Y en Almería: de la gloria al cementerio

Cuenta y Razón

En estas fechas de visita a cementerios, resulta relevante conocer un poco de la historia de los más relevantes de la provincia

Santiago de Almería. En paro forzoso

Cementerio de San José, Almería
Cementerio de San José, Almería / D.A.
José Luis Ruz Márquez
- Catedrático licenciado en Bellas Artes

02 de noviembre 2025 - 07:32

Con la misma edad que la vida, la historia de la muerte da para una tesis infinita, así es que si alguien quiere saber cómo fueron estuchados nuestros ancestros, tendrá que acudir a historiadores de antaño como el padre Tapia o de hogaño como Antonio Sevillano… Al no ser yo partidario de imposibles, estas cuatro líneas no pretenden sino el relatar la “vida” de su segundo y actual cementerio en el siglo XIX, desde que en 1866, por seguiriya, entrara en el primero su último huésped:

En Belén se ha quedado

dentro de un nincho,

ya será deborado

por algún vicho.

Que ese fue el primer camposanto de Almería, por encima de su cruce con el camino granadino, junto a la ermita que dio su nombre a la Rambla y a la puerta de Granada, que ya fue de Belén hasta que la retranca almeriense la bautizó La Gloria, un topónimo que aún vive, bar y alegría, nada que ver con la época en que despedía duelos, entre responsos y llantos y la caja por los suelos.

Anochece un domingo veraniego de 1874 y por el Paseo dos amigos andan en su habitual revista de escaparates -transparentes les llamaban- cuando sus confiados ojos dan con uno nuevo, muy iluminado, en el que reinan, de pie, ¡dos ataúdes!, uno abierto, otro cerrado, mostrando con orgullo forro y bronce. De la sorpresa pasan a una carrerilla que no detendrán hasta que, ya lejos, se toman un respiro y dan forma a una copla del reír por no llorar que, tras reconocerle la bondad de sus ataúdes, suplican a Antonio Lamaña El Granadino:

Que usted se da buena maña

Para adornarlos con tules,

Lo saben hasta en Padules;

Con que... cuando le dé gana

Quite usted de la ventana,

Sus afamados baúles.

Y eso hizo el malafoyá, trasladar los muebles muertos a la tienda de los vivos que había abierto en 1866, dándole así una puñalaica más a la agonizante calle Real, que en vez de la Cárcel bien pudo apellidarse de las Funerarias, por las que albergó. Aunque la primera, la de Séneca 1, frente al Casino de Santo Domingo, desde 1865 facilitando, con la compra del féretro, el coche gratis. Sin más competencia que el del municipio, endeble y mal tirado, causante de sobresaltos como el de 1877, cuando el sepelio del clérigo Galindo llegó a la plaza de la Catedral y sus yeguas, no se sabe si por indómitas o por ver feísimo el viejo palacio episcopal, se negaron a andar. Los palos solo las encabritaron y el cortejo vio como el zarandeo del coche arrancó el cáliz de las manos del difunto, que a punto estuvo de rodar por los suelos… como ya había ocurrido en más de una ocasión.

Curioso anuncio funerario de Granada
Curioso anuncio funerario de Granada / D.A.

Lejos queda la imagen del ataúd a hombros, el cura, los monaguillos, con las cruces y la manga… Y en su lugar han proliferado los coches engalanados a la federica, blancos para los niños, y negros como el sobaco de un grajo, para ir a juego con el pelaje, los penachos y manteles de sus caballos: dos o cuatro, según bolsillo. Paseo arriba y calle de Granada, vestidos de frac o de uniforme, viajan los grandes comerciantes, como Emilio Batlles, en 1881, con músicos en acción y concejales, guardias y serenos con hachas encendidas; o los políticos, como el jefe republicano Manuel Orozco, en 1896, o los militares como el mariscal Moreta en 1879, con mucho soldadito… hasta alcanzar la puerta de Belén, la de la Gloria, por la que se salía de Almería camino del Cementerio, entre rezos y salvas de honor.

Si el muerto era un pobre, siempre tan mal visto, lo llevaban por otro camino, si no el más corto sí el más vergonzante: rambla arriba, en una soledad de extrarradio que permitía a los tres enterradores ir sentados sobre la caja… Y si los muertos, además de pobres eran niños desprotegidos, la crueldad arreciaba y hasta se podía ver dos o tres en el mismo ataúd, o entre harapos, semiocultos, en la cama del coche. Un dolor al que no quitaba hierro nuestro poeta Luis Huertos, tratando a los críos de muertecitos sin saber que no todas las palabras tienen derecho al diminutivo. Entre paisanos y militares, ricos y pobres, en tierra de nadie, los artistas: como Antonio de Torres que se fue en 1892, con la música de sus guitarras a otra parte; como en 1887 se había ido la almeriense de Sevilla, Rosalía Hériberry con su dulce canto, su piano y su vestidito blanco de novia plantada. En caja destapada, burlando los bandos de epidemias, lo que, por cerrar o por abrir, solía echar a guardias y deudos a pelear, con la mano derecha en la porra o en el bastón y la izquierda tapándose la nariz.

Lo mismo que el coche la clase, los cuartos determinaban pared o tierra a la hora del sepultar, siendo la fosa el más humilde de los enterramientos, con o sin caja, rematada por un montón de tierra con una piedra a la que el cursi definía como “la boya que ponen los pobres en el océano de la muerte”.

Las lápidas, con vocación de partida de registro civil, a los datos podían añadir alguna frase pía y raramente sacar los pies del nicho con un epitafio: como aquel de finales del XIX, que estuvo años recordándole a un parvulito: “¡Los médicos te mataron!” ...hasta que el doctor Eduardo Pérez, siendo alcalde de la ciudad y presionado por sus colegas, convenció a la familia para su retirada. O aquel otro de la misma época que me mostró el marmolista Aguilar y que se había pasado años regañando al difunto: “El miedo y la ignorancia te mataron”...

Miedoso e ignorante, como nosotros, que huyendo de la realidad nunca nos imaginamos muerto y por eso somos: cadáver, finado, difunto, fiambre, extinto y hasta estirao, que diría el pintor naif Vicente Ferrer, enterrador de Pechina… Ni estar en ataúd, sino en caja, féretro, arca… Ni por supuesto en un cementerio, sino en el camposanto, el cortijo de los Callados, el cercado de las Malvas y aún en “el patio de las cañas, detrás de la Huerta del tío Moreno”, como llegaron a llamar al nuestro. Cualquier cosa, sinónimos, eufemismos y rodeos, con tal de huir de la realidad a la que tanto tememos con una actitud impropia de cristianos serios, de esos que van del cementerio a la gloria. Y en Almería de la Gloria al Cementerio…

stats