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La Rambla (IV)

Crónicas desde la Ciudad

Los Jardinillos. Sobre el solar de la primitiva plaza de toros de Belén, Guillermo López Rull edificó, según proyecto de Trinidad Cuartara, el conjunto de casas adornadas por recoleto jardincito

Antonio Sevillano

Almería, 02 de mayo 2017 - 13:02

Pilar de los Arquitos

Con la denominación genérica de malecón, los distintos tramos de la Rambla fueron personalizándose (antes y después de la Guerra Civil) con nombres propios. A ambos márgenes del páramo desarbolado (salvo cuatro raquíticas y aperreadas moreras para pasto de gusanos de seda y solaz de niños ociosos) se sucedieron en el callejero oficial el de Los Jardinillos, del guardia González Callejón, del obispo Emilio Jiménez, Torres Campos, Abellán, Mártires de la Salle, López Redondo, Primo de Rivera y de las Monjas (por el colegio Stella Maris). Antes del paréntesis dedicado al 150º aniversario del nacimiento de Carmen de Burgos nos deteníamos en el de Belén, limitado por las calles Granada y Murcia; en el badén que unía esta última con el Barrio Alto, décadas antes de que el Municipio tendiera los puentes que comunicaban el ensanche burgués con la Vega. Proseguimos.

La primitiva plaza de toros era su edificación más reconocible, seguido del Pilar de los Arquitos. En medio de un mínimo pero frondoso arbolado, se alzaba una casa-cortijo de adobe, con corral y pilones de agua rodada. Con una doble función social: abrevadero para caballerías y ganado y como lavadero público al servicio del barrio a extramuros. El núcleo habitado desapareció durante la violenta riada de septiembre de 1891, tal como se describe en la “Memoria Almería-Consuegra”, editada por la Comisaría Regia encargada de rehabilitar las viviendas dañadas, encauzar y alinear la rambla desde la confluencia de Belén-Amatisteros. Pasado el tiempo habilitaron otro pilar frente al bar La Gloria, adosado al surtidor manual de gasolina y kiosco de madera donde desde primera hora servían churros y copas de anís. Aquí traían a beber sus caballos los picadores, desde el cercano coso de Vílches, y a probar la flexibilidad y resistencia de las “varas” contra el rocoso muro de cantería.

GUILLERMO LÓPEZ RULL

En la primera mitad del siglo XIX, Concepción Rull, esposa del maestro cantero Pedro López, naturales ambos de Olula del Río, estableció su domicilio en la capital para que, no sin privaciones y esfuerzo, sus cuatro hijos varones pudiesen estudiar. Y a fe que lo consiguió. De los dos menores, Pedro alcanzó el grado de comandante de Infantería y Nicolás la licenciatura de Medicina. Del primogénito, Enrique, famoso arquitecto, nos hemos ocupado repetidamente. Ahora nos detenemos en la figura del segundo de la nutrida prole: Guillermo López Rull. Este ingresó en calidad de cadete en la academia de Estado Mayor y en 1875 fue ascendido al empleo de teniente. A partir de ahora desarrollará una intensa carrera militar en tierras vascas y navarras, con ocasión de la guerra carlista, siempre en las filas isabelinas. Según notas de su biznieta María Cassinello, participó en las acciones de Valmaseda, Elguera y Monte Hernio, por las que logró las estrellas de capitán. Pidió la excedencia temporal y en 1877 se casó en la catedral de Pamplona con Ana Echevarría Patrullo, nacida en 1857 en Nueva York e hija de, paradójicamente, un acérrimo carlista: Juan Manuel Echevarría, acaudalado banquero navarro, dueño de importantes negocios marítimos con EE.UU.

Trasladados a Almería, nacieron sus nueve hijos y heredó una cuantiosa fortuna, valorada en cinco millones de pesetas de la época. Adquirió fincas (La Pipa-Alhadra, Hoya del Molinero, Terreros) y se construyó una suntuosa mansión en la actual Avda. de Santa Isabel, al lado del colegio “Luis Siret” (sobre el anterior de “Ramón y Cajal”) y de los primitivos depósitos de agua que abastecieron a la capital. En ella casó a varios hijos y -en el desaparecido callejón La Paz- falleció el 21-VIII-1928, víctima de una “endocarditis”, diagnosticada por su yerno, el Dr. Eduardo Pérez. En 1878 se había reincorporado al Ejército en los inicios de la guerra de Cuba, continuada nuevamente en el norte de España, retirándose definitivamente con el empleo de comandante de Estado Mayor. Era el momento de emprender una intensa vida social (con palco reservado en el teatro, zarzuela, ópera y toros), además de presidir el Casino, e iniciar una frenética actividad empresarial. Junto a Bernabé Gómez adquirió en 1892 La Constancia, fábrica pionera en el suministro de energía eléctrica, hasta 1897 en que la enajenaron en favor de Eugene Lebón y Cía. El segundo negocio en importancia fue la construcción del portuario dique de Levante y andén de Costa. En 1899 se constituyó la sociedad formada por los hermanos López Rull, Emilio Pérez Ibáñez y José González Canet, subrogada en su beneficio como principal accionista. Previamente se había hecho cargo de la primera central telefónica capitalina; al tiempo que ayudó al sostenimiento del Manicomio Provincial, para el que su esposa hizo venir como directora a Sor Policarpa, superiora de las Hijas de la Caridad.

Sin embargo, nuestro personaje pasó a la intrahistoria local como el empresario que hizo posible la red de agua potable en Almería capital, ante la imposibilidad municipal de afrontar su coste, cifrado en 350 mil pesetas. Un pleno de abril de 1886 dio cuenta de sendos anuncios en la Gaceta de Madrid autorizándolo a concluir “un proyecto de depósito y encañado general, por tubería de hierro, para conducir y distribuir las aguas que abastecerán a la población”. A finales de junio las obras cuentan con el respaldo del gobernador Civil, que aprobó dicho “proyecto del capitán de E.M. del Ejército, D. Guillermo López Rull, con las modificaciones que se consideren necesarias en el informe del Sr. Ingeniero Jefe de Obras Públicas”. Las aguas llegaron desde la Fuente Larga a los depósitos de Santa Isabel, tras la limpieza urgente de los cauces. El novedoso sistema convivió al principio con el de las artajeas concedidas a particulares. En abril de 1925, tras negociar la renuncia de la concesión, el Ayuntamiento emprendió la gestión directa del básico servicio público.

LOS JARDINILLOS

Del vetusto paisaje del malecón de Belén pervive el ramillete de casas conocido por Los Jardinillos. En febrero de 1897 el pleno debatió la solicitud de López Rull, “propietario del solar y ruinas de la antigua plaza de toros… que no piensa reedificar, sino destruirla por completo, destinándolo a la construcción de una barriada de casas de obreros (adjuntaba el preceptivo plano firmado por Trinidad Cuartara, legajo 767, doc. 35)… entre las calles Circo, Escondrijo, Murcia y Rambla de Belén”. La tipología era “algo distinta del acostumbrado (las clásicas de “puerta y ventana”), con tendencia a mejorar las condiciones de comodidad, higiene y ornato”; con el añadido del pequeño jardín anterior que las caraceterizan y un corral-patio descubierto delante de la cocina. El proyecto –alineada la fachada a 10 metros de la Rambla como medida precautoria- fue aprobado por la Comisión de Ornato, previo pago de 823 pesetas en concepto de impuesto de huecos (puertas y ventanas) y licencia de obra. De las 31 parcelas a construir, de distintas medidas, solo 15 perduran.

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