Almería

Palabras para el bicentenario

En la primera entrega nos ocupamos de comentar el vocabulario que Galdós registra en el episodio titulado Cádiz, conmemorando de esta manera la Constitución de 1812. En la siguiente entrega los avatares entre 1812 y 1814, hasta la llegada de Fernando VII, a través del episodio Juan Martín El Empecinado. Ahora le toca el turno al episodio titulado El 7 de julio.

Corresponde a la quinta novela de la segunda serie (nº 15 de los Episodios Nacionales) que se inicia con la marcha del rey José I (El equipaje del rey José) y abarca el reinado de Fernando VII hasta su fallecimiento, desde 1814 hasta 1833 (Un faccioso más y algunos frailes menos). Nos interesa este Episodio, El 7 de julio, ambientado en Madrid, desde febrero de 1821 hasta marzo de 1822, porque en ella aparecen los maestros don Patricio Sarmiento (liberal) y el Sr. Naranjo (sacerdote absolutista, amigo del confesor de su Majestad). Sus intervenciones nos informan del segundo momento constitucional bajo el llamado Trienio liberal (los tres años), cuando de nuevo se vuelven a constituir los ayuntamientos y Carboneras vive su segundo periodo constituyente. La historia y la ficción se entrelazan.

Es la hora de la enseñanza primaria, de la selección según las aptitudes, pues el ascenso de las clases populares, del movimiento obrero, hacía necesaria la reforma radical del sistema de enseñanza escolástico. Ahora se distinguen tres niveles: primaria, media y superior. Se intenta así extender la escolarización a todos los españoles, pues se considera una responsabilidad pública, del Estado. Se aprueba la dotación de una escuela por cada 500 vecinos y se propugna una enseñanza: pública, gratuita, libre, igual y completa, universal, uniforme, en lengua castellana y no en latín.

Las disposiciones de las Cortes de Cádiz se retoman y reforman entre 1820-1823, fruto de ello la inauguración de la Universidad Central de Madrid (1822). Hemos de aguardar a la constitución de 1837 para encontrar la declaración de la obligatoriedad de la enseñanza primaria. Pero será durante el periodo isabelino comprendido entre (1843-1868) cuando se produzca un rápido proceso de centralización y burocratización del estado, resultando la Ley Moyano de 1857. Se intensifica el papel del Estado en hacer de la educación un asunto público. Como sabemos, pese a todos estos esfuerzos para aumentar el nivel de instrucción de la gran masa de españoles, el resultado se mantuvo bajo. Los datos son: en 1860, después de aprobarse la escolarización obligatoria en 1837, el 39 % de los niños no tienen escuela; en 1875, 12 millones de españoles, sobre un total de 18, no saben leer ni escribir; en 1900 la población analfabeta alcanza el 63 %.

Otros datos conocidos: 1880, el 49 % de los niños entre 4 y 14 años, sin escolarizar; 1932, 49 %; y 1951, 51 % sin escolarizar. Pero de lo que realmente se trataba era de la tensión entre la educación secularizada y el poder de la Iglesia.

Y aquí conectamos con El 7 de julio y los personajes Patricio Sarmiento y el Sr. Naranjo, «maestros de primeras letras». La mirada dual se apodera del lector para representarnos la batalla por la instrucción pública: de la legitimación mediante privilegios a la capacitación por los méritos, del vasallo al ciudadano, los premios por las recompensas.

En la novela queda clara desde su aparición contrastada esta tensión: Patricio es consciente de la distancia que les separa, tanto a nivel político, como pedagógico, además Galdós lo refuerza con el retrato: si la voz de uno era «bronca y hueca... de la elocuencia», el otro «áspera y chillona». Afirma Patricio: «Y no sólo somos enemigos políticamente hablando, sino escolásticamente»,-«recalcando los adverbios», apostilla el narrador-. En efecto, continúa D. Patricio, «¡enemigos encarnizados, enemigos a muerte!... ¡usted absolutista, yo liberal; usted servil, yo gorro!».

A continuación detalla la otra oposición apuntada, la pedagógica: «Usted enseña por un sistema, yo por otro. Usted se inspira en el misticismo; yo en los grandes cuadros históricos; usted hace leer a sus alumnos el Antiguo Testamento, yo les lleno la cabeza de Historia romana; usted enseña la escritura por Torío, yo por Iturzaeta...».

Digamos que el método del guipuzcoano José Fco. Iturzaeta Izaguirre, primer inspector de enseñanza primaria (1849), Arte de escribir la letra bastarda española (1827, Madrid) y la Colección ampliada de la misma letra se convirtieron en libros de texto obligatorios en las escuelas y en la enseñanza primaria por orden real de 1835. Por su parte, el método Torío se empleaba en las Escuelas Pías de Madrid. Este método de D. Torquato Torío de la Riva venía avalado por el Consejo de Castilla, junto con el catecismo de D. Francisco Reinoso, se estudiaban para el acceso a las convocatorias de examen para Maestros en Primeras Letras en las Capitales de Provincia y se reproducían en las escuelas. Es curioso constatar que algunos milicianos se preocupan por la calidad que cada uno de los métodos distintos aporta a la educación de sus hijos, in nuce tenemos la participación de los padres en la formación académica de sus hijos.

Otro rasgo distintivo de ambos maestros se refiere al alistamiento de D. Patricio Sarmiento en las Milicias Nacionales, cuyo uniforme viste con orgullo y ex profeso para impresionar a su colega, partidario de la Guardia Real. «Con aquel uniforme el maestro de escuela parecía agrandarse». Sin embargo, la cordialidad y la buena educación predominan en las relaciones entre ellos, pues así lo proclama D. Patricio: «Soy enemigo, pero enemigo leal», «ejercemos una misma honrosísima y nobilísima profesión, ¿no?... La justicia siempre por delante». [Llamo la atención en este caso sobre los superlativos absolutos]. Para el maestro liberal, a estas alturas exaltado, le parece que el dómine Naranjo es un conspirador, un realista.

Lo que más distingue a uno y otro es su posición ante los acontecimientos históricos, sobre todo se detiene Galdós en destacar la pasión de D. Patricio por la copla, donde se recoge el sentir popular y el de la prensa. Este interés ya lo pusimos de manifiesto, ahora es claramente definitivo para contribuir a la caracterización del personaje. Se presenta mediante coplas, saluda con ellas, responde y replica en las más diversas situaciones con coplillas y versos; unas son populares, otras son de su cosecha. Por ejemplo, solía acabar sus clases entonando «una patriótica cancioncilla». Galdós registra: «Para arreglar todito el mundo/ tengo un remedio singular,/ y es un martillo prodigioso/ que a un nigromante puede hurtar./ Cuando pretendan los malvados/ el despotismo entronizar,/ este martillo puede solo/ entronizar la libertad.»

La prensa de Madrid citada son El Universal y El Zurriago; este último era especialmente mordaz y difunde los apodos aplicados a los gobernantes, por ejemplo a Riego: héroe invicto, el padre de la libertad, el adalid generoso, el consuelo de los libres, viva Riego; al jefe político Martínez de San Martín, Tintín de Navarra, y alcanza a la familia real, desde el Deseado, el Suspirado y ahora el seducido, hasta Tigrekan, Alfeñike y Pakorrito. El lema liberal libertades públicas ante todo, que se oponía al lema fernandino: rey Neto, que suponía una vuelta a las facultades netas del 10 de mayo de 1814, se resumía en los términos Trono / Sistema (Constitución). El Zurriago, similar a El Gorro de Cádiz, es el órgano de expresión desde el que D. Patricio extrae su inspiración: «Y si de nuestras voces no hacen caso./ con el martillo se saldrá del paso», de ahí el apodo de zurriaguistas a sus lectores y partidarios.

Esta táctica alcanza el clímax con la denigrada y denigrante canción popular patriótica -de la que existen diferentes versiones- conocida como El Trágala. El mismo general Riego, coronel cuando el pronunciamiento, arengó a las tropas y al pueblo para que no se cantase más por resultar ofensiva al rey; canción cuyo anagrama dice Lagarta, y que enmudecería definitivamente con la llegada de Los cien mil hijos de San Luis -de entre ellos 30000 españoles de la Guardia Real, ejército y compañías de patriotas (facciosos, servilones, pérfidos) que reclutados en Verona abrirán la década ominosa (1823-1833) que cercenaba por segunda vez el reinado de la Carta, ésta sí, jurada por el rey. Y Carboneras se quedaría sin Ayuntamiento por segunda vez.

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