Día de la Madre

Tradición. En los años cincuenta y sesenta era el 8 de diciembre, día de la Inmaculada, y se regalaba a las madres flores, una tarjeta postal, una foto dedicada o unos pasteles

1-4. Dedicatorias de fotos en el Día de la Madre. 5. Guía Ilustrada de Almería. B. Martín del Rey y A. Checa. 1945. 6. Callejero de Almería. Norberto González. 1982 (Colección particular del autor)
Agustín Belmonte

05 de mayo 2013 - 01:00

EL régimen de Franco, para subrayar el papel que asignaba a la mujer en la sociedad, instauró desde muy pronto el Día de la Madre. Los niños, se nos decía en la escuela, los niños cristianos, los niños españoles en concreto, disponíamos, no de una, sino de dos madres: la natural, terrenal, mortal o carnal, que de todo se calificaba a la madre de uno -¡la pobre!-, y "nuestra madre celestial", que era la del Niño Jesús, la Virgen María.

EL 8 DE DICIEMBRE

Y era un privilegio tener dos madres, una normal, digamos, que lo cuidaba a uno, le prodigaba todo el cariño del mundo y le infundía la seguridad vital de tener un punto fijo al que acudir cuando hacía falta, y otra celeste, omnipresente, protectora -aunque vigilante, cuidado- y abogada ante el Dios justiciero cuando se cometía alguno de esos pecados horrendos que se podían cometer desde los 6 a los 9 o 10 años. Una que te esperaba en casa y otra que te esperaba allá arriba. Una, la más guapa del mundo, y otra más todavía, tanto, que le hacían imágenes en todas las iglesias. En fin… Este privilegio que digo no lo teníamos más que los niños que habíamos tenido la fortuna de nacer aquí, en España, la "tierra de María", y no lo podían disfrutar los niños de, pongamos, África o la China, pobrecitos. Ellos irían… ¿A dónde iban entonces los niños negritos o chinitos que se morían sin bautizar? Y nosotros, pues… ¡Menudos problemas existenciales, teológicos y escatológicos se nos planteaba a los pobrecitos niños del franquismo, antes del Concilio Vaticano II y su ecumenismo, en aquellos inefables "Nueve primeros viernes" que, según había prometido la Virgen, nos impedirían morir sin confesión! Bueno, pues, por todo esto, el Día de la Madre se fijó el 8 de Diciembre.

UNA FOTO DEDICADA

Quienes tenían posibles, encargaban en Radio Juventud o Radio Almería uno o más "discos dedicados" a su madre. O le compraban media docenita de pasteles en alguna de las tradicionales confiterías del centro, La Ideal, La Dulce Alianza, La Colmena o El 11 de Septiembre. Incluso había quien le compraba unas piezas de loza o una jarra de cristal en Bazar Almería.

Más corriente resultaba dedicarle unas fotos. Esto lo hacían los hijos que vivían lejos, sobre todo los que habían emigrado a Barcelona, y con más motivo si habían tenido allí hijos que aún no eran conocidos por las abuelas o hacía mucho que no los habían visto. Las dedicatorias de estas fotos eran cariñosísimas, algo protocolarias, pero muy sentidas. Algunas, incluso, patéticas.

EL LÁPIZ DE CENEFA

Pero los niños, y como el horno no estaba para bollos, el mejor regalo que le podíamos hacer a nuestras madres era un hermoso cuaderno escolar, bien hecho, pulcro, cuidado y primorosamente decorado. Este era el parecer de Dª Josefina, nuestra maestra en el Colegio Virgen del Saliente, en la Calle Hileras. Dª Josefina todos los años empezaba el curso el 1 de Septiembre con la vista puesta ya en el Día de la Madre el 8 de Diciembre. Y toda la tarea de clase se elaboraba lenta y minuciosamente, y el cuaderno se trataba con tal cariño que casi parecía nuestro hermanillo chico o nuestra mascota, para que no se estropeara lo más mínimo. Y se dejaba un dedo arriba, abajo y a ambos lados, de margen en cada página. Y las tareas de un día se separaban del siguiente mediante una "cenefa" -palabra rara de Dª Josefina- que hacíamos con un lápiz especial que comprábamos en la tienda de Antonio y Mari, en la Calle Serafín: un "lápiz de cenefa", rojo y azul. Las cenefas eran siempre las mismas, muy fáciles: una rayita de color rojo seguida de tres puntos azules. O al revés. Y así se iban decorando los márgenes, los espacios en blanco y las separaciones por materias -pues todo se hacía en el mismo cuaderno-, quedando unas libretas preciosas. Un día me "inventé" una nueva cenefa, una especie de número dos tumbado y de color rojo seguido de uno o dos puntos azules, lo que encantó sobremanera a Dª Josefina.

Mi madre, en efecto, guardó durante muchos años aquellos cuadernos. Pero yo, cuando pasé al Instituto antes de cumplir los 10, me olvidé muy pronto de todo esto y me dispuse a diluirme en aquella libertad nueva que había encontrado y que el timbre de entrada a las clases no consiguió nunca amargarme.

LUEGO VENÍA MAYO

Ya entonces se hablaba de que el Día de la Madre iban a cambiarlo a Mayo. Lo que pasaba era que resultaba muy descarada la dependencia de la Virgen, porque Mayo era "el mes de María", ¿se acuerdan?:

"Venid y vamos todos/

con flores a porfía,/

con flores a María/

que Madre nuestra es."/

Era esto y las Cruces de Mayo, las "Mayas", etc. En el Barrio Alto, además, eran las fiestas, pues el Patrón era San José Obrero, el 1º de Mayo, que el Régimen nombraba como "artesano", pues la palabra obrero tenía unas connotaciones que no eran de su agrado y la fecha tampoco le resultaba de grato recuerdo.

En fin, que el mes de Mayo no venía bien, aunque el tiempo acompañara más que en invierno. El Día de la Madre permanecería en el 8 de Diciembre durante muchos años más. Ese día resultaba el más indicado -y no me pregunten por qué- para ir los jóvenes a la Alcazaba, subir al Cerro de San Cristóbal o dar un paseo por La Molineta. Pero eran el Puerto y el Parque los que se llevaban la palma de los paseos familiares y los primeros escarceos adolescentes de los novios "formales". También se estrenaba ropa de invierno, un jersey, una rebeca… No, tampoco me pregunten por qué. Pero era así.

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