Almería

Líjar cumple 30 años de duradera paz con Francia

  • La localidad de 500 habitantes mantuvo una guerra de un siglo por una afrenta al rey Alfonso XII El Ayuntamiento guarda los documentos de aquel evento

A Líjar se puede llegar de muchas formas. Desde luego perderse no es una de ellas; hay que proponerse circular por una carretera que, si bien supone un reencuentro con el verdadero placer de conducir, también asusta por su estrechez, más aún cuando las obligaciones de ser una zona de canteras, invitan a compartirla con un camión cuya anchura y la de tu coche, amenazan con desbordar los límites del asfalto. La hora larga desde la capital merece el esfuerzo. El pueblo blanco, reluciente, encaramado en un risco y sembrado de mármol y escaleras, es el más belicoso de la provincia de Almería. Pocos sospechan incluso dentro de los límites provinciales que sus pocas decenas de habitantes le declararon la guerra a Francia. Hace esta semana tres décadas que firmaron la paz en un acto que aún se recuerda entre los más mayores.

Fue el rey Alfonso XII el culpable de este arrebato belicista de Líjar. Regresaba de un viaje por A Coruña donde había inaugurado una línea férrea y Su Majestad continuó hasta Munich, en una visita que enfureció a los franceses con los que el imperio prusiano había mantenido una guerra en 1879 en la que las tropas del canciller Bismark habían cosechado una nueva victoria. Alfonso XII presidió desfiles y maniobras militares de los germanos y un error diplomático del Ministerio de Estado aceptó el grado y uniforme de Coronel de los hulanos, regimiento 15 que estaba de guarnición en Estrasburgo, ciudad arrebatada a los franceses por Alemania.

Tocaba visita a Francia, y aunque se intentó persuadir al Rey de que no fuera a París, este no se amedrentó ante tal situación de peligro; se había anunciado el viaje y viajó. El 29 de septiembre de 1883 fue recibido con frialdad por el presidente francés, Jules Grévy, en la Estación del Norte y un inmenso gentío apiñado en los alrededores instigados por los republicanos y aún abucheó exaltadamente entre gritos de Muera el hulano y Viva la República.

Para Líjar fue más que suficiente. Su ayuntamiento que gobernaba apenas a 300 habitantes que por entonces se extendían por su superficie, reunió al Consejo el 14 de octubre de 1883. Allí se acordó por unanimidad declarar la guerra a Francia dirigiendo un comunicado directamente al presidente de la República Francesa, anunciando previamente su decisión al Gobierno Español.

No existen registros de especiales acontecimientos bélicos durante los siguientes cien años. En una época de gestas victoriosas, de heroísmo que hoy entenderíamos como temeridad, donde los fusiles de pólvora negra y bayoneta calada eran la tecnología de lo que alguien (probablemente el propio Bismark) bautizó como el arte de la guerra, ninguna de sus muestras se vivió en suelo lijareño o francés. No se retiraron a embajadores y, con toda probabilidad, aquella bravuconada municipal, quedaría olvidada en el recuerdo durante casi un siglo hasta que alguien caería en la cuenta. La muestra de patriotismo, defensa del honor mancillado del monarca mezclado con el peculiar sentido del humor almeriense, apenas levantó la polvareda que merecía y ni tan siquiera en los órganos del Ministerio de Asuntos Exteriores, mereció el más mínimo comentario.

Alguien debió acordarse y decidió que la incruenta guerra debería tener un final digno de declaración tan altisonante. Al cumplirse diez décadas de la misma, decidieron que era ya el momento de firmar un tratado de paz con los galos y para ellos se afanaron en organizar un acto de altura a la altiva empresa.

Cuentas las crónicas, celosamente guardadas en el Ayuntamiento lijareño, que "el domingo 30 de octubre de 1983 fue un día lluvioso lo que sirvió para darle carácter a las migas de hermandad y a los cantes de la época que se iban a celebrar". Además, la banda municipal de música de Almería, "por decisión del ayuntamiento almeriense interpretó los himnos nacionales francés y español". LaMarsellesa, uno de los más bellos cánticos de representación de un país, no es sólo patrimonio del homenaje a Los Coloraos que cierra la feria de la capital. Los actos fueron presididos por el director provincial de la Administración Territorial, Fernando Fernández Montero, en representación del gobernador civil, y el cónsul general de Francia en Málaga, Charles Santi que ostentaba la representación del embajador francés en Madrid. Con ellos el alcalde de Líjar, el socialista Diego Sánchez Cortés y las autoridades locales. También fueron invitados alcaldes de la comarca y otras personalidades provinciales. Asimismo se desplazó el vicecónsul de Francia en Almería, René Bizet.

Sigue la pulcra descripción de lo acontecido aquel día que a las once y media de la mañana "se celebró una misa en la iglesia parroquial. A continuación, a mediodía, se descubrieron tres placas, una conmemorativa de la paz y otras dos que dan los nombres de Miguel García Sáez a una calle y Plaza de la Paz a la plaza principal, antes llamada Plaza del Caudillo. A parte del cambio de nombre, también fue descubierta en la plaza una placa que decía, "siendo Rey de España Juan Carlos I y presidente de la República de Francia François Miterrand se firmó la paz el día 30 de Octubre de 1983, después de 100 años de guerra incruenta". Treinta años después de aquello, aún se puede leer su contenido en la fachada del Ayuntamiento.

"A las doce y media intervinieron las autoridades, pero antes lo hizo el coordinador de esta jornada, Ezequiel Campos Pareja (profesor de EGB) hablando sobre la figura de Miguel García Sáez, conocido como El Terror de los Filabres y que fue promotor de la declaración de la guerra y alcalde del municipio aquel lejano 1883.

Aprovechando que estaban todos reunidos, se aprovechó para celebrar la Semana de la Paz donde, además de analizar el Momento sociopolítico de la declaración de la guerra, el salón de la convivencia lijareño registró un lleno absoluto de un público interesado, que siguió atentamente el tema de Francia y España: los lazos que nos unen, que desarrolló el farmacéutico local, Antonio Aliaga.

Hoy, sus vecinos no rehuyen el encuentro con su historia. Por sus calles, una sonrisa acompaña a cada pregunta por el tema por el que son conocidos, aunque lamentan que no lo sean tanto. Un par de bares y un discopub con zona wifi rompen la monotonía de sus calles en las que, definitivamente, se ha quedado a vivir la tranquilidad más absoluta. Llegaron periodistas, "incluso de cadenas de televisión extranjeras, hasta francesas" y se fueron hace 30 años para no regresar más.

Contra todo pronóstico, les echan de menos. Añoran regresar a cuando eran protagonistas de una historia que no pasó a mayores (aunque no por falta de ganas de aquella corporación). La asumen como propia y hasta asoman una pizca de orgullo nacionalista lijareño, como los poseedores de más relaños de toda la provincia. Quieren participar de la prosperidad de lo que el pasado les dejó, pero adaptarse a los nuevos tiempos. En medio de la paz que desprenden sus muros encalados, en medio de la pulcritud que se respira en sus calles, desean adaptarse como refugio de los que buscan la alternativa rural al masificado turismo. No se oye un ruido en sus calles, aparte del ronroneo de alguna conversación a media voz.

Sus campos no fueron de batalla y hoy, entre chumberas, olivos, almendros y patatales su medio centenar de habitantes desea agarrarse al tren de la prosperidad. Cuentan, eso sí, con una historia de la que involuntariamente fueron protagonistas aunque - y no como suele suceder- no les ha dejado deuda alguna.

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