de la calle Real el “mármol” con el que la AA.VV. Casco Histórico –de la cual es asidua colaboradora- la homenajeó en mayo de 2014. Y es que su ensolerada condición no es gratuita al tratarse –casi con absoluta certeza- del establecimiento público de mayor antigüedad en toda la provincia. Cambiante en cuanto a titularidad y nombre, pero firmemente anclado en idéntico espacio físico y mismo tipo de negocio: mesón, fonda, restaurante y taberna. El resto de apelativos viene impreso de serie en su mapa genético. Estamos hablando, claro, de Casa Puga.
Un señorío fruto de centurias cantadas y contadas en envejecidos cronicones a partir de Isabel y Fernando, quienes, tras acceder por la Puerta de Pechina y recorrer “la calle que va a los Aljibes” (actual de Las Tiendas), desmontaron de sus enjaezadas cabalgaduras para en ella refrescar los regios gaznates del polvo soportado en su caminar desde el Real Sitio de las Huertas, solar de la a extramuros parroquial de San Sebastián. Acababan de firmar las pacíficas, solemnes e incumplidas capitulaciones por las que al-Almariyya, otrora emporio del Mediterráneo y orgullo de al-Andalus, se incorporaba a la corona castellana. Corría el año de gracia de Nuestro Señor de 1489 y ambos monarcas, séquito de caballeros y cortesanos se disponían a celebrar las vísperas de la Natividad en la Alcazaba.
Se trata, naturalmente, de una exageración al uso andaluz, de una hipérbole desmesurada y jocosa… Aunque no crean que tanto. Rindiendo gratitud a la invitación para pergeñar el prólogo del libro que usted, amable lector y/o cliente, tiene en sus manos, nada mejor que remontarnos a sus seculares orígenes antes de dar rienda suelta a un ramillete de curiosos sucedidos y anécdotas. Suerte y al toro.
HACIENDO HISTORIA
El paradigmático reducto de la calle Real (de la Mar o de la Cárcel), cuyo solo nombre constituye toda una declaración de (buenos) principios, es santo y seña de la tradición tapeadora almeriense. No en vano su antigüedad se retrotrae al siglo XVI, a la hospedería abierta por el regidor Alonso de Solís, descendiente de originarios repobladores peninsulares o castellanos nuevos. Por ello, la discreta tablilla anunciando en el recargado testero principal asomado a la barra: “Casa fundada en 1870” (según un añejo legajo en el Archivo Municipal), se queda corta en el tiempo. Existen documentos que nos permiten retroceder algunas centurias.
Y es que además de un clásico inter generaciones, Casa Puga es llave maestra con la que acceder a la excelencia gastronómica autóctona en porciones equilibradas. El ábrete sésamo del culto al tapeo con sustancia, ciencia y a conciencia, aunque sea avanzando a codazos –según día y hora- hasta gozar de parcela propia en dicha barra. O la segunda opción: reservar mesa en el acogedor comedor interior. No obstante, los clientes veteranos nos decantamos por el mostrador de “mármol blanco Macael”. Después, déjese llevar y en caso de duda ante la variada carta (más adelante aclararemos lo de “tapas regulares”), escuche el oportuno consejo del camarero que le atienda.
Su emplazamiento estratégico justifica en parte el éxito, pero no todo, claro está. El terremoto que en 1522 asoló el núcleo de población fundacional y aceleró el desplazamiento al Este de personas, negocios y servicios, adensando el barrio de la al-Musalla. Sin embargo, es con la transición de la ciudad musulmana al credo cristiano cuando el ángulo que conforman las calles Tiendas-Real cobra vital importancia, convirtiéndose en la vía urbana por donde discurre libremente el tráfico comercial y humano. Como podemos verificar en el Libro del Repartimiento, a finales del siglo XV se distingue como área privilegiada para la apertura de hospederías, mesones y mancebías. Frecuentadas por repobladores castellanos, tropa, marinería y mercaderes asentados en las inmediaciones de la Puerta del Mar. La intersección del eje viario sería el lugar elegido para la futura Casa Puga.
ERMITA DE SAN GABRIEL
El barrio de la todopoderosa familia Careaga-Venegas, feligreses de la parroquial de Santiago y San Pedro, encuadra al cuartel 3º del padrón vecinal de 1849 (posterior distrito 1º en las Ordenanzas Municipales). Por el transitamos. En el referido cruce de caminos a intramuros se alzaba la ermita de San Gabriel, la más concurrida y de mayores dimensiones de las repartidas por la trama urbana. Al formar parte de la “carrera oficial” civil y religiosa, era paso obligado del Pendón (enarbolado el día de san Esteban) y de la procesión del Entierro de Cristo, aunque no alcanzó a ser testigo de la inicial salida pasionista de Ntra. Sra. de los Dolores, la popular y venerada Virgen de la Soledad –desde la capilla conventual de Las Claras-, dado a que en 1876 la ermita ya había sido demolida.
Sin embargo, era en las tardes festivas del Corpus Christi cuando alcanzaba su cenit: ante su entoldada puerta se erigía el altar engalanado de ramaje y flores aromáticas (mastranzo, romero), deteniendo su marcha la custodia que bajo palio partía del templo metropolitano de La Encarnación. Qué mejor ocasión, se preguntaría el gentío allí congregado para tomarse un chatico, o dos o tres, de clarete, tinto o “costa” en el antecesor de Puga? El color no importa cuando la calidad impera. Sobre el terreno exento construyeron el edificio en cuyos bajos estuvo la librería Ferroviaria “Plus Ultra” y almacenes El Blanco y Negro; ocupado hoy por distintos negocios de hostelería.
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