Almería en la VIII Feria Internacional del Campo de Madrid de 1970
Almería ordenada
Las Ferias del Campo de Madrid, celebradas en el recinto de la Casa de Campo entre 1950 y 1975, surgieron en un contexto de reconstrucción tras la Guerra Civil
Bofill y Oíza: reflexiones en Almería, 1970
La primavera ha sido, desde tiempos antiguos, el momento natural para celebrar las cosechas y agradecer a la tierra sus frutos —como nos recuerda Virgilio en sus 'Geórgicas', cuando escribió que el campo no es sólo trabajo, sino también un pacto silencioso entre el hombre y la naturaleza. Porque antes que a otro Dios, el hombre primitivo ha adorado y temido por igual a algunas deidades naturales: Helios, el sol que nos convoca cada día con su luz sanadora; Eolo, numen del viento voluble y enloquecedor; y Gaia, la madre tierra que nos ofrece sus cosechas.
Las mayoría de las Ferias de verano —donde el ocioso solaz se amalgama con la cultura— tienen su origen en ferias agrícolas y ganaderas. Incluso están etimológicamente unidas —cultura viene del latín 'cultus', de cultivar, de labrar la tierra.
Las Ferias del Campo de Madrid, celebradas en el recinto de la Casa de Campo entre 1950 y 1975, surgieron en un contexto de reconstrucción tras la Guerra Civil. Se concebían como una gran muestra nacional de agricultura y ganadería. Se presentaban como un escaparate político y cultural del régimen franquista en su intento por mostrar al exterior una imagen de modernidad y prosperidad, integrando además un relato territorial en el que cada provincia encontraba un espacio de representación.
Con el paso de las ediciones, las Ferias Internacionales del Campo trascendieron su función para convertirse en un auténtico laboratorio de arquitectura. Muchos de los mejores arquitectos del momento como Alejandro de la Sota, Miguel Fisac o Rafael Aburto dejaron su huella en los diferentes pabellones. Francisco de Asís Cabrero trazó el primer recinto de la Feria en 1950 con una superficie de 15 hectáreas hasta alcanzar las 70 en la décima edición de 1975. En sus primeros años, los pabellones provinciales solían recurrir al pintoresquismo reproduciendo cortijos, construyendo casonas o teatralizando escenas rurales que evocaban la tradición local. Pero hacia finales de los años sesenta, en plena apertura económica y turística, comenzó a imponerse una sensibilidad más moderna.
En las primeras ferias, Almería comparecía con un modesto pabellón. Pero fue en 1969 cuando el arquitecto Fernando Cassinello recibió el encargo de construir el nuevo stand para la VIII Feria Internacional del Campo de Madrid (20 de mayo al 7 de junio de 1970) que duplicaba la superficie del anterior, con un presupuesto que rondaba los 5 millones de pesetas (30.000 euros). El Pabellón de Almería, inaugurado el 21 de mayo, se situaba en la Ronda de Provincias entre el Pabellón de Baleares y el de Navarra; y relativamente cerca del mítico Pabellón de los Hexágonos, trasladado parcialmente un año después de haber servido como Pabellón de España en la Exposición de Bruselas (1958) obra de los arquitectos José A. Corrales y Ramón V. Molezún.
La Cámara Agraria de Almería quería proyectar una imagen de provincia moderna, vinculada al turismo emergente, al desarrollo agrícola bajo plástico y a la industria de la piedra. El edificio debía representar la esencia del territorio almeriense no mediante el ornamento, sino a través del tipo (patio), los materiales y la luz. Los muros encalados a la tirolesa, las celosías cerámicas, los azulejos y los mármoles se convirtieron en los protagonistas de una arquitectura que, lejos de imitar el pasado, lo reinterpretaba desde la modernidad.
En el acceso del Pabellón de Almería, situado en una esquina, un tirabuzón helicoidal de hormigón de 15 metros de altura daba la bienvenida al visitante. En la entrada, unas plantas autóctonas —chumberas y pitas— decoraban el momento celebrativo del ingreso a través de esa vela con un hueco en hemiciclo. Sobre los muros encalados de la entrada aparecían dos símbolos reconocibles: el Indalo y el Sol de Portocarrero fundidos en hierro negro —obra de Luis Cañadas.
El pabellón se organizaba en torno a dos patios. Uno interior de planta cuadrada —girado 45º respecto a las trazas del volumen— formado por arcos de hormigón y animado por el murmullo del agua de una fuente que, junto a unos geranios, evocaba la atmósfera de los patios tradicionales andaluces. Alrededor se situaba toda la zona expositiva cubierta, pero iluminada a través de celosías. El otro patio, abierto en un extremo del volumen presentaba un diseño de trazo curvilíneo y carácter más moderno, donde se situaban la barra de bar, la terraza y el escenario. La zona de servicios se disponía en una planta semisótano que, aprovechando el desnivel, albergaba varios dormitorios para invitados y una zona de almacenaje.
En el Pabellón se expusieron productos agrícolas, objetos y fotografías de paisajes de todas las comarcas de la provincia. Desde piezas de mármol blanco de Macael o travertino de Albox, hasta planos y fotografías de las actuaciones del Instituto Nacional de Colonización en el Campo de Dalías, el Campo de Níjar o en Huércal-Overa; maquetas de las Urbanizaciones de Aguadulce o Montesol; productos de la Alpujarra; o artesanías cerámicas, tejidos de esparto y jarapas de Níjar.
La organización de la Feria premió al Pabellón de Almería con la Medalla de Oro por sus valores arquitectónicos. Ese año también obtuvieron ese reconocimiento el citado Pabellón de los Hexágonos (del Ministerio de Agricultura) y al Pabellón desmontable de la Empresa Nacional Siderúrgica de Rafael Leoz.
En el año 2006 se aprobó el Plan especial "Feria del Campo", y en el año 2010 se declaró como Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Sitio Histórico. Demasiado tarde, ya que en 1990 el Pabellón de Almería fue destruido.
En la exposición «Las Ferias del Campo. Paisajes y arquitecturas modernas en la Casa de Campo» (Museo ICO de Madrid - Calle Zorrilla, 3) se puede conocer en profundidad este ámbito, donde una gran maqueta incorpora el desaparecido Pabellón de Almería.
En aquel paisaje efímero de arquitecturas, jardines y estructuras experimentales de la Casa de Campo, el Pabellón de Almería destacó por su claridad, su blancura y su elegancia racional. Su autor, el arquitecto Fernando Cassinello —quién abdicó de sus honorarios— consiguió condensar en una obra breve y precisa toda una visión contemporánea de la identidad almeriense: una tierra que todavía sabía reconocerse en la luz de sus muros.
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