Almería

Virgen del Mar (III): Testimonio de Andrés de Jaén

  • Acta oficial. Dada su extensión, me veo obligado a transcribir solo en parte el documento que recoge las manifestaciones de Andrés de Jaén ante el claustro conventual dominico reunido al efecto.

Virgen del Mar (III): Testimonio de Andrés de Jaén

Virgen del Mar (III): Testimonio de Andrés de Jaén

A instancia de la comunidad dominica, el muy referenciado atajador-vigía fue requerido a realizar una declaración formal en la propia sede conventual de todo el proceso en el que él fue protagonista principal. Ocurrió el mismo día 21 de diciembre de 1502. Aunque dicha acta original desapareció, tiempo hubo de realizar copias. Una de ellas es la reproducida por Gabriel Pascual y Orbaneja, deán de la Catedral de Almería, en su obra “Vida de San Indalecio y Almería ilustrada en su antigüedad, origen y grandeza”, editada por su hermano tras fallecer en 1699. Condicionado por la extensión de la misma, me veo obligado a transcribir solo su exposición inicial. El lector interesado, incluidos cofrades y devotos de la Virgen del Mar, pueden acceder a la obra referenciada y parcialmente a estas “contras” feriadas.

Santo Domingo Santo Domingo

Santo Domingo

In Dei nomine. Amen. Comienza el libro de los milagros, que Nuestra Señora la Virgen María del Mar ha hecho por los tristes pecadores, que a ella se encomiendan en sus angustias y tribulaciones, y también la milagrosa invención de cómo fue hallada y cómo fue venida milagrosamente por la mar, y cómo aportó a una lengua delante de el Alquián, que es legua y media de la ciudad de Almería; en que nos muestra manifiestamente nuestro Señor Jesucristo cuanta necesidad tengamos todos los tristes pecadores que en esta navegamos, en este mar de amargura mayormente a todos los de esta Noble Ciudad y señaladamente a todos los Frailes que aquí vinieron a este Monasterio del glorioso Padre Santo Domingo, que hallaron una Joya y Perla tan preciosa como esta Imagen de Nuestra Señora, que es Reina del Cielo y Madre nuestra; y de nuestro Señor Jesu-Christo quiso (pues que una hoja del árbol no se menea sin su querer) que la Imagen de su bendita Madre viniese a nos socorrer y a nos consolar.

Y lo que es más de maravillar, quererla nuestro Señor así traer sin barco, ni sin remo, sino sola por la mar y con su hijo en los brazos. Las leguas que navegó para hasta aquí llegar no hay ninguna persona que lo sepa hablar (salvo cómo fue hallada a la ribera de la mar), y un hombre de esta ciudad, llamado Andrés de Jaén era guarda en la Torre García, y así, dando vela de los Moros dice, que vio relumbrar, y que hubo un gran temor, más que con todo el temor no dejó de llegar, que como la vio se comenzó de maravillar; y estando así espantado no sabía que pensar, cómo o en qué manera aquella Imagen hubiese allí aportado. Y digo más, por otra parte se halló tan consolado y con tanta devoción (aunque indigno y pecador, por haber aquel tesoro hallado) que estaba todo elevado, que no sabía lo que hacer, y que en esto estando pensando, vínole al pensamiento de ir a llamar a algunos, que viesen aquel Milagro de aquella Imagen que había hallado.

(,..) Y así lo juró que le había acaecido, y que él y otro compañero lo vinieran a decir a la Iglesia Mayor, y que ninguna mención de ello hicieron. Y de que ellos esto vieron, que se vinieron al Monasterio del glorioso Padre Santo Domingo, y le dijeron al Padre Prior todo lo que le había acaecido; y yo, Fray Umberto de Salvatierra, porque fui testigo de lo que oí a su propia boca de el dicho Andrés de Jaén, me mandó el padre Fr. Umberto (error por Baena), Prior de dicho Monasterio de Sto. Domingo, que por obediencia hubiera de escribir letra por letra en la manera que pasó; así como la que dejó escrito el P. Prior Fr. Juan de Baena, el cual fue el que fue a por la Imagen y la trajo, con harta afrenta como adelante se dirá, y está escrito de su propia mano y puesto en el arca de las escrituras de el dicho Monasterio… “. Testigos fueron asimismo los “Frater” Clemens de Piedrahita, Thomas de Baena, Francisco Gienensis, Thomas de Écija y Juan de Alcántara.

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