Certamen Jóvenes Artistas Realistas Españoles
El Parque de Bomberos (y III)
Dos héroes. El Segurilla era el bombero más joven, con apenas dieciocho años, y Rosales, conductor de la ambulancia municipal, un veterano. Ambos fueron mis héroes infantiles
DE aquella época recuerdo con especial cariño a estos dos bomberos, que fueron unos muy especiales amigos míos y a quienes rindo aquí un afectuoso homenaje. Con ellos, el mundo del Parque de Bomberos, en el Camino de los Depósitos, se ampliaba y profundizaba en mí el sentimiento de pertenecer a un colectivo heroico. Ah, también estaba el antipático, pero…
EL SEGURILLA
A Antonio Segura le decían sus compañeros el Segurilla, para distinguirlo de su padre, bombero también. Tenía dieciocho años y era el más joven del Parque. Yo lo comparaba con Antonio Molina, entonces muy de moda, por su pelo, muy rizado como él, y porque solía canturrear sus canciones. Como aquella, que ya siempre me ha recordado al Parque de Bomberos:
Salga la luna o no salga/
yo estoy en la oscuriáaa…/
Al Segurilla le hacían muchísima gracia mis dichos y caídas, y me acompañaba a casa si oscurecía, o iba a preguntarle a mi madre cuando pasaba muchos días sin verme, por si me había puesto malo. Era un muchacho muy alegre y condescendiente con mis travesuras. Y una gran persona. En Navidad, en casa me preguntaban:
-¿Qué te van a echar los Reyes?
-Un coche de bomberos con un Segurilla en lo alto -respondía yo, lo que quedó mucho tiempo como chascarrillo familiar.
El Segurilla se fue a Barcelona, como tantos otros jóvenes de la época:
Tengo una copla morena/
hecha de brisa, de brisa y de sol./
Surcando la mar serena/
con ella te digo adiós./
Fue boxeador. Cuando volvió a Almería reingresó en el Cuerpo. El Parque de Bomberos estaba ya en la Avenida Vivar Téllez (Avda. Cabo de Gata). En esa época el Segurilla tenía palomas y, como yo andaba entonces también con ellas, me regaló una pareja. Luego la vida siguió y, un día en que nos encontramos por casualidad, me enseñó un cortijillo que tenía en Los Molinos, donde, como buen amante de los animales que siempre fue, tenía perros, palomas, pájaros, gallinas, conejos...:
Cocinero, cocinero,/
enciende bien la candela/
y prepara con esmero/
un arroz con habichuelas./
Siempre le tuve en gran aprecio, pues durante un tiempo muy significativo de mi vida él fue mi héroe. Un hijo de Antonio Segura es ya la tercera generación de bomberos en la familia.
ROSALES
A Rosales, por el contrario, casi lo consideré como el abuelo que nunca tuve. Veterano conductor de la ambulancia municipal, cuando salía para una urgencia, por prisa que llevara, siempre se desviaba por mi calle, pitaba y yo lo dejaba todo para irme con él, no me importaba a dónde. Era mi delirio la ambulancia de Rosales, una Romeo de mediados de los 50, blanca con una cruz roja en cada costado y, sobre todo, una sirena cuyo aullido hacía que se apartaran con premura coches, motos, bicicletas y peatones a nuestro paso, lo que me creaba el sentimiento de estar rindiendo un servicio imprescindible a los demás. Tanto, que si no hubiese sido por nosotros y nuestra ambulancia -pensaba yo-, esto, la vida, el mundo, es decir, el Barrio Alto, no hubiera podido seguir funcionando. Y Rosales respondía a todas mis preguntas, por veloces que fuésemos, como un abuelo paciente con su nieto: que si la palanca de marchas, que si el freno de mano, que si la sirena...
Una vez fuimos al Hospital Provincial. Rosales aparcó la ambulancia en la actual Plaza Gómez Campana, entre unos grandes eucaliptos que allí había, frente a la puerta principal, y entró en el viejo edificio, dejándome al cuidado del fenomenal vehículo. A poco vinieron tres o cuatro hombres con bata blanca empujando una camilla de ruedas sobre la que traían a una persona. Abrieron atrás sin reparar en mí y la metieron con rapidez, habilidad y, sobre todo, en silencio. Luego cerraron y se fueron. En la puerta del edificio se cruzaron con Rosales, que salía con varios papeles de colores en la mano:
-¿Y el niño? -miraba por entre ellos, buscándome.
-¿El niño? ¿Qué niño?
-¡No me digáis que lo habéis dejado solo en la ambulancia con el muerto!
Muchos, muchos años después, también vi a Rosales un día. No había cambiado absolutamente nada, pero ya no veía como antaño y no reparó en mí.
Y EL ANTIPÁTICO
El antipático -no recuerdo ahora su nombre-, no me tragaba:
-Venga, niño, y vete con tu madre- me decía con muy mala sombra.
Una vez mi padre me trajo de Sevilla un sombrero campero y fui corriendo al Parque a enseñárselo al Segurilla y a Rosales. No estaban de guardia, pero sí el antipático. Mi madre descubriría luego una enorme mancha de grasa en el flamante sombrero: yo, claro, le eché la culpa al antipático, aunque sin fundamento. Qué habrá sido de él.
Siempre recordaré cómo las tardes de verano, cuando la Regadora había dejado a su paso por el Camino de los Depósitos aquel aroma a tierra mojada, los bomberos y yo nos sentábamos al fresco en los bancos que había a la entrada del Parque y piropeábamos a toda joven que transitara por allí diciéndole aquello de…
-¡Adiós, guapa, que tienes los ojos más grandes que los pies!
Nota.- Agradezco al Ayuntamiento de Almería, al jefe del Parque de Bomberos y al personal de este Cuerpo, en especial a Richoly, su colaboración.
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