Mujeres de porcelana fina con resistencia de hierro
Sus circunstancias personales y familiares las convierten en vulnerables Pero han sabido desafiar a la tasa de desempleo femenino y la discriminación social
Los fríos datos del paro esconden siempre una historia de dificultades pero, si en tiempos de crisis a cualquiera le resulta complicado encontrar un puesto de trabajo, existen colectivos sociales más vulnerables en la diana del desempleo. Son mujeres. Son madres. Son inmigrantes. Son personas con discapacidad o con hijos con discapacidades a su cargo. Son historias de superación personal con una lucha diaria contra las adversidades que las convierte en aliento para esas 38.500 almerienses sobre las que ha impactado el desplome de la economía. Son Stase, Ana María, Rosalía y Esther: mujeres con la fragilidad de la porcelana por sus circunstancias especiales y que están demostrando por las mismas ser inquebrantables con una resistencia de hierro.
Ana María Canillas Corral trabaja desde hace cinco años como limpiadora en la Escuela de Música de El Parador y en el colegio Torrequebrada de Aguadulce. Le sobra formación y le falte parte de un brazo. Estudió para ser administrativo. "Cuando empecé las clases, me puse en la primera fila. La profesora me miró y dudó de que pudiera poner el folio, centrarlo o reponer el carrete de la máquina de escribir. Fui la primera en pulsaciones".
Esa duda se la ha ido encontrado día a día en sus 31 años. "A la hora de entrar en un puesto de trabajo nuevo, en el que no te conocen, te ven y te ponen una cara como si fueras un bicho raro. Piensan que van a tener que hacer su trabajo más la sobrecarga del mío. No hay discapacidad, yo puedo hacer de todo".
"Yo he tenido compañeras como tú y trabajan como si tuvieran cuatro manos. Yo no entiendo, chica", dice alguien que chapurrea el español desde el otro lado de la mesa de Verdiblanca donde sus especiales circunstancias las han hecho coincidir. Es Stase Vaiciuneiene.
No se lo pensó cuando hace trece años hizo las maletas para dejar Lituania. Allí tenía un buen trabajo y a sus hijos. "Todavía no sé porqué vine a España. En mi país todo estaba prohibido y cuando abrieron las fronteras, comenzamos a salir todos como locos". Se había quedado viuda y los comentarios de un mejor porvenir hicieron que olvidara que la única palabra en castellano que conocía era un simple "hola". Y la deficiencia visual que padece.
Se aventuró sin papeles en un viaje con una amiga que duró dos noches y dos días, subida en un micra. "Me vine un poco triste, sola. Mi marido había muerto y me dejaba a mis hijos. Debo de tener algún pecado, alguna culpa, porque todavía no sé qué me empujó a venir, pero no he vuelto a mi tierra, ya me quedo aquí", dice con la amplía sonrisa que no ha perdido pese a las dificultades de adaptación que ha tenido. Sobre todo idiomática. "Después de tantos años, mi nieta pequeña habla mejor que yo y solo viene de vez en cuando por vacaciones, se avergüenza de mi español", bromea -y cuesta entenderla-.
Lo suyo ha sido una lucha hasta poder dar con un trabajado de limpiadora en la piscina municipal de El Parador. Le ha permitido ahorrar, comprarse una casa y mandar dinero a su familia con la que quiere reencontrarse. "He tenido que ampliar la hipoteca para poder enviar dinero y, con la crisis, no puedo salir de vacaciones", así que espera que algún día sean sus hijos y nietos los que viajen hasta a Almería. "Mi corazón entiende que esto ya es mi casa."
A su lado se sienta Rosalía Fernández. Recientemente se ha jubilado como maestra tras ejercer muchos años en el colegio Madre de la Luz. No implica en su caso la jubilación tiempo libre. Juan Pedro tiene una discapacidad intelectual. "Es mi primer hijo y fue cuando intentó comenzar a caminar cuando se dieron cuenta que no se sostenía". Tenía 24 años, "y empezó el calvario. Mi vida -reconoce- ha sido trabajar para poder cuidar de él". Habiendo nacido ya su segundo hijo, compaginó la familia con los estudios para poder licenciarse. "Trabajé dieciséis años en Puebla de Vícar. Mañanas y tardes, y no había autovía, por lo que el dinero que ganaba era para cuidadores".
Su preocupación ahora es el futuro de Juan Pedro y la "carga" que pueda suponer para sus hermanos. "Es un papelón gordísimo, es todo a base de bolsillo. Y no me hables de la Ley de Dependencia. No tienes ayuda de la Administración. Juan Pedro tiene una discapacidad del 68% y me paso la vida en reconocimientos, un calvario, cuando ya me gustaría que estuviera bien".
La Ley de Dependencia, sin embargo, le ha ofrecido un paraguas a Esther Soto. Es madre de Eric, un niño de seis años con discapacidad e hiperactivo. También su cuidadora. Eric es su amor y ahora, además, su trabajo por el que recibe una asignación. "Le han concedido el grado máximo, el nivel tres. Nadie quiere hacerse responsable de su cuidado", explica sobre la compleja situación de su pequeño, que requiere atención constante, razón por la que tuvo que dejar su trabajo en San José. "Vivía en Pozo de Los Frailes con mi marido y mi hija. Cuando nació Eric, todo era normal y pedí la baja de maternidad. Conforme fue creciendo, Eric no evolucionaba y se dieron cuenta de que tenía un retraso psicomotor". Todo su mundo cambió.
Primero el trabajo y luego el lugar de residencia al no disponer de educación especial. "Me vine a Almería". Intentó buscar un empleo que le permitiera atender a su hijo. Imposible. "Compartí el taxi de mi marido y también tuve que renunciar. ¿Con quién dejaba a Eric?" Su día a día es una agenda de citas con especialistas y sobresaltos. Lucha por poder apuntar en ella mejoras en el sistema educativo especial.
También te puede interesar