Almería

Esperanza en Villa Miseria

  • Cruz Roja ayuda con alimentos y comprensión cada año a casi 5.000 inmigrantes en los asentamientos de la provincia

  • Los voluntarios imparten talleres de inserción laboral, primeros auxilios y clases de español

No tienen agua potable, ni luz, ni alcantarillado y sobreviven entre los palés, plásticos de invernadero y chapas metálicas que conforman sus chabolas. Las inclemencias meteorológicas, como las lluvias y el frío del invierno y el calor de los meses de verano, son imposibles de llevar en estas infraviviendas prefabricadas y barracones que no reúnen las mínimas condiciones de salubridad. Sin apenas recursos económicos, los de los jornales en el campo que realizan de manera puntual, casi 5.000 inmigrantes que cruzaron el Mediterráneo en busca de una vida mejor sufren las consecuencias de una situación de pobreza crónica y excluyente en la provincia. Sin luz al final del túnel, los voluntarios de Cruz Roja son la única esperanza de Villa Miseria. Conocen todos los asentamientos marginales de Poniente y Levante y ofrecen una ayuda humanitaria indispensable.

Y no sólo reparten comida y productos básicos para los recién nacidos y enfermos. Su intervención con los inmigrantes, en su mayoría procedentes de los países de África Subsahariana y el Magreb, está orientada a sacarlos del pozo. Realizan formación en inserción laboral, prevención de enfermedades sexuales, talleres de español y primeros auxilios y otras actividades de integración como las deportivas con las que paliar los efectos de la pobreza en personas que subieron en patera hacia la tierra prometida y ahora malviven en guetos entre charcos y basura generando una situación de frustración generalizada que desemboca en graves problemas mentales. Los técnicos también les ayudan con la escolarización de los niños, el control de la salud y los trámites laborales. A veces se encargan de mediar en conflictos con los empresarios agrícolas y les orientan con las prestaciones y los permisos de extranjería. Abdourahmane Niang está al frente del grupo de 70 voluntarios de Cruz Roja, organización en la que aterrizó en el año 2003. Este trabajo con los asentamientos se viene realizando desde hace poco más de una década y es uno de los que mejor representa los valores de la ONG con los desfavorecidos.

El senegalés que dirige el área de inmigración desgrana los orígenes del chabolismo en la provincia y se remonta a finales de los noventa. Entre sus primeras intervenciones destaca la del asentamiento que se engendró en Los Bajos, el antiguo campo de fútbol de Roquetas, tras una riada. A partir de ahí salieron en busca de otros poblados por la provincia en torno al cultivo bajo plástico. Lo que más demandaban entonces los inmigrantes era una atención sanitaria que no recibían hasta que el SAS la implantó con acceso universal en 1999. La falta de asistencia médica obligó a Cruz Roja a poner en funcionamiento instalaciones de consulta en San Isidro, Vícar, Roquetas y El Ejido dotados de facultativo, mediador y trabajador social. Los sucesos del municipio ejidense en febrero del 2000 propiciaron la eclosión de poblados chabolistas en las zonas de la periferia que se mantienen hasta la fecha. El fenómeno de los asentamientos de inmigrantes en el resto de provincias andaluzas es temporal en función de los meses de campaña. Sin embargo, en la de Almería son poblados estables que pueden ir creciendo en residentes por el empleo del campo, pero que nunca se desmantelan. Durante el año pasado fueron 4.940 personas las que se anotaron en el censo de Cruz Roja como beneficiarios de la ayuda alimentaria, medio millar más de los que contabilizaron en los asentamientos tres años antes.

En estos suburbios no hay brotes verdes y algunos de los que habían logrado prosperar y dar el salto a viviendas en los núcleos urbanos se vieron obligados a regresar al pozo durante los años de la crisis. Casi la práctica totalidad hoy de los moradores de los poblados son foráneos, si bien durante la etapa de recesión la cifra de españoles alojados llegó a alcanzar el 30%. El coordinador del programa de asentamientos percibe un repunte de hombres, sobre todo jóvenes, en el último año por el aumento del trabajo ocasional y también a consecuencia de la multiplicación de las pateras. No importan las condiciones infrahumanas en las que se malvive en estos guetos a espaldas del desarrollo provincial, ni los problemas de convivencia que suelen surgir, los poblados son a veces el único hogar que recibe con puertas abiertas a personas que no tienen nada a este lado del Mediterráneo.

Los asentamientos se establecen por nacionalidades, aunque a veces se crean mixtos por la cercanía de centros de trabajo. Los hay familiares, más frecuentes entre los marroquíes y de mejores condiciones, y los de temporeros, jóvenes solitarios, de entre 18 y 34 años y en su mayoría sin papeles. Cruz Roja realiza cuatro salidas semanales, lunes y miércoles al campo de Níjar, y martes y jueves por el Poniente. El trabajo previo al desplazamiento se inicia con la convocatoria a través del correo electrónico y la inscripción de los voluntarios que están disponibles. En cada viaje participan entre tres y cuatro personas, quienes reciben las nociones básicas del censo y del tipo de asentamiento en el que van a intervenir. "No todo el mundo puede, hay que saber ayudar". Y es que, a juicio de Niang, esta labor requiere cierta empatía e interés por otras culturas. A veces viajan con mediadores y otros técnicos de comunicación en función de la actuación prevista.

A las nueve y media de la mañana es la reunión de coordinación para marcar las pautas en la sede provincial. Es un programa con fuerte tirón entre los voluntarios de Cruz Roja en el que hay personas de perfiles muy variados, de jubilados a jóvenes estudiantes y desempleados. Ese mismo día debuta María del Mar Fernández, una enfermera que se siente concienciada con el drama de la inmigración. "Siempre he querido ayudar a que cambien las cosas", asegura. Tiene interés en trabajar en Equipos de Respuesta Inmediata en Emergencias (ERIE) para atender a las pateras, pero su primera parada son los suburbios en los que acaban la mayoría de los que llegaron a nuestras costas de manera clandestina. Cruz Roja ha definido un mapa de asentamientos que permanece prácticamente invariable, pero su población oscila en función de la temporada.

A veces acuden por demanda, conscientes de ciertas necesidades que puedan surgir, pero nunca les fallan. Ni siquiera con meteorología adversa. Una vez finalizada la reunión de primer hora, el grupo se dirige al Sector 20. Allí tienen la nave con los medios materiales y alimentos. Cruz Roja tiene un par de almacenes en los que guarda la comida que reparte entre más de 60 entidades y colectivos sociales de la provincia, además de la que necesita en sus programas. Tiene un hospital de campaña y puesto medicalizado avanzado. Es uno de los siete centros logísticos del país y cuenta con recursos para 3.000 personas. Cargan los alimentos en la furgoneta y se inicia el trayecto.

En el coche junto a Niang, en el viaje hacia la miseria, están Carlos Martínez, delineante prejubilado de 62 años, y Henry Becerra, un parado boliviano. Tienen ya cierto rodaje en este programa y relatan que la ayuda humanitaria es una excusa perfecta para acercarse a la bolsa de población más marginal para conocer sus problemas reales y contribuir a su integración. De su paso por asentamientos de media provincia valoran el sentimiento de fraternidad. “Comparten todos los recursos y el que no trabaja y puede recoger la bolsa reparte con los demás”. Antes de entregarles la talega, los identifican para que no se quede nadie sin su ración. Les piden alimentos, ropa y calzado, pañales y productos de bebé. Para las madres de los recién nacidos se reparte un kit específico y también hay material escolar para los niños antes del comienzo del curso.

Los medicamentos, cuando se trata de una urgencia, también están en la lista de reparto e incluso cambian itinerarios o adelantan las salidas. “Alguna persona nos ha increpado por darle comida a los inmigrantes en los asentamientos”, relata con resignación un voluntario. Nada más terminar la estancia en cada poblado se elabora un parte con las observaciones. A veces visitan una veintena de asentamientos en media jornada. Si faltan bolsas se puede volver al día siguiente, pero nunca se notifica el calendario con el objetivo de que no se presenten personas ajenas a ese núcleo. En el camino hacia la inserción laboral es fundamental el idioma, de ahí que Cruz Roja insista con los cursos de español. A veces en una cochera semiderruida, otras como en Tierras de Almería utilizando cajas de fruta como mesas y sillas. En Pujaire y los Albaricoques han incorporado a la formación a las mujeres. Con los niños no existe problema. Desde muy pequeños hablan castellano. De hecho, en los asentamientos quieren que los hijos, de segunda y hasta tercera generación, sean los mediadores en la resolución de conflictos.

En los últimos años tienen el respaldo de la Guardia Civil, a través del Equipo de Atención a Inmigrantes (Edati). Siguen suscitando cierto recelo y desconfianza, pero son el mejor recurso cuando se produce un problema laboral con empresas agrícolas, sobre todo si están en una situación irregular. La casa de Samira, de 27 años, fue la primera parada de aquella mañana en Villa Miseria. Lleva casi un lustro en la provincia y habla español gracias a Cruz Roja. Sin los alimentos que recibe, sin salir de casa, no podría cuidar a sus dos hijos y hay otro más en camino. Vive en las afueras de Pujaire y su marido trabaja en los invernaderos de la zona.

Un poco más adelante, ya en el camino hacia los Albaricoques, hay otro poblado con chabolas e infraviviendas con más de medio centenar de personas. Tienen un imán de Ghana y una mezquita de conglomerado. Ese día hay pocos habitantes. Están todos en el campo. “Yo quería ser el director de Cajamar, pero es muy difícil”, bromea uno de los pocos presentes en el asentamiento. Su nombre es Elmahdi Benghzial y cuenta las condiciones en las que viven desde hace años. Cogen el agua de un pozo y como no tienen donde tirar la basura pagan un contenedor de obra entre todos. Cada quince o veinte días pasa a descargarlo y les cobra 110 euros. Este joven marroquí recuerda a los voluntarios de Cruz Roja que en su vivienda hay luz, pero el frigorífico se rompió.

Lo hace porque la ONG a veces reparte este tipo de electrodomésticos cuando recibe donaciones de las empresas y particulares. El hedor en la chabola es insoportable, no tiene ventilación ni agua corriente, pero ni siquiera lo perciben porque se ha normalizado. Junto a los barracones hay un cortijo en el que vive Mohamed Rkaibi con su mujer y cuatro hijos. Vive en España desde 1999 y en Níjar desde hace diez años. Sin embargo, el juez ha dictado una orden de desahucio para el 21 de julio porque no pagan el alquiler mensual de 200 euros. “El propietario no quiere negociar, sólo dice de vendérmelo por 40.000 euros y no tenemos ese dinero”, lamenta con resignación. No quiere irse y está buscando otro lugar en el que instalarse. “En mi país no me falta trabajo, pero me gusta España, mis cuatro hijos han nacido aquí”, asegura. Para ganarse la vida hace pan y bollos que reparte por la zona, además de los jornales.

La siguiente parada se encuentra en la carretera a Rodalquilar, a la altura de los Albaricoques. Allí hay un macroasentamiento con más de un centenar de migrantes. Hay decenas de calles entre estos barracones de la Edad Media. Es la City, ironiza uno de los residentes que lleva más de diez años ya en el poblado. “Con ZP había trabajo y ahora el PP no nos deja y los sindicatos no hacen nada”. Se suceden los reproches al Gobierno. Tiene problemas para poder conseguir la documentación y el empresario no puede contratarlo porque tiene deudas. Se marcha entre quejíos, después de desahogarse un rato con Niang. Los voluntarios de Cruz Roja realizan una función psicológico fundamental con los inmigrantes a los que transmiten esperanza y comprensión ante la sucesión de problemas y penurias a los que están expuestos a diario. El tiempo pasa muy despacio en este lugar y las cabezas no dejan de torturarse.

Una de las claves de la formación que se imparte, antes de participar en intervenciones, pasa por decir la verdad siempre, no crearles falsas expectativas. La última escala es la zona de Las Caravanas, una especie de camping fallido con una decena de casas prefabricadas y chambaos para aparcar los coches, algunos de potente cilindrada. Hay solares vacíos, con restos de lo que sería una vivienda y en otro cecinas de un módulo calcinado sin que se conozcan las causas del incendio. Es un asentamiento más familiar, con más comodidad, de personas que trabajan con frecuencia. Tienen agua y luz y pagan el alquiler cada mes al propietario del terreno. Hay moscas por todos lados, una infinidad de gatos y mucho calor.

Todos salen en chanclas a recibir al vehículo de la Cruz Roja cuando se aproxima. Los niños juegan en la tierra y aparece alguna mujer con burka. Tienen mezquita y en su mayoría son marroquíes. Había una familia de ucranianos hace unos años, pero se marcharon. Uno de los voluntarios relata que cuando hay excursión en el colegio, de las que se pagan aunque sea a un euro, los niños no van a clase y a veces se quedan solos en casa. Abdourahmane Niang no comprende la contradicción que supone para algunos moradores estar privado de las necesidades básicas y tener un buen coche en la puerta de la barraca. Ocurre con los marroquíes. Los subsaharianos cuando no disponen de recursos se mueven en bicicleta. En estos núcleos ha crecido la presencia de mujeres y menores.

Lo habitual es que cuando mejora su situación económica dejen las chabolas y se reagrupen, pero a veces la vida obliga a volver al pozo. Lo único que no cambie es que este tipo de asentamientos han dejado de ser un lugar de paso para convertirse en residencia permanente cada vez de más gente. Inmigrantes que llegaron en patera y han luchado para tener casa propia, pero que se han acabado resignando a residir en un gueto. En el Poniente hay más cortijos semiderruidos y en el Levante más chabolas, pero todos malviven en Villa Miseria con la única esperanza de que llegue la furgoneta de Cruz Roja.

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