Hijos de la crisis
La complicada situación económica por la que atraviesa el país llega hasta los núcleos familiares · Las abuelas son las mejores a la hora de cuidar a los pequeños de padres trabajadores
"Si un hijo tiene el pecho de cristal para una madre, imagínate cómo lo tendrá el nieto para la abuela". Luche Moreu Spa, abuela, bisabuela y vidente de emociones, siempre ha defendido la misma máxima. Ella conoce a la perfección a cada uno de los miembros de la familia. Es una abuela 4x4, de esas todoterreno. De las que la vida fabrica en edición limitada.
Ahora son más. La crisis económica ha hecho agudizar el ingenio de los padres y ha incrementado y cambiado las necesidades domésticas. Lo saben muy bien Antonia y Lola González, abuela y tía abuela respectivamente de un pequeño que pasea con una sonrisa de oreja a oreja por la calle Tiendas de la capital. Cuentan las satisfacciones por miles, aunque sean canguros a tiempo casi completo. "Es un trabajo para las abuelas desde que tienen que trabajar los padres", señala Antonia. Luego se queda callada. Acaricia dos veces con cariño la capota del carricoche, para proteger al pequeño de los dos únicos rayos de sol que se escapan entre las nubes.
"Mis hijos son unos privilegiados, dice orgullosa de ellos, otras familias no tienen opción de abuela... y tienen que depender de guarderías o de contratación de niñeros". A su lado pasa una mujer que camina rápido empujando un carro azul marino. El hombre que va con ella se gira sonriendo. "Los abuelos somos la sal de la vida", dice, "¡y yo me siento orgulloso, mis nietos ya han terminado la carrera!". Dice llamarse Manuel Salvador.
"Es una obligación de la abuela, ser la encargada del nieto, y que conste que yo lo hago con muchísimo agrado".
Pasa la mañana poco a poco y ya son casi las doce. María de los Ángeles Díaz Garzón, madre de dos niños, está de paseo con uno de ellos. El de los tres años, porque la otra ya cuenta con diez y estudia en el colegio. Centros públicos, asegura. "La escasez económica claro que afecta, yo estaba trabajando y ahora me encuentro en paro. Es un sueldo menos". Pero puestos a recortar, ella piensa en ropa y actividades porque "está claro que en comida no puedes". ¿Qué pasará cuando deje de recibir la ayuda?, "no me lo planteo, pero llegado el caso habrá que seguir recortando".
María Fernández es muy joven. En el cruce de Navarro Rodrigo está esperando que el semáforo se ponga en verde para los peatones. Mira a su bebé. Un niño muy grande. "Alimentación, ropa... de momento no tengo escasez de nada". Ahora está de baja laboral. "Cuando empiece a trabajar, tendré que pagar una guardería, claro está, o contratar a alguien". "De momento, es sólo uno", sonríe. Lleva algo de prisa, pero entiende que la problemática es actual. "Afecta a todo el mundo".
La niña de diecinueve meses se enfada porque no puede soltarse de la mano de su abuela y atacar a mordiscos el ventanal de la panadería. Por la puerta sale el olor a bollo recién hecho, a chocolate caliente que abre los sentidos del mediodía. María Dolores Plaza, su abuela, la consuela cuando comienzan los pucheros diciéndole que en poco tiempo estará en casa comiendo. Si es hambre lo que tiene. Pero a ella no le vale. Quiere comérselo todo. O que la dejen intentarlo.
Plaza tiene ocho nietos. Es una veterana de la vida, llena de energía y de alegría. "Ésta es la más pequeña", afirma.
"Mira, aclara tranquila, mi situación es esta: tengo un hijo que está parado". La niña ya ha dejado de tirar. Ahora mira, extrañada. "Quedarme con mis nietos da vida a los padres y a los abuelos, no me afecta la crisis para nada".
Señala una de las bolsas que cuelgan del carro. "Para el que tiene 18 años, quiero hacerle un regalo especial". "Lo más importante siempre es echar una mano, sentirme útil, echar una mano, quiero ayudar".
Luego suspira. "Hay que ser realista, claro que me gustaría viajar, conocer mundo y gente, no parar, pero en estos momentos lo que mi familia necesita es que esté a su lado, que les eche una mano. Y yo soy muy feliz de este modo".
Hay gente que pasa por la calle, dejando de lado el sonido de los coches, el tintineo lumínico de los semáforos y los metros que quedan para llegar al destino. Prisa, prisa, prisa...
Frente a la Diputación Provincial de Almería, la niñera de la pequeña María, de cuatro meses, detiene el carro frente a una tienda de fotografía. Mira con detenimiento las imágenes de Primera Comunión. Pero prefiere no pronunciarse en torno a la crisis. "Yo soy yo ahora, trabajo cuidando de la nena y no sé nada más", asegura tajante. Luego explica que, en su caso, sí que la han pasado. Tiene dos niños de 13 años, mellizos, que en su momento ya "costaron su trabajito" pero que ahora "ya son grandes y tienen sus estudios, sus ocupaciones... uno de ellos juega al fútbol, vine de arreglarle las botas".
Los tiempos no son sencillos, todos ellos lo saben. Almería recibe nublada a la primavera. Llevan una sonrisa en la cara y un alma en el bolso. Presentan sus credenciales a la vida, ayudan a sus reyes de la casa, trabajan por hacer la vida más sencilla a quienes les rodean. Sí. Ellos son hijos de la crisis. Pero ellas, super abuelas.
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